Escribe: Pablo Oribe Secretario de Mensaje Político y Comunicación
Cuatro espantosas palabras…
Las clases bajas huelen.
George Orwell, El Camino de Wigan Pier (1937)
Federico Kukso, en su libro “Odoroma”, sostiene que los olores son construcciones culturales, y que no existen buenos o malos olores, sino olores simplemente diferentes. Como todo lo que nos diferencia, el olor también es usado para distinguir colectivos sociales y marcar la superioridad de unos sobre otros.
Nuestra sociedad occidental, que niega el olor natural del cuerpo, ha realizado un proceso de desodorización: nos aplicamos desodorantes, al levantarnos, para ocultar el olor natural del cuerpo y perfume, antes de salir, para reemplazarlo por uno mejor. Por más habituados que estemos a hacerlo, esta práctica es puramente cultural y se difundió recientemente, en el siglo XX. Del mismo modo, esta práctica es especifica de la cultura occidental, ya que cada pueblo tiene una relación propia con el olor; por ejemplo, las personas del sudeste asiático no usan desodorantes para cubrir el olor natural de sus cuerpos.
Percibir un olor no es, únicamente, un fenómeno fisiológico, sino también, un fenómeno cultural. Más aún, las distinciones entre mal o buen olor son construcciones históricas que se asocian con las ideas predominantes en una determinada sociedad.
Sentimos, miramos, escuchamos, degustamos y olemos
Conocemos el mundo por medio de nuestros sentidos; sentimos, miramos, escuchamos, degustamos y olemos. A partir de la revolución científica y con la invención del telescopio, el ojo se erigió en el sentido más importante de todos. Sin embargo, el sentido del olfato es también una fuente de conocimiento. Por ejemplo, el olor nos ayuda a entender nuestra historia; la llegada de los europeos a América fue motivada por la búsqueda de nuevas rutas para llegar a las islas de las especias.
No solo las distintas sociedades, sino también, las clases sociales, tienen diferentes categorías olfativas que se vinculan con dimensiones políticas, económicas y, obviamente, culturales. El olor es entonces una construcción vinculada al poder que se ha empleado históricamente para diferenciarnos de “los otros”, estigmatizar, dominar, discriminar e insultar. En definitiva, el olor es también escenario de la lucha de clases.
En las sociedades esclavistas coloniales de Argentina, Brasil y Uruguay, la palabra guaraní “catinga” era usada tanto para definir tanto el olor de transpiración de animales, como el olor de los negros esclavos. Muchas expresiones coloquiales aún persisten y muestran un odio de clase que sigue vivo. En nuestros países, olores como el del choripán o las tortas fritas se asocian despectivamente a los movimientos sociales y populares, por su presencia en actos, marchas y reuniones.
El miedo a lo diferente, a los extranjeros o bárbaros, es una de las herramientas utilizadas por las sociedades para la construcción de una identidad propia. El olor contribuye a esa distinción: los “otros” son los que huelen mal, los que apestan. El “olor a judío” fue utilizado como pretexto para discriminarlos; su supuesta pestilencia era asociada a su falta de moral. La política racista del olor ayudó a la tarea de marcar a los judíos como indeseables ante la sociedad y, legitimar así, su persecución.
Olor y clases sociales
Las desigualdades sociales en las sociedades actuales son cada vez más profundas y se expresan de múltiples maneras, incluso en la dimensión olfativa.
Una muestra de ello, es la historia contada en la película “Parásitos” del director surcoreano Bong Joon-ho. En ella, los protagonistas se las ingenian para introducirse en la casa de los ricos inventando una nueva identidad. Sin embargo, lo único que no logran ocultar es su olor. Se compran ropa, adaptan su forma de hablar, cambian sus modales… pero el olor propio de su clase social es la diferencia última que no puede ser disimulada.
El objetivo de este artículo es invitarlos a reflexionar sobre algo en lo que no se habían detenido antes. El olor puede ser usado como una herramienta para dividir y reforzar las desigualdades. Si queremos construir una sociedad más inclusiva, debemos ser conscientes de la imaginación de los hombres para construir barreras que distinguen una sociedad de otra, una clase social de otra. El olor nos diferencia, sí, pero no nos separa.