El 27 de junio permanece como una fecha aciaga en el imaginario de nuestra sociedad.
Asociada al golpe de estado y al colapso de las instituciones democráticas, fue la culminación de un proceso de instauración del autoritarismo promovido por el pachecato desde diciembre de 1967.
Recordar esa fecha y renovar nuestro compromiso con la democracia, las libertades y los derechos humanos, no es un simple ejercicio de memoria histórica.
De aquellos años permanecen secuelas sin resolver, como el destino de los compatriotas desaparecidos. Además, la justificación que el Ministro de Defensa hace del asesinato de un detenido que intentaba fugarse en 1972 junto con la inclusión en el PLUC (Proyecto de Ley de Urgente Consideración), de varios cheques en blanco bajo los rótulos de legítima defensa o agravio a la autoridad policial para habilitar la represión de la protesta social, plantean nubarrones en relación a la vigencia de las libertades y de la propia democracia.
En el contexto de las secuelas de la pandemia, es previsible y legítimo que en una sociedad democrática se produzcan movilizaciones y reclamos en relación a los derechos y necesidades, sobre todo de los sectores más afectados. Las alternativas allí pasan por más democracia, más inclusión social, más derechos, o por la agravación de la exclusión social que significa la instauración de lo que hemos llamado neoliberalismo autoritario, o sea, libertad para los mercados y represión de las libertades políticas.
En ese sentido, la izquierda es la fuerza que asume las banderas de la democracia de forma más legítima.
Más allá de las coyunturas de aquel pasado o de este presente, la democracia, su defensa y su profundización, son una cuestión de principios y están en el corazón de la propuesta socialista.
Nuestra propia definición de qué entendemos por socialismo va en esa dirección.
Efectivamente, nuestra declaración de principios conceptualiza al socialismo como la democracia que se afirma en el pleno ejercicio de las libertades políticas y se extiend a las dimensiones de lo económico y social, de tal manera, que las condiciones reales de la vida de las personas sean fruto de las decisiones voluntarias y democráticas, lo que supone priorizar a la política sobre la economía, regulando, controlando, y limitando a la acción del mercado.
Desde este punto de vista, la democracia es la concepción que permite acercarnos a la síntesis de los valores de la libertad y de la igualdad.
La democratización de la vida social es un proceso de construcción permanente que no tiene límites preestablecidos y que confluyecon el socialismo.
La libertad, puede entenderse como libertad negativa, es decir la no interferencia en la voluntad de los sujetos, o como libertad positiva: la posibilidad de hacer realidad los proyectos de vida.
La primera es la que jerarquiza el liberalismo y conduce a las libertades políticas y a los derechos individuales. La segunda-asumida por la corriente llamada republicanismo-entiende a la libertad como autogobierno, y que la misma no está reconstituida.
La comunidad no es aquí un actor que la limite, sino que, por el contrario, en la misma se logra su concreción.
Esta concepción le agrega a la libertad la dimensión de la no dominación: superar las relaciones sociales concretas en que unos deciden lo que implica a otros, en un arco amplio que puede incluir desde la explotación económica hasta las desigualdades de género en la sociedad patriarcal.
La libertad, la democracia, y el socialismo, son productos que se construyen o se reconstruyen, valores a los que nos acercamos o nos alejamos, pero que nunca se aprehenden totalmente.
Entender a la libertad meramente como libertad negativa es incompatible con el valor de la igualdad real ante la vida. El despliegue total de la voluntad del individuo sería incompatible con la libertad de los demás. Acercarnos a la igual libertad implica la acción de las regulaciones de la sociedad a través del Estado, lo cual plantea la dimensión del poder y de su ejercicio.
Si ese poder no está basado en el consentimiento de los gobernados y en el pleno ejercicio de las libertades políticas, los titulares del poder aun invocando objetivos igualitarios podrán reimplantar relaciones de dominación y explotación desde su posición de fuerza, perdiéndose así la libertad y también la igualdad, como demostró la experiencia histórica del fracaso de las sociedades del llamado socialismo real
Ante la crisis, las privaciones y el desempleo que el sistema capitalista gesta permanentementey que se patentizan en la situación actual de pandemia, vemos que no es posible sostener una sociedad basada en el mercado, que equipara la economía con las relaciones contractuales y a éstas con la libertad.
El abandono de la utopía del mercado nos pone cara a cara frente a la realidad de la sociedad, con los poderes fácticos que allí rigen, ya sea de los actores económicos, de los actores políticos incluyendo la burocracia estatal, y de los poderes ideológicos incluyendo los difusores de la cultura.
Entonces lo que aparece es el dilema y la posibilidad misma de la libertad.
Si la libertad está basada en el libre mercado, entonces no habrá libertad, y si la regulación conduce a crear una máquina burocrática y autoritaria que termine explotando a la población en beneficio propio, no habrá ni socialismo, ni democracia ni libertad ni igualdad, como demuestra en forma inapelable la experiencia histórica.
Cada avance hacia la integración y la regulación estatal debe acompañarse de un avance de la libertad y de la ampliación de la ciudadanía y de los derechos, integrando representación con participación, preservando esferas de libertad, mediante el control y la participación ciudadana y la vigencia irrestricta de los derechos políticos y las libertades ciudadanas.
Entendemos por ciudadanía la capacidad del ejercicio de las personas para gobernar sus comunidades y desde allí participar activamente en la construcción del futuro.
La expansión y la universalización de la ciudadanía a todas las personas y su extensión a todas las dimensiones de la vida social, permite acercarnos a la realización de la igual libertad, de la democracia y del socialismo.
En el mundo pos-pandemia, el eclipse de la economía de mercado podría ser el inicio de una era de libertad sin precedentes si estuviera guiado por mayorías y fuerzas democráticas.
La libertad jurídica y la libertad efectiva pueden coincidir en la organización misma de la sociedad. La regulación de la economía y del mercado, pueden generar la libertad, no para unos cuantos, sino para todos.
La ciudadanía se extendería más allá de la esfera política hasta llegar a la organización íntima de la sociedad que sería a la vez, justa y libre.
El futuro es un territorio en disputa que se construye desde el presente y el aquí, sin caer ni en el determinismo paralizante ni en la ingenuidad omnipotente. Hay que convocar a la construcción deliberada del futuro, a la política y a la ampliación de la ciudadanía y de la democracia.
Una alternativa sería lo que puede llamarse neoliberalismo autoritario, o sea el estado de excepción con toda la hipervigilancia que permiten las tecnologías combinado con la libertad para los mercados.
La otra alternativa es avanzar a una democracia participativa con profundización democrática tanto a nivel de los Estados como en la construcción de la gobernanza mundial democrática.
La ampliación de la ciudadanía a lo económico-social como reclama el manifiesto de los 4.000 intelectuales que llama a democratizar, des mercantilizar y descontaminar el trabajo, va en esa dirección.
Si la acción de los trabajadores fue imprescindible para sostener la economía y la sociedad en esta crisis, ellos no pueden ser un mero recurso productivo hoy, y ser desechados más adelante por la lógica mercantil al universo de los desocupados. Eso implica afirmar la ciudadanía y la capacidad de decidir de los trabajadores en las empresas y más allá un horizonte de salida de la crisis que pasa por trasformaciones profundas.
Desarrollar la producción real, la inversión productiva, superar la financierización especulativa (la que antes prometía ganancias) a través del desarrollo de las fuerzas productivas, orientando los recursos a satisfacer las necesidades de la gente en salud, educación, vivienda y alimentación, implica el manejo de la economía con criterios de racionalidad y justicia en una democracia y una ciudadanía extendida.
Las alternativas al caos y la desorganización de las sociedades por las consecuencias de la crisis ahora y más adelante por los cambios tecnológicos y los impactos del cambio climático pasan o por el darwinismo social y el aumento de la exclusión o por la gestión democrática de los recursos productivos y de la sociedad en su conjunto.
Todo esto se vincula, como dijimos al comienzo de esta exposición, con la concepción de la libertad como construcción unida a la idea de emancipación de los sujetos, que construyen una sociedad cada vez más libre, ideal que nunca se alcanza totalmente.
A esta concepción, los socialistas uruguayos la hemos denominado Democracia sobre Nuevas bases. Desde su primera formulación, ha conocido sucesivas actualizaciones, la última de las cuales es la Tesis 5 del año 2012.
Sucintamente, la misma implica varias significaciones:
Es una concepción del poder y de sus construcciones la articulación del estado y la sociedad civil. Es una estrategia de avance hacia el socialismo, es proceso y resultado, en el sentido de que cada paso de ese proceso prefigura a un modelo de sociedad socialista, democrática y autogestionaria. DSNB es también forja de lo que Gramsci llamaba hegemonía y bloque popular alternativo
Esto implica una lógica política con la extensión de la democracia en el Estado, en la sociedad, en la producción y en la vida cotidiana, lo que implica abordar las desigualdades de género, exacerbadas también por el aislamiento y la pandemia. Al mismo tiempo implica una lógica social con el desarrollo de la participación y el control social a todos los niveles y una lógica económica ampliando la ciudadanía a ese nivel.
Supone la articulación del Estado y de la sociedad civil reconociendo el valor de sus movimientos sociales, estimulando la participación y que al mismo tiempo que jerarquiza como imprescindible a la democracia representativa, la completa con expresiones participativas, deliberativas y autogestionarias.
La situación actual, nos convoca a plantear alternativas, y a convocar las esperanzas en formas de solidaridades y de invenciones colectivas.
Y en todos los casos, tanto ante el pasado que evoca del 27 de junio de 1973, como ante el presente de incertidumbres, amenazas, pero también de luchas, y de un futuro abierto, reafirmamos nuestro compromiso con la democracia, con el socialismo y con la libertad.
Manuel Laguarda, miembro del Comité Central y del Comité Ejecutivo del Partido Socialista de Uruguay