Dibujo: «Trump-o-Matic» de Mark Bryan.
Usos del odio como estrategia política.
Terminé mi artículo anterior recordando la advertencia de Gramsci, para quien, los tiempos de crisis son tiempos donde lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, espacios ideales para el surgimiento de los monstruos…
Vivimos en una época de profundo malestar. Malestar con los partidos políticos, los sindicatos y la propia democracia. El causante es una globalización que profundizó las desigualdades, generó crecimiento a costa de la naturaleza, dio lugar al capital financiero especulativo que desencadenó la crisis del 2008 y debilitó el poder de los estados para adoptar regulaciones necesarias a fin de proteger su población y salvaguardar sus recursos.
Paradojalmente, en muchos países, la alternativa que canaliza este malestar proviene de la extrema derecha; Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro son producto y evidencian este malestar con la globalización y sus fallas. Más aún, los dos primeros gobiernan los estados que construyeron el orden, contra el cual se enfrentan en la actualidad.
¿Qué tienen en común?
Trump, Bolsonaro y Johnson comprenden muy bien la ira de la gente común y se sirven de ella, alimentando su rabia. Son políticamente incorrectos y se presentan como irreverentes, críticos del establishment. Se erigen como los perfectos anti sistema dentro del sistema.
Estos nuevos líderes ponen en entredicho, por derecha, a la propia globalización económica. Carecen de un programa definido y defienden ideas heterogéneas. Sin embargo, tienen en común su rechazo a la globalización y la aspiración de cerrar sus fronteras. Sus recetas son reaccionarias, tanto política como socialmente.
Dicen defender a las clases populares, golpeadas por las crisis recurrentes; la flexibilización laboral y la desindustrialización. Sin embargo, nunca señalan la causa profunda: una globalización que se basa en agudas desigualdades sociales y que atenta contra el ambiente, amenazando la salud planetaria y humana. Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, mientras Bolsonaro profundiza la destrucción de la amazonia.
No son fascistas pero…
Los fascismos nacen entre los años 30’ y 40’ del siglo pasado, como una alternativa a la crisis de la democracia liberal, que reivindicaba un fuerte intervencionismo del estado en la economía. Por su parte, Trump, Jhonson, Bolsonaro emergen en el seno del neoliberalismo, en la era del capital financiero especulativo y desregulado, del individualismo competitivo y de la precariedad laboral.
No podría decirse que son fascistas en tanto no buscan construir un partido único de masas, no apuntan a dirigir la economía de manera centralizada, tampoco cuentan con un discurso de expansión imperialista y, mucho menos, buscan construir un estado corporativo. No movilizan a las masas, le hablan a un público de individuos atomizados, consumidores empobrecidos y aislados. Exhiben un modo de vida exitoso y, más aún, se erigen como ejemplos del modelo antropológico neoliberal, individualista y meritocrático. A su vez, implementan políticas económicas neoliberales que promueven la iniciativa privada y la inversión empresarial como motores de la economía.
No son fascistas porque no tienen una ideología fascista, ni buscan construir un partido o movimiento fascista, pero si fomentan el odio y la violencia. Esto es, utilizan el fascismo como práctica social.
Entendido de esta forma, el fascismo implica la posibilidad de la movilización activa de grandes colectivos y su participación en la estigmatización y hostigamiento de minorías sociales, culturales, étnicas, políticas, de género o sexuales. Estas prácticas suelen activarse en un contexto de permanentes frustraciones socioeconómicas, que derivan de las diversas crisis del capitalismo y su cada vez más brutal redistribución regresiva de los ingresos y riqueza.
El odio como bandera
El fascismo como práctica social tiene como objetivo habilitar y reproducir comportamientos que son también parte de nosotros mismos. Las personas podemos discriminar, hostigar y ser violentos, pero también podemos ser solidarios y empáticos. Es una tensión en disputa, en la que pueden primar las mejores o peores posibilidades que tenemos como seres humanos.
Hoy en día, una parte importante de la población no puede ganarse el sustento con su trabajo, pero en lugar de indignarse y enfrentarse al poder concentrado, se vuelca contra aquellos que tienen menos… los migrantes, planeros y negros. Estos son los“vagos” que “eligen” vivir de los planes sociales que el estado paga “robando” a los trabajadores parte de su prosperidad con los impuestos. Por el contrario, un millonario exitoso es un trabajador digno que logró ese estatus por sus propios medios, talento y esfuerzo, alguien a quien emular como el modelo a seguir.
Estamos en un momento donde se busca activar el odio y la violencia en la población, junto con la desconfianza a lo diferente y el individualismo. Por ello, es urgente recuperar y potenciar la política, dar la batalla cultural, hacer memoria y construir, junto a la sociedad, un país más justo.
La política es la herramienta para combatir el odio y sembrar la solidaridad. Si logramos construir una alternativa, el fascismo social no pasará…
Pablo Oribe Secretario de Mensaje Político y Comunicación del Partido Socialista de Uruguay