Escribe: Gastón Silva
Lo vi el sábado de mañana. Dormía profundamente. El pelo blanco muy corto y con gesto de tranquilidad en la cara. No quise despertarlo, porque me di cuenta que no sería ni encuentro, ni bienvenida ni despedida lo nuestro. Y porque en definitiva los cercanos se viven en la vida misma y no en los protocolos de los velorios, donde el muerto siempre fue bueno y las caras de circunstancia abundan.
Ricardo Prato no era persona fácil, más bien complicada y un tanto gruñona o de talante adusto. Lo conocí en las luchas electorales, políticas e ideológicas. En una y mil batallitas, con aparentes victorias y demasiadas derrotas. El tiempo de la dictadura cívico-militar, la restauración democrática, el largo camino hacia el Gobierno del FA en la capital y el Gobierno del FA en el país. Ahí estuvo siempre. Compartimos direcciones del Partido Socialista, alguna noche cuando 18 de julio estaba cerrada por festejos, muchos mediodías, una vez por semana con Dotti, Rolando Levy y el en el Mercado de la Abundancia. Alguna compañera mía del MTOP me conto de su trabajo al frente de la Dirección Nacional de Aduanas. Cuando fue Secretario General de la Intendencia, yo asumía como Alcalde del Municipio G y durante esos cinco años de trato institucional y personal, jamás le pedí por el costado o por fuera, nada que fuese a contrapelo de lo que reglamentos o resoluciones dijesen e indicasen, porque su sentido estricto del respeto a lo que debía ser, lo hubiese obligado a un no que él no merecía dar.
Honesto, cumplidor, de confianza, siempre ahí, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Ese fue el Ricardo Prato que conocí, que escuche, que escucho, y que no era de pararse en un banquito para echarse un discurso, era del acto y la acción, respaldado por una teoría que él ponía en práctica. El ejemplo era su conducta, no mandaba decir, hacia. Para gusto o disgusto de algunos y de algunas, pero era así y así entenderlo y así sentirlo compañero de camino, fue lo que me dio y no se llevó, porque acá queda.
De esa especie de árboles ya no van quedando, ahora son sustituidos por matorrales con transgénicos y cooperativas junta votos o insoportables levedades del ser. Eran otros tiempos aquellos, ni mejores ni peores, distintos y para quien compartió la siembra y la cosecha, de aquellos tiempos, solo quedaría decirle gracias, como le dije mientras dormía profundamente y ya no habría despedidas entre nosotros.
Gracias, Ricardo Prato.