Escribe Florencia Salgueiro
Alrededor de la muerte hay un montón de dogmas. Hay un velo de misticismo alimentado por nuestros miedos y nuestro deseo de evitar el tema. Hay verdades que parecen incuestionables. Hablar del tema es de mal gusto. Pero la muerte, en el fondo, es también una cuestión de libertades.
Todos nos vamos a morir, tarde o temprano. El número total de muertes nunca cambia: toca una por cabeza. En general estamos de acuerdo en que es mejor morirse tarde que temprano. Nuestra legislación y sistema de salud coinciden en hacer los máximos esfuerzos para ayudar a las personas a retardar la muerte lo más posible. Sin embargo, sobre las maneras de morirse no encontramos un consenso semejante. Existen quienes, ante una enfermedad terminal, querrían disfrutar de la vida hasta el último minuto, y quienes preferirían no alargar el sufrimiento cuando no sea posible llegar a un alivio que encuentren aceptable. Sin embargo, nuestro orden jurídico no contempla la posibilidad de que una persona prefiera anteponer la calidad de a la duración de su vida. Solamente ofrece un camino único a la enorme variedad de sentimientos por los que una persona puede pasar en el final de sus días.
Sería tranquilizador pensar que los avances de la medicina paliativa pueden vencer a la naturaleza, y eliminar todo el dolor por el que puede pasar una persona con una enfermedad terminal. Sin embargo, si escuchamos las voces de los pacientes, es claro que ese objetivo no ha sido alcanzado todavía, que la tecnología, los fármacos, los tratamientos y las terapias representan una diferencia enorme en su bienestar físico y mental, pero tienen sus límites. Silenciar las voces de los que padecen para mantener viva la ilusión de que vencimos a la enfermedad y al sufrimiento es una postura que solo puede ser calificada, en el mejor de los casos, como infantil, y en el peor, como cínica.
Pecan de la misma hipocresía los que declaran que la muerte “natural” es la única opción. ¿Qué pasaría si aplicásemos el estándar de “dejar que la naturaleza siga su curso” en todos los ámbitos de nuestra vida? Natural es la erupción de las muelas de juicio, que muchas veces se inflaman y hacen que las personas sufran terribles infecciones y dolores. Por suerte, ningún sádico propone que nos resignemos a padecerlas sin intervenir, ni la sociedad se dedica a manipular al doliente, tratando de convencerlo de que la única alternativa es aceptar la situación en la que la naturaleza lo puso.
La vida es sagrada en tanto el individuo así lo sienta: sólo a él le corresponde decidir cuándo deja de serlo, porque la vida es un derecho y no una obligación. La decisión debería estar en manos del individuo, no corresponde decidir ni a su familia, ni a los médicos, ni al Estado. No existe piedad ni compasión en obligar a una persona que sufre terriblemente a vivir en contra de su voluntad. Quienes niegan la posibilidad de que un paciente pueda, ante circunstancias desesperadas, desear la muerte con sinceridad, se arrogan a sí mismos la capacidad de tutelarlo, de determinar qué es lo que en realidad está sintiendo, cómo debe vivir sus últimos días. En lugar de admitir que la persona es la que mejor sabe sobre sí misma, la subestiman y la infantilizan. Esa dinámica de poder está en las antípodas del respeto que merece quien está cercano a la muerte. Esta posición es antiliberal, totalitaria, y sostiene que hay una sola manera de enfrentarse a la vida y la muerte, y que esa manera debe ser impuesta a toda costa. Si creemos que cada persona es radicalmente libre de elegir su destino, es incoherente pensar que no merece decidir cuándo soportar el sufrimiento y cuándo terminarlo.Cuidados paliativos, voluntades anticipadas, eutanasia y suicidio asistido no son opciones contrapuestas, sino que deberían ser todas parte del abanico de opciones a las que una persona pueda libremente acceder cuando el final de su vida es inminente.Querer mantenerse en vida mientras el alivio sea posible, y elegir terminarla cuando ya no lo sea, debería ser parte de los derechos que les reconocemos a las personas. Esto puede tener lugar con reglas claras, que permitan a los profesionales de la medicina actuar según su formación, sus valores y su consciencia, y que lleven a un tratamiento homogéneo de los habitantes de este país, sin prácticas ilegales que son un secreto a voces.
No se trata de inventar la rueda: existen países en el mundo donde la eutanasia es legal desde hace más de 20 años, de los que podemos aprender tanto en legislación como en la implementación, evitando sus errores y recogiendo sus éxitos. Las predicciones fatalistas de quienes se oponen a la eutanasia no se han cumplido en estos lugares: su uso sigue estando estrictamente regulado, y goza de amplia aprobación en sus sociedades y entre sus profesionales de la salud. Además, la legalización de la eutanasia permite a estos países tener una transparencia mucho mayor a la que existe en Uruguay sobre los fallecimientos actualmente. Los procedimientos están mucho más claros tanto para los pacientes que la desean como para los médicos, tanto practicantes como objetores, que pueden atenderlos sin temor a caer en las “zonas grises” de legalidad que son pan de cada día en nuestro país, y las autoridades pueden llevar estadísticas mucho más confiables a través del registro adecuado que las leyes imponen.
Al momento de la escritura de este artículo, existen dos propuestas para legalizar la eutanasia en Uruguay: uno presentado por el diputado colorado Ope Pasquet en marzo de 2020[1], y otro por la bancada de diputados del Frente Amplio en diciembre de 2021[2]. Mientras que el primero tiene un alcance más limitado, disponiendo solamente la exención de responsabilidad para los médicos que lleven a cabo procesos de eutanasia, el segundo va más allá, estableciendo la muerte digna como un derecho que debe ser garantizado por el Estado. Las similitudes entre ambos son importantes, de todas maneras: se fundamentan en la libertad y la dignidad de las personas, establecen plazos, procedimientos y responsabilidades de los actores involucrados, y delimitan quiénes podrían solicitar la eutanasia, además de coincidir en que ningún médico debería estar obligado a practicarla. Entre ambos existe un acuerdo en reconocer que una persona mayor de edad, que tenga la capacidad psíquica para tomar decisiones sobre sí misma, cuya muerte sea inminente y su sufrimiento intolerable, tiene derecho a solicitar que se la asista para morir. Es posible que exista un trabajo conjunto para unificar ambos proyectos, lo que demostraría que la llama del Uruguay pionero en derechos, con políticos que responden a las necesidades de la población, todavía no está apagada.
Merecemos un debate profundo sobre en qué situaciones la libertad de acceder a la eutanasia debería ser un derecho, sobre la autonomía corporal, el rol de la medicina y sobre la dignidad en el fin de la vida. Que proponga garantías para el ejercicio de los derechos con la mayor de las libertades para la diversidad de personas que forman parte de esta comunidad política. Una verdadera deliberación política, desde la filosofía, la moral y los Derechos Humanos, que a su vez tome en cuenta todas las lecciones aprendidas y datos disponibles de otros países donde la eutanasia y el suicidio asistido existen hace décadas, porque al fin y al cabo tampoco estamos inventando la pólvora. Si queremos un futuro en el que seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres, no podemos aceptar que la discusión sobre el final de la vida sea desde el miedo, el tabú y la vergüenza.
Las personas con enfermedades terminales tienen obstáculos evidentes para estar en el centro del debate público, lo que es conveniente para aquellos que solamente los ven como objetos de caridad y no como sujetos de derechos. Quienes acompañamos a un familiar, amigo o compañero que sufrió innecesariamente antes de su muerte porque la sociedad le dio la espalda tenemos la responsabilidad de levantar esta bandera en su memoria, por todas las personas que hoy en día querrían tener el control sobre su muerte y no lo tienen, a pesar del dolor y en virtud del amor.
La legalización de la eutanasia no es solamente un imperativo moral, sino una causa que es popular entre los uruguayos. La aprobación de la legalización de la eutanasia en la sociedad uruguaya es incomparablemente alta: según encuestas llevadas a cabo por Equipos Consultores a solicitud del Sindicato Médico del Uruguay, el 82% de la población[3] cree que debería existir una ley que permita que los médicos puedan asistir en la muerte de una persona con una enfermedad en fase terminal, que causa grandes sufrimientos y le causará la muerte en poco tiempo. Entre los médicos, también el 82% estaría a favor, mostrando una gran coincidencia con la población general[4]. ¿Qué otro tema en la agenda pública tiene niveles tan grandes de consenso en personas de diferente afiliación partidaria, edad o religión?¿Cómo puede ser que nos sigamos demorando en responder a este reclamo?
Un Uruguay más justo con sus habitantes, que les permite decidir con más libertad, es posible. Estamos a las puertas de un Uruguay menos hipócrita, donde las personas están en el centro, y donde nadie se arroga el poder de imponer a otro cómo morir. Depende de nuestros representantes estar a la altura de lo que la moral y la población uruguaya les reclaman.
[1]Eutanasia y Suicidio Médicamente Asistido. Repartido 28, marzo de 2020. Comisión de Salud Pública y Asistencia Social. Disponible en: https://parlamento.gub.uy/documentosyleyes/ficha-asunto/145735/ficha_completa
[2]Eutanasia. Repartido 600, diciembre de 2021. Comisión de Salud Pública y Asistencia Social. Disponible en: https://parlamento.gub.uy/documentosyleyes/ficha-asunto/153461
[3]SMU (6 de junio de 2020) El 82% de los uruguayos está de acuerdo con la eutanasia y el 62% con el suicidio asistido según encuesta realizada por SMU. Disponible en:https://www.smu.org.uy/el-82-de-los-uruguayos-esta-de-acuerdo-con-la-eutanasia-y-el-62-con-el-suicidio-asistido-segun-encuesta-realizada-por-smu/
[4] SMU (28 de agosto de 2020) El 82% de los médicos está de acuerdo con la eutanasia según una encuesta encargada por el SMU. Disponible en:https://www.smu.org.uy/el-82-de-los-medicos-esta-de-acuerdo-con-la-eutanasia-segun-una-encuesta-encargada-por-el-smu/