Escribe Sebastián Sansone | CS Vivian Trías
El reconocimiento es una situación de absoluta trascendencia cuando se quieren fijar determinados objetivos concretos. Reconocer es visibilizar, es materializar una situación que antes de ello era, como máximo una idea y como mínimo, una situación de invisiblización. Por ejemplo para poder dar con la lucha feminista el primer paso fue visibilización, el reconocimiento de una situación de opresión y por eso es que llegamos a las máximas sustantiva y clave de Rosa Luxemburgo.
Mi aporte aquí viene atado de la preocupación de la existencia de otros invsibilizados que conectan en su esencia con nuestra convicción socialista, superadora en varios aspectos pero sobre todo superadora de prejuicios, con nuestra premisa de socialismo nacional e integrador.
Si miramos alrededor de nosotros veremos entonces la situación de diferencias en términos de presencia. Lapresencia, es decir, el estar en el lugar, también puede pensarse en este sentido:
¿cuántas personas tienen la oportunidad de llegar a una educación, trabajo o una inserción social digna?
Lo que se conoce como multiculturalismo busca lograr la unidad de la diferencia y la emancipación paulatina de los otros culturales históricamente dominados, fomentando y promoviendo para ello la coexistencia pacífica de diferentes culturas dentro de un Estado. En este sentido Angela Davis había sido clara cuando vino a Uruguay y su idea queda reflejada en este fragmento que toca tres pilares significativos “Las alternativas que no aborden el racismo, la supremacía masculina, la homofobia, los prejuicios de clase y demás estructuras de dominación no conducirán, en último término, a la descarcelación”. A la vez figuras como Rigoberta Menchú retratan este pasaje de visibilidad y este cambio de relevancia de los movimientos sociales; las culturas dominadas cobraron conciencia de su dominación. Entonces, hablemos de clase y etnia y cómo abordarla en el siglo XXI.
Clase y etnia
Si bien es un paso importantísimo la situación de visibilización, el primer problema del multiculturalismo es que presenta una gran contradicción. En el discurso busca la “liberación” de las culturas dominadas y promueve políticas afirmativas para dar visibilidad a las culturas dominadas, que como se vio se reconocieron como tales, pero en la práctica, sin embargo, el Estado que aplica el multiculturalismo en su interior se afianza aún más como Estado. El Estado (occidental) “pertenece” a una cultura hegemónica; entonces si es un Estado-nación el que “reconoce” a la otredad no es para lograr una emancipación de esos que reconoce, sino para “sobrevivir” un poco más como Estado-nación y ese reconocimiento sirve como válvula de escape para las tensiones. Por ejemplo, la Constitución de Colombia en su Artículo 7 dice que: “El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana”, (léase: la cultura occidental dominante, debe proteger a las culturas dominadas, bajo el nombre eufemístico de “diversidad étnica y cultural).
Cuando se observan las categorías teóricas fundacionales del pensamiento marxista, el concepto de Estado pertenece a la superestructura, al plano de ideas que se construye sobre el marco de determinados determinantes económicos. Así entendido vemos que precisamente un Estado que se transforma en administrador de la otredad es un Estado que se pronunciará a favor de los intereses de la clase que posea los medios de producción lo cual, en Uruguay, es complejo pues son los hombres blancos los que lo tienen en su mayoría y construyen y refuerzan las ideas hegemónicas de invisibilización.
Si se pretende la coexistencia pacífica: ¿Por qué debe haber una cultura que deba proteger a otra? ¿Acaso las culturas dominadas no son lo suficientemente “racionales” para autogobernarse? ¿Por qué a estas culturas dominadas no se les permite tener una organización diferente dentro de un territorio de la forma en que ellos decidan que es mejor?
Se logra de esta manera la amputación de la cultura a través del confinamiento hermético y separado en un lugar que no les pertenece a esos sujetos. No obstante, el Estado logra quedar como defensor de la libertad cultural, de los individuos y del reconocimiento de las culturas dominadas, quienes también participan de su propia dominación; así se legitima la hegemonía occidental por un poco más de tiempo, hasta tener otra justificación (excusa) adicional.
El tercer problema del multiculturalismo es la falacia de la tolerancia. El multiculturalismo adscribe a la lógica de la tolerancia, que en la práctica es “represiva”: (…) lo que hoy se anuncia bajo el nombre de tolerancia sirve, en muchas de sus más eficientes manifestaciones, a los intereses de la represión (Marcuse, 1965: 1). Y es que la tolerancia que fomenta el multiculturalismo es represiva en el sentido de los occidentales respetan y toleran a los no-occidentales, en cuanto no hagan cosas que no les “desagraden”.
Si bien en la práctica estas políticas multiculturales afirmativas fomentan la tolerancia o la coexistencia, no lo hacen con la solidaridad. De esta manera lo que se logra es separar y segregar a la sociedad, formándose islas culturales que son más fáciles de manipular que estando unidas. Se verticaliza culturalmente la sociedad: el “ellos” y “nosotros” se presenta hoy con enorme fuerza aunque de manera implícita.
Dado que las culturas y etnias dominadas han sido por mucho tiempo segregadas y hoy a raíz del multiculturalismo se las reconoce y se reencuentran con los otros dominados en cuanto a individuos alienados, se genera una “concienciade sí” y “para sí” dominada, que por supuesto es solidaria al interior pero que de ninguna manera es solidaria con los “ellos” dominantes. Se genera una gran contra dicción en el multiculturalismo que es altamente contraproducente para el Estado capitalista y es una “conciencia” indígena y afrodescendiente en cuanto a personas alienadas al sistema (a la política, la economía, su cultura, su tierra) y la posibilidad que el multiculturalismo les proporcionó de cambiar el estado de las cosas de estos grupos étnicos. Esto se hace claramente palpable en la canción de “Calle 13”: “Vamos caminando/ aquí se respira lucha/ vamos caminando/ yo canto porque se escucha”. Es decir, estando alienadas los otros culturales se tornan más fuertes porque se han dado cuenta de su existencia como alienados del sistema y por lo tanto ven la necesidad de reclamar, no para que se los integre al sistema, sino porque el sistema los deje libres para organizarse como les parezca más adecuado.
Repensando el reconocimiento
El reconocimiento tal y como se ha venido transitando es un tipo de reconocimiento de la diversidad cultural con fines utilitarios a los de la cultura hegemónica, es decir, es un reconocimiento funcional. Es un discurso perfecto que sirve para “extirpar” a los indígenas de la sociedad burguesa como si fueran células cancerosas. Se crean reservas para la libertad de los indígenas de convivir pero al interior de esas reservas no se puede matar con fines de sacrificio, cuestión que muchos pueblos indígenas consideran culturalmente válido y moralmente correcto. Entonces, ¿qué emancipación?, ¿qué identidad indígena en un territorio que es tan extraño o más aun como el que no tenían antes de la reserva?
Para que el escrito no sea simplemente un gran sentido pésame es indispensable resaltar que el tránsito del multiculturalismo deja, por ejemplo, la visibilidad de las culturas dominadas, con consciencia de sí y para sí, necesaria para que se puedan organizar. Allí puede estar la respuesta del qué vendrá. Esta concientización de que la debería dar lugar a la intensificación de los lazos solidarios entre culturas. Ya no más Estado caucásico moderador sino, y más bien, instancias dialogadas entre culturas que pueden o no aceptar a las otras.
Es indispensable tanto el reconocimiento como la redistribución para lograr igualdad y justicia social: la una sin la otra no son suficientes, deben darse ambas. El triple cruce de género, etnia y clase debería hacernos repensar la desigualdad y la injusticia en términos claros: no es lo mismo ser pobre, mujer y blanca que ser hombre, afro y pobre. Si es que hay una mano invisible, el mercado formal y legal se encarga de expulsar a la gente que no entra en los parámetros ideales hacia otro tipo de mercados: entonces no es extraño ver población afro en situaciones de desigualdad de acceso en educación, de trabajo y demás. Casi el 10% de nuestra población o, 1 de cada 10 uruguayos son afrodescendientes pero acaso hemos ¿cuántos llegan a la universidad?
Hoy hay un reconocimiento de los dominados pero la redistribución es artificial. Para comenzar el cambio hoy se tendría que impulsar una reforma seria de los centros educativos, los cuales siguen repitiendo las bases institucionales que se corresponden al Estado-nación, y no al Estado multinacional: pedagogía y performatividad. Porque al final del día las palabras sí que importan.
Como síntesis: el socialismo y la militancia en general no pueden caer en una lógica de Carabela, de “Suiza de América”, porque en Uruguay hay indígenas, hay afrodescendientes y hay inmigrantes. Resulta necesaria la incorporación para la superación de la vigente estructura de opresión.