Gonzalo Civila
El año 2020 quedará grabado a fuego en la historia de la humanidad como el año en que una pandemia cambió la vida de miles de millones de personas en todo el mundo, interpelando lógicas y dinámicas instaladas.
Ojalá una mirada más profunda nos permita también comprender que fue el año en que esa misma emergencia global expuso brutalmente, y agudizó, las enormes desigualdades estructurales que el capitalismo no cesa de producir, y otros muchos dramas y patologías sociales propias de una grave crisis civilizatoria que precede y persistirá a la pandemia.
En Uruguay, nuestra memoria política lo registrará además como el año en que empezamos a sentir los drásticos efectos de una dura derrota.
A veces cuesta discernir (y bien lo ha aprovechado el gobierno) las consecuencias directas de la pandemia de los efectos que han provocado las políticas ejecutadas -de forma deliberada- por la coalición que dirige los destinos del país. Lo cierto es que hay un punto en que pandemia y políticas públicas se solapan y es precisamente el de la gestión política de la crisis sanitaria, económica y social que atravesamos.
No es cierto que haya una sola forma de pararse frente a las calamidades que trajo el virus, y tampoco es cierto que muchas de esas calamidades no sean evitables o atenuables.
Hasta ahora el gobierno nacional decidió no desplegar una política contundente de protección social y simultáneamente definió impulsar a través de la LUC, las pautas salariales y el presupuesto, un proyecto de clase, marcadamente antipopular, profundamente regresivo para las mayorías.
Estas decisiones tienen consecuencias de todo tipo, también sanitarias. Por poner tan solo un ejemplo, una estrategia fuerte de protección social es condición necesaria de una política universal de reducción de la movilidad, cuidado y autocuidado. Si los niveles de protección son débiles y “quedarse en casa” no es una alternativa real para cientos de miles de personas, si el mercado es el factor absoluto para definir si abrir o cerrar perillas, no hay responsabilidad individual que pueda salvarnos.
Durante estos meses hemos visto, como pocas veces, el enorme poder de la ideología. A través de los lentes burgueses del gobierno algunas realidades se ven y otras no se ven, se oscila entre el exitismo, la frivolidad y la culpabilización de los demás, se confunde comunicación con marketing, y sobre todo se imponen con soberbia marchas y contramarchas arbitrarias, sin criterios claros que puedan ser discutidos o compartidos por nadie. Todo esto implica un retroceso democrático y empobrece la calidad de la discusión pública, concentrando cada vez más el poder en pocas manos.
Pero no quiero dedicarme aquí a caracterizar la base de clases, la ideología y las políticas de este gobierno, cosa que venimos haciendo mes a mes y en todos los espacios donde tenemos oportunidad. En continuidad con el editorial del mes pasado sobre la unidad social y la unidad política, y en el marco de una línea de análisis autocritico que venimos impulsando, me propongo esta vez reflexionar sobre el posicionamiento de nuestro Frente Amplio.
Sin dudas que el escenario de derrota, sumado al de pandemia, han dificultado y mucho nuestra acción política en estos meses. Tiempo tienen las cosas, pero además es razonable que existan estas dificultades, porque aprender, desaprender y reubicarnos, no son movimientos sencillos. Alguien podría decir que para el contexto lo venimos haciendo bastante bien. Sin embargo, creo que todos podemos coincidir en que en el futuro inmediato debemos hacer algo distinto y más disidente.
Desde el Frente Amplio insistimos, durante estos meses, con la necesidad de un diálogo entre diversos actores sociales y políticos en torno a medidas integrales para abordar la situación de emergencia. Muchas de nuestras ideas fueron incluso plasmadas en proyectos de ley o minutas de comunicación presentadas en el Parlamento de la República. La propuesta de generar una renta básica transitoria para las y los trabajadores que han visto afectado su empleo o salario, es tal vez la más emblemática. Todo eso está muy bien y seguiremos por este camino, pero las decisiones en esta materia le corresponden a un gobierno que no ha compartido este enfoque y estas prioridades.
Simultáneamente nuestra militancia en todo el país sigue abocada a responder a la emergencia con solidaridad organizada y últimamente hemos dado un paso más con iniciativas como las del gobierno departamental de Montevideo que muestra con claridad, dentro de sus competencias y posibilidades, una forma alternativa de pararse frente a la crisis.
No obstante, hay algunos problemas que de no abordarse pueden ser muy negativos para el futuro del Frente Amplio y por ende del país. Por momentos hemos visto como en la desesperación frente al bloqueo informativo y la situación de cierto aislamiento político que padecemos, aparece la tentación de buscar mejorar políticas de gobierno que no compartimos, presentar alternativas intermedias que no nos conforman, o simplemente privilegiar la corrección política respecto de la expresión honesta y democrática de nuestras diferencias y puntos de vista.
En esta misma dirección hemos transitado debates complejos, sin suficiente convicción y cohesión, bajo la premisa táctica de ocupar los espacios que generan las contradicciones internas de la coalición gobernante.
El proceso de discusión y toma de posición de nuestra fuerza política sobre la decisión de múltiples organizaciones del movimiento popular de impulsar un referéndum contra la LUC, tampoco estuvo exento de algunas de estas dificultades.
En este 2021 el Frente Amplio cumplirá sus primeros 50 años, y a lo largo de estas cinco décadas ha pasado por etapas muy diversas y desafiantes. Hoy nos enfrentamos a un contexto nuevo y el segundo medio siglo del Frente será sin dudas muy diferente al primero. Para transitarlo necesitamos de una brújula bien calibrada.
Deberemos priorizar las alianzas sociales, construidas desde la base, por sobre las alianzas con otros espacios político-partidarios, que si bien no deben descartarse son infinitamente más improbables, salvo que quisiéramos construir una suerte de posfrentismo social-liberal.
Deberemos apuntar a la construcción de una nueva y más rica unidad social que a su vez nos permita fortalecer y reconfigurar nuestra unidad política.
Deberemos priorizar las periferias, las situaciones fronterizas y las diversas realidades que existen en el país profundo, superando el sesgo mesocrático y metropolitano de nuestra agenda política.
Deberemos estimular el debate ideológico sobre el rumbo y el proyecto histórico, sobre el para qué y el cómo de nuestra lucha política, promoviendo la diversidad y el pluralismo interno y a su vez entablando un diálogo fecundo con la sociedad sobre un proyecto de país y una visión alternativa del mundo.
Deberemos ser constructores y portadores, con otros, de una ética de la convivencia radicalmente humanista, feminista y democrática, que se materialice en iniciativas concretas de pedagogía y construcción colectiva, desafiando en este rincón del mundo los modos hegemónicos de producir, trabajar, distribuir, consumir y relacionarnos entre nosotras y nosotros, y con la naturaleza.
Deberemos propiciar un nuevo diálogo intergeneracional que renueve formas y contenidos de nuestra praxis política, forjando una nueva concepción de la gobernabilidad de izquierda, menos burocrática, más participativa, innovadora, instituyente y disruptiva.
Deberemos marcar con contundencia nuestra posición política, priorizar lo estratégico sobre lo táctico, lo colectivo sobre lo individual, el proyecto sobre los espacios, y sobre todo organizar una acción capilar que produzca y articule poder popular.
Deberemos ser más claros y menos temerosos porque sin claridad y sin valentía no hay izquierda.
Como nos enseñara Vivian Trías: “(el pueblo oriental) ha creado el instrumento de su liberación. Desde nuestra óptica, la Revolución Uruguaya pasa por el Frente Amplio, aunque aún haya mucho que unir y organizar en el seno de las clases explotadas”. Con esa convicción vamos por un Frente Amplio que, otra vez, camine sobre sus propios pies que son, en definitiva, los de las mayorías sociales.