Escribe Manuel Laguarda | Integrante del Comité Central y Comité Ejecutivo Nacional
La apelación al voto frenteamplista por la lista 90 y por la candidatura de Gonzalo Civila a la presidencia del FA aparece unida a la consigna y al llamado de un Frente que se anime. Esto lo podemos visualizar a tres niveles:
– Como una manera de construir la unidad frenteamplista,
– Como una manera de entender la derrota electoral de 2019,
– Como una manera de encarar las perspectivas de los próximos años.
La unidad frenteamplista pasa por generar consensos en torno a posiciones que pueden ser a veces disímiles en su punto de partida -legítimamente-, por la propia diversidad que es en sí, la riqueza de la fuerza política. Ésta remite a su vez a la diversidad de marcos referenciales e ideológicos, o a la complejidad de la vida misma.
Algunas veces la búsqueda del consenso requiere que las posiciones se conozcan o se expliciten, para que a partir de ellas y a través del diálogo fraterno e inteligente, construirlo. Muchas veces, esta es la forma de poder abrirnos a otros puntos de vista, para conocer mejor la realidad y avanzar; entendiendo que a priori el negacionismo, apelando por ejemplo a hacerle el juego a la derecha, es siempre una mala solución.
Esto vale, por supuesto, para la discusión sobre la autocrítica del ciclo progresista o sobre las perspectivas, pero también puede aplicarse a temas de la coyuntura. Un reciente ejemplo de esto, es la declaración en la que el Partido Socialista condenó la farsa electoral del 7 de noviembre en Nicaragua, porque golpea un aspecto identitario nuestro, como lo es la articulación de la transformación social con la vigencia de las libertades. También en temas como éste, la construcción de consensos puede requerir que se expliciten las posiciones.
La candidatura de Gonzalo y la presentación de la lista 90, son la traducción y la explicitación de las posiciones que el PS impulsa en las discusiones que el FA viene dando, luego de la derrota de hace dos años. A propósito de la autocrítica del ciclo progresista, repaso algunas de estas ideas y aportes.
La historia comparada muestra que todas las experiencias de izquierda que llegan al gobierno por la vía democrático electoral, siempre se ven confrontadas a la tensión dialéctica entre 2 polos: avanzar en la aplicación del programa de cambios vs mantener y ampliar la base social. Se busca la amplitud para ganar en los procesos electorales y se afectan intereses sectoriales en el gobernar. El proceso de transformación se sostiene y profundiza en la medida que se logre manejar adecuadamente esta tensión.
Avanzar implica afectar intereses, agudizar el conflicto, y por tanto alejarse de determinados apoyos sociales, pero eventualmente afirmar y conquistar otros. También conlleva el riesgo de ser enfrentado por los diversos factores de poder que se oponen al cambio y ser objeto de su acción desestabilizadora. Mantener y ampliar significa intentar no generar más adversarios, intentar no agudizar el conflicto para no perder apoyos sociales, y ganar paz para comenzar el proceso de cambios, pero se corre el riesgo de decepcionar y frustrar expectativas, y terminar siendo prisionero de las reglas del sistema que se pretende transformar.
Avanzar en el proceso de transformación requiere la posibilidad de construir un consenso en torno a la necesidad y pertinencia del mismo. Se requiere el consenso activo de las mayorías populares para que el proceso de cambios continúe y se fortalezca; en caso contrario no hay transformación social. Pero hay medidas que afectan a unos u a otros, y en ese juego de opciones se crea, se consolida o se destruye la conquista de las mayorías o la hegemonía en el plano de las ideas o del sentido común en la sociedad. Esa tensión se vivió en varios momentos durante nuestros quince años de gobierno, inclusive con la implementación de medidas que estaban claramente pautadas en nuestro programa, pero que no por eso dejaron de ocasionarnos conflictos. Con corporaciones o sectores afectados -algunos del bloque dominante, pero otras del bloque popular alternativo-, por supuesto con los partidos de derecha, y en nuestra propia interna, como fueron la Reforma de la Salud y la Reforma Tributaria.
Desde esta perspectiva, cabría por tanto preguntarse críticamente, si no debimos avanzar más en nuestras transformaciones sociales, económicas e institucionales, aún a costa de agudizar el conflicto con el bloque dominante, haciendo uso de las mayorías políticas legítimamente conquistadas y del amplio respaldo social del movimiento popular, para consolidar nuestro proyecto; y si al no hacerlo, permitimos que se crearan las condiciones para nuestra derrota política y electoral. Deberíamos cuestionarnos además, dónde estuvieron las fallas de la fuerza política y por qué no tuvimos capacidad de producir una síntesis que nos permitiera superar estas tensiones.
A veces se quiere explicar lo anterior diciendo que la izquierda debe correrse al centro para ganar o mantener las mayorías sociales o electorales. Consideramos que esa, es una formulación equivocada, en todo caso hay que tratar de que sea el “centro” social o electoral quien se corra a la izquierda. Mejor todavía, es decir que la izquierda, si aspira a construir la hegemonía de sus ideas como nuevo sentido común, debe en cada coyuntura -paso a paso-, hacer la mejor síntesis posible de los intereses de clase dentro de los sectores del Bloque Popular Alternativo, para poder consolidar en algunos momentos y avanzar en otros, aislando a las expresiones políticas de las clases dominantes. Acá hubo fallas nuestras, fallamos en ambos aspectos, en el avance y en la acumulación.
Los sectores populares podían vivenciar, más allá de los avances, que había necesidades insatisfechas, también los sectores medios podían percibir como excesiva la presión impositiva. Sobre todo en estos sectores medios, las mejoras innegables en términos de bienestar constituyeron rápidamente “un piso cuasi natural” sobre el que proyectar nuevas necesidades, lo que por otra parte es lógico. Además ambos sectores, podían compartir la percepción de que no se afectaba lo suficiente al gran capital, el cual era necesario captar para mantener el flujo de inversiones.
Tuvimos fallas en la generación y difusión de un discurso que diera cuenta de dónde venimos, lo que hicimos y a dónde vamos, que fuera claro, convocante, generara identificaciones y construyera identidades; eso no lo hace solamente un programa, que por supuesto es imprescindible tenerlo y elaborarlo. Faltaron ideas fuerza que marcaran el rumbo y entusiasmaran, o que permitieran aprehender o globalizar lo que queríamos.
Esto se vincula con las carencias para proyectar un rumbo que recuperara la carga ideológica del proyecto, que se vio debilitada en los últimos años. No vamos a persuadir ni a generar consciencia con la pureza de las formulaciones ideológicas, pero de ellas salen las mediaciones, las ideas, las imágenes y los relatos que pueden entusiasmar. Cuando las grandes mayorías internalizan en su propio ideal esos ideales, se construye la hegemonía.
El dejar de lado el nivel ideológico, que podía aparecer despejando el camino para volcar las energías a la labor de gobierno y que podía alejar el encuentro con incertidumbres, aspectos no resueltos y diferencias entre nosotros, tuvo consecuencias al final negativas para el proceso de acumulación.
La ausencia de un rumbo claro, la pérdida de entusiasmo e identificaciones colectivas, paradójicamente, alimentaba las divisiones basadas en perfilismos o intereses individuales y en el imaginario se iba instalando la idea de que no éramos fuerza de transformación, sino un partido más que aspiraba a gobernar; y a su vez nosotros nos dejamos instalar en esa perspectiva, confiando en que alcanzaba ser los mejores en ella. El espacio lo ocupaba la gestión de gobierno y en la coyuntura inmediata, se consolidaba una tecnoburocracia y se alejaban recíprocamente el gobierno, el Frente Amplio y la base social. La perspectiva a mediano plazo que se mantenía era la del siguiente ciclo electoral.
Sin desestimar esas instancias, centrales en la vía que hemos asumido, a veces sucede que el encarar un objetivo estratégico puede no acompañarse de seguridades en el cálculo electoral inmediato, aunque en la gran perspectiva se entienda que estas opciones son correctas y también puedan implicar crecer en lo electoral. Esto se manifestó en las vacilaciones para seguir adelante con el proyecto de Reforma Constitucional del año 2016, las dudas sobre cómo incidiría en el cálculo electoral para 2019 detuvieron el proceso.
Dejar de lado la lucha ideológica y cultural se asoció con una suerte de desmentida del declive, una creencia soberbia y omnipotente de que la ciudadanía al final iba a valorar la mejor gestión o la mejor calidad humana y técnica de nuestros cuadros, y que nos iba a votar nuevamente. Esto se asocia con las dificultades para la autocrítica desestimada como “autoflagelación” o ”hacerle el juego a la derecha”. Una lectura adecuada de estas tensiones y su resolución, debió trascender una concepción mecánica-burocrática, que a veces se impuso al momento de evaluar las condiciones existentes para avanzar en tal o cual transformación y en nuestra articulación y alianza con el movimiento social. Por supuesto que un proceso de este tipo nunca es lineal o perfecto, siempre hay tensiones.
A nivel macro, o sea desde la formación económico social, se pueden con más facilidad deslindar campos, por ejemplo desde la oposición de proyectos o de bloques; desde la coyuntura y sobre todo cuando se ejerce el gobierno hay una mayor complejidad. La contradicción -secundaria desde la gran perspectiva, pero real y acuciante desde la coyuntura- puede darse entre los intereses sectoriales y corporativos y el gobierno. El gobierno -y a su nivel la fuerza política-, articula los intereses sectoriales, desde la perspectiva de un proyecto nacional. Por supuesto, nunca hay neutralidad, siempre hay una perspectiva de clase, en este caso las del bloque popular alternativo, que a su vez, es una articulación de clases.
Nunca va a ser mecánica -a priori-, la correspondencia entre la acción del gobierno y la de un movimiento que defiende un interés particular, articular estos intereses y conflictos es central para la acumulación cuando se es gobierno. Construir hegemonía, en el sentido gramsciano, no es entonces trasladar mecánicamente intereses sectoriales; y en ese sentido, siempre está la dimensión del conflicto, sobre todo en una sociedad democrática y compleja. Resolver los conflictos, articularlos, en suma construir la hegemonía, es tarea de la política, y el resultado nunca es perfecto. Pero ahí estuvimos lejos de alcanzar la mejor síntesis y esa es también una de las raíces de la derrota.
De este análisis surgen las perspectivas a las que se convoca al Frente a animarse. Animarse a discutir más, a encarar y no negar los problemas o dificultades; animarse a abrirse más a la sociedad, articular el bloque popular alternativo no desde la imposición de una pretendida vanguardia, sino desde el diálogo que integra, también para construir poder popular.
Animarse a abrirse a los feminismos y las diversidades.
Animarse a avanzar más en la descentralización, la gestación y transferencia de poder desde lo local y municipal, y del reconocimiento de los diferentes interiores, cada uno, una realidad y desde allí se deberán gestar las políticas para los territorios.
Animarse a jerarquizar a los comités de base, y al mismo tiempo integrar a las estructuras del Frente a los colectivos, las redes, los grupos de acción temáticos, así como a la participación de la Juventud y a las formas de acción en el tercer nivel de gobierno.
Animarse a revitalizar al frenteamplismo y al movimiento, a los y las frenteamplistas. Abrirse a la renovación de las ideas, de los dirigentes y a la integración de las diferentes generaciones.
Animarnos más a ser oposición al actual gobierno, que hemos caracterizado como neoliberal autoritario y como la expresión más desembozada de los intereses de la burguesía. Animarnos a derrotar los 135 artículos de la LUC y después de esto, elaborar, en diálogo con la sociedad, una propuesta abarcativa para el país, un nuevo modelo de desarrollo alternativo que nos permita avanzar y crear las precondiciones de una sociedad cualitativamente distinta a la actual; qué sea más justa y radicalmente democrática, lo cual supone cambios en lo económico social y en la dimension politico-institucional.
La transformación y diversificación de la matriz productiva, el desarrollo local y descentralizado, la dimensión medio ambiental, la propiedad autogestionaria y cooperativa, la apelación al ahorro nacional y la profundización de los derechos y de la democracia, entre otros aspectos, tendrán allí su lugar. Esto implica un proyecto de futuro, el Uruguay del Segundo Centenario, que pueda concitar las identificaciones, el entusiasmo colectivo y las ideas fuerza que nos faltaron en etapas anteriores, elementos esenciales para dotar de sentidos a la acción política transformadora.
La elaboración de esta propuesta va más allá de nuestra fuerza política, nos incluye e implica al mismo tiempo apelar al diálogo y al aporte de otros actores , de la academia y de las múltiples voces de la sociedad. Una posibilidad que puede surgir del diálogo con el movimiento social, es que este proceso que podríamos ubicar en los años 2022 y 2023, pueda culminar en un espacio similar a lo que fue el Congreso del Pueblo.
Al mismo tiempo habrá que considerar la alternativa de que esta propuesta -forjada, difundida y asumida de esta manera-, en sus aspectos que hacen a la ampliación de derechos y a la profundización y perfeccionamiento de la democracia, pueda traducirse y encontrar una forma de expresión en una iniciativa popular de Reforma Constitucional, presentada mediante el mecanismo de las firmas del 10 % de la ciudadanía a plebiscitarse junto a la elección de 2024.
En definitiva, animarnos a pensar en un futuro poscapitalista para nuestro país.