Rusia y Ucrania. Apuntes sobre las guerra

Escribe Ramiro García JSU

1. La izquierda, sobre todo la marxista, rápidamente y casi como reflejo, ha catalogado como conflicto interimperialista a lo que está sucediendo en territorio ucraniano. La idea de fondo es que la reciente invasión rusa se trata del resultado de un prolongado conflicto regional entre dos imperialismos, el estadounidense y el ruso, quedando el territorio y sobre todo el pueblo ucraniano como principal víctima del mismo. 

La lógica de fondo es la vieja teoría leninista del imperialismo, que muy a grandes rasgos sostiene que el capital en su fase última toma la forma de imperialismo, materializado en estados imperiales que tienen como razón histórica la expansión del capitalismo por todo el globo debido a la necesidad objetiva de aumentar los espacios geográficos de acumulación de sus respectivas burguesías nacionales. De esta manera, el marxismo ha tendido a explicar los conflictos del largo siglo XX, en especial las dos guerras mundiales, que vendrían a ser disputas interburguesas para ampliar sus espacios de acumulación, y en su etapa más cruda, arrebatarselos a sus rivales imperiales. 

Este mismo esquema, más de cien años después de ser planteado, es el mismo que aplica la izquierda para entender el actual conflicto. Como si el capital y sus formas concretas fueran las mismas que las de hace cien años. 

2. Sucede que en pleno año 22 del siglo XXI, ya no existe burguesía nacional dominante, el capital dominante tanto en los países centrales clásicos como en los subdesarrollados es mayoritariamente transnacional. Esto es un quiebre sustancial con la teoría leninista, desarrollada en una etapa en donde el capitalismo aún no se había concentrado ni centralizado al punto de emerger de su propio desarrollo una clase burguesa internacional, clase que hoy día si existe.

En palabras de Rolando Astarita economista argentino, basándose en los planteos de Ernest Mandel y Giovanni Arrighi,  

“tal vez la transformación más importante en lo que atañe a las relaciones entre las potencias haya sido que en la posguerra la centralización del capital dejó de ser ‘nacional centrada’ y pasó a ser internacional. Fue ese cambio el que indujo a Arrighi, a fines de los setenta, a plantear que la integración económica vía la inversión directa, que se había desarrollado en la posguerra bajo hegemonía de Estados Unidos proporcionaba una base estructural que explicaba la ausencia de guerras inter-imperialistas”.

El capital, relación social que tiene como objetivo principal la valorización del valor, porta consigo la necesidad de centralizarse y concentrarse a medida que se desarrolla en esa valorización del valor, necesidad que es tal debido a que brota de las propias leyes de ese movimiento capitalista. Este proceso ha avanzado al punto tal que la propia centralización y concentración de cada vez más capital en cada vez menos manos ha desbordado las fronteras de los estados-nación, resultando de ese proceso una burguesía que va dejando de tener una base nacional en un estado concreto, debido a que su espacio geográfico de acumulación se encuentra cada vez más mundializado a través de fenómenos crecientes como las cadenas de valor o la deslocalización industrial. Todo este proceso toma forma concreta de manera más clara y evidente en el desarrollo y centralidad de las empresas trasnacionales.

3. Si damos por válido una de nuestras primeras premisas -que las formas políticas responden en última instancia a la necesidad del capital y su objetivo máximo, valorizar valor-, es de esperar que esta etapa del capitalismo desarrolle también sus formas políticas concretas. 

Podemos decir que a medida que el capital avanza en ese desarrollo, los estados nacionales se van a ir degradando cada vez más. En el capitalismo tardío el capital desborda las fronteras nacionales, y por tanto, los capitales y las burguesías nacionales que no lograron trasnacionalizarse estan en proceso de desaparición. 

Eso torna en lucha política al interior de la burguesía, materializada por un lado en globalistas, que responden a los intereses del capital trasnacional, y por otro lado en antiglobalistas, que responden a los intereses del capital nacional en proceso de ser absorbido. Estos opositores a la globalización, en su mayoría de extrema derecha, se manifiestan como las últimas formas concretas de un mundo pre trasnacional que ya está dejando de existir, donde algunos fenómenos políticos que los sustentan, como el nacionalismo, estan en franco declive y en proceso de desaparición por perder base de sustentación material -el nacionalismo le está dejando de ser necesario al capital, o más aún, está comenzando a ser una traba para su desarrollo-. Esto se ve materializado en fenómenos como Trump, el crecimiento de la ultraderecha europea, el Brexit, Bolsonaro. Fenómenos que si bien en apariencia aparecen en crecimiento, no son más que las últimas expresiones fuertes de formas políticas en declive y que portan como necesidad su misma desaparición. 

La principal forma política que la globalización se está encargando de borrar es el estado-nación. Veámoslo brevemente desde ambos lados del guión -estado por un lado, nación por el otro-. En la trasnacionalización del capital se observa claramente como las formas políticas se van adaptando a este proceso, y a través de acuerdos transnacionales de apertura económica y de regulación del comercio y la inversión, de contratos directos con empresas trasnacionales con importantes concesiones, y un largo etcétera de manifestaciones concretas, los estados van perdiendo cada vez más soberanía y capacidad de legislar sobre su propio territorio. Los estados pasan a estar obligados a adaptarse a las formas políticas trasnacionales, que limitan de manera creciente los márgenes de acción y legislación de estos estados, que se vuelven cada vez más débiles y con menos poder, en pos de espacios de acumulación muchísimos más amplios. En paralelo a esto, el nacionalismo como ideología aparece también como una de las principales víctimas de la globalización, que trae consigo una creciente cultura global que erosiona rápidamente las culturas nacionales, y por tanto el sentimiento nacional. Una manifestación clara de esto es el consumo cultural de masas y cómo el mismo se está homogeneizando alrededor del globo. 

Podemos decir entonces que el estado-nación como tal está dejando de ser una forma política con base material, debido a que el propio capitalismo, que en momento incipiente necesitó del desarrollo de estos estados-nación, en su momento tardío necesita la desaparición de los mismos. 

4. Gramsci decía que en los claroscuros dónde lo viejo tarda en morir pero lo nuevo no termina de nacer es en donde nacen los monstruos. Es evidente que a paso acelerado vamos hacia el nuevo mundo, un mundo interconectado, globalizado y trasnacionalizado, donde los espacios de acumulación dejan de ser los estados nación, que rápidamente van erosionando su base de sustentación material -asegurarle espacios de acumulación a sus burguesías nacionales-, y su base de sustentación ideológica -el nacionalismo-. Sin embargo, las formas políticas previas dejan huellas, son porfiadas y se niegan a morir, incluso pueden resistir cierto tiempo sin bases de sustentación material. La historia no es tan lineal como a veces pensamos. Y es ahí cuando se abre la ventana de oportunidad para los monstruos. 

La guerra como fenómeno político interimperialista y la propia disputa entre estados nación pierde rápidamente su base de sustentación material, cada vez tiene menos sentido, porque para el capital dominante el espacio de acumulación es en términos crecientes el mundo entero. La agresión rusa ha tenido como respuesta sanciones económicas tremendamente importantes, en donde el capital transnacional -Apple, Amazon, Visa, MasterdCard, Coca-Cola y un muy amplio etcétera- se vio forzado a cerrar un importante espacio de acumulación de casi 150 millones de personas. Este hecho va a contracorriente del propio desarrollo del capital, que en su movimiento va abriendo -y no cerrando- espacios de acumulación. Mismo razonamiento pero para aquellas empresas trasnacionales rusas que vieron violentamente cortados sus espacios de acumulación. Dicho de manera resumida, una guerra de este tipo no tiene ningún sentido capitalista.

Por tanto, el conflicto Ucrania y Rusia se enmarca mejor en el esquema gramsciano de claroscuros y monstruos, que en el viejo esquema leninista. Si que se trata de dos imperios en disputas, pero no se trata de un conflicto interimperialista, no parecería haber bases materiales objetivas para ello, en tanto el capital trasnacional hasta el momento de estallar la guerra operaba a ritmo creciente en Rusia, en Ucrania, en la Unión Europea y en Estados Unidos, por tanto los espacios geográficos de acumulación ya los tenía más que abiertos previamente. Debe de tratarse entonces, de formas (geo)políticas pertenecientes a un mundo viejo, que en su momento supo poseer una autonomía relativa importantes, y que por tengo no va acompasado con la base material. Debe de tratarse de un monstruo -y no existe monstruo mayor que una guerra- que surge en un claroscuro. Lo peor es que de los monstruos, como se saben moribundos y están desesperados, podemos esperar su peor faceta. 

Este mismo argumento lleva a poner límites y a no exagerar ni sobredimensionar las tensiones geopolíticas actuales, sobre todo el crecimiento de China y su pulseada con Estados Unidos. El capital chino y el estadounidense portan la necesidad de ser una misma cosa a futuro, y actualmente están más interconectados que lo que sus estados quieren hacer ver, por tanto, una vez más, los conflictos interimperialistas tienen cada vez menos lugar. Tienen en su crecimiento un techo objetivo que se les impone a ritmo creciente. 

5. A modo de conclusión, debe decirse que una postura consecuente con los intereses de nuestra clase debe de ser la condena a toda agresión de estado a estado, la condena a los conflictos internacionales entre estados y la condena de todas las formas de enfrentamiento geopolítico, organizando nuestra acción política bajo nuestra primera y más importante premisa; “proletarios del mundo, uníos”. Hoy más que nunca, dado que en el propio desarrollo capitalista se comienza a insinuar la eliminación de las fronteras nacionales y del nacionalismo, y por tanto finalmente parecen comienzar a surgir las condiciones objetivas para aquello que se dio por llamar internacionalismo proletario. Estado de conciencia que es condición necesaria para la superación del capitalismo, estado de conciencia que por el propio desarrollo del capitalismo, su manifestación en el pasado era imposible. 

Recordar por último que las potencialidades revolucionarias de la clase obrera brotan del propio capital, no de una externalidad moral o imperativa, y es desde el propio desarrollo del capital que la clase obrera impondrá el socialismo. Por tanto, la acción política no pasa hoy día por poner trabas a ese desarrollo, que toma formas concretas en la globalización y a la transnacionalización del capital, lo que sería una acción conservadora o directamente reaccionaria. Sino que la acción política de la clase obrera pasa por entender las potencialidades de estos fenómenos y organizar la acción revolucionaria desde esa conciencia. Pasa por organizarse, conocer científicamente al mundo, y en consecuencia de ello, organizar la acción política de la clase obrera con la conciencia científica de nuestras potencialidades como clase superadora del capitalismo.