Escribe Karina Gonzalez
Un nuevo 8 de marzo nos invita a reflexionar cuál es la situación de las mujeres uruguayas en pleno siglo XXI. Mujeres asesinadas de forma cotidiana por hombres, una tasa de desempleo que es mayor en mujeres que en hombres, una división sexual del trabajo que reserva ocupaciones menos remuneradas para mujeres, la “penalización por maternidad” en lo laboral, la pobreza concentrada en las mujeres, la subrepresentación política, la desestimación de nuestras voces en los más múltiples espacios, un involucramiento del Estado en nuestras problemáticas de forma tímida (escasez de recursos en VBG y sistema de cuidados). Suficiente para que nadie diga que exageramos, ¿o no?
Las mujeres militantes de las más diversas causas seguimos escuchando de la población en general que nuestras acciones reivindicativas son desmedidas, que no es necesaria la irreverencia de nuestras marchas, de nuestras consignas, que los paros de mujeres no son pertinentes, etc. ¿Y qué sucede en los espacios políticos partidarios? ¿Y en los de izquierda en particular? ¿Cómo se reciben nuestros planteos de que siempre somos las segundas o terceras en las listas? ¿Parecen desatinados nuestros planteos de que los espacios partidarios no son amigables y compatibles con la maternidad? ¿Incómoda que contemos que hemos recibido comentarios sobre nuestro lugar como mujeres, sobre cómo hablamos, cómo vestimos o propuestas inapropiadas? A todas nos llega un momento en que decimos: ¡basta! Y si eso no sucede, estamos para reflexionar entre compañeras para que ninguna sienta que la asimetría y la inequidad son cosas que tenemos que soportar.
En este contexto de reflexión, que algunos tendrán el atrevimiento de juzgar como desordenada y emocional, llegó a mis manos el libro “Historia de un amor no correspondido. Feminismo e izquierda en los 80” de Ana Laura de Giorgi. Les invito a leerlo, ya que para mi fue clarificador. Me ayudó a entender mucho cómo llegamos hasta acá, las conquistas que debemos agradecer a las compañeras que nos precedieron, qué cosas siguen ahí como si fuera el inicio de la década de 1980 -cuando en mi caso, ni había nacido-. Esta cuestión de cambios y permanencias en las sensibilidades me resulta fascinante como docente de historia y como mujer.
A continuación compartiré algunos fragmentos del texto, para reflexionar en torno a algunas de las ideas planteadas por la autora. Ello sin ánimos de contarles el libro sino de que queden con muchas ganas de leerlo y repensarnos.
“Decíamos «es muy fácil ser dirigente si otro te cría a los hijos»” De Giorgi. (2020) p. 47.
Ana Laura recogió esta reflexión de compañeras militantes de la década del 80, la cual refleja que las dinámicas de las organizaciones partidarias presentaban un obstáculo para las militantes madres. Esto a interpela hoy ¿los espacios en que desarrollamos la militancia son accesibles para quienes tenemos a cargo tareas de cuidados? ¿Se planifican los tiempos de duración de las reuniones? ¿Se es puntual con los mismos? Sin dudas las madres contamos cada minuto, compatibilizamos nuestra militancia con los momentos en que podemos contar con cuidados o debemos participar de las reuniones y actividades con nuestros niños/as. ¿Tenemos espacios amigables para concurrir con ellos/as? Felizmente algunas organizaciones han pensado en espacios de cuidados. ¿Se nos ocurrió la posibilidad de que necesitemos espacios para la lactancia, cambiadores para bebés? El respeto al tiempo y las posibilidades de muchas mujeres debería ser clave para pensar estas dinámicas.
“a las mujeres se les iban las horas en las tareas domésticas y no podían dedicar su tiempo a la militancia (…). No sólo no podían, sino que eran incomprendidas por los compañeros varones y por el compañero de la vida, el marido, quienes sin realizar tarea reproductiva alguna señalaban la falta de compromiso o dedicación de las mujeres con lo político”. De Giorgi. (2020) p. 113.
En este fragmento, Ana Laura rescata una vivencia de muchas mujeres, a las que la opresión en el espacio doméstico no les permitía participar del espacio público. Esto que parece algo de otra época, hoy tiene gran vigencia. Las mujeres dedicamos más del doble de tiempo que los hombres, al trabajo no remunerado. Se calcula que el valor estimado del trabajo no remunerado de las mujeres equivale a cerca del 16% del PIB. A esta situación desigual, que impacta en nuestra participación política, la respuesta nunca puede ser acusarnos de falta de compromiso. Pero seguramente, las mujeres militantes hemos escuchado en más de una ocasión que “no hay mujeres” o que no cumplen con los requisitos de militancia y capacidad, para ser tenidas en cuenta para ciertas responsabilidades. Esta práctica es expulsiva y refuerza la baja representación de mujeres en el sistema político. Las mujeres en Uruguay, que somos la mitad de la población, estamos sub-representadas en los espacios de decisión, siendo un 20% de las parlamentarias. Esta proporción es significativamente inferior al promedio regional 31%.
“El feminismo buscaba impugnar las prácticas tradicionales buscando politizar lo personal” De Giorgi. (2020) p. 186.
La autora señala que sus entrevistadas sentían que la cuestión personal quedaba relegada porque “nunca había espacio, nunca era el momento”. Abordar lo privado era considerado “despolitizador”, “signos de debilidad”. Por lo tanto esto que atravesaba la vida la la mitad de la población, que impedía mejorar su situación de exclusión política, económica y social, era considerado un tema menor. Las organizaciones tenían temas más relevantes de los cuales ocuparse. Esto nos invita a pensar cuántas compañeras perdimos en el camino, a cuantas les cerramos las puertas, a cuantas estamos dispuestos/as en adelante a negarles la voz y el protagonismo.
“La preocupación de las propias feministas de expresar y asumirse como tales, ante el riesgo de ser consideradas como responsables de desviar las energías de la causa principal, se hizo visible en más de una oportunidad” De Giorgi. (2020) p. 82.
La autora expresa que pese a los esfuerzos de las compañeras militantes de izquierda de los 80, de inscribir sus luchas feministas en el marxismo, recibían constantemente la acusación de quitar énfasis a la cuestión de clase. Se cita un documento en que un histórico referente de la izquierda de aquel entonces, instaba a no “conceder nada al feminismo” debido a que este “se preocupa de problemas laterales”. Sin embargo las mujeres de izquierda insistieron en explicar que la explotación capitalista también tenía su base en el patriarcado. Es decir, no hay un conflicto principal (explotación capitalista) y uno secundario (explotación patriarcal). Las mujeres recluidas en el ámbito doméstico, realizando tareas no remuneradas, sostienen la reproducción de la vida (la crianza de los hijos que en un futuro serán obreros, la alimentación y cuidados del hombre que se desempeña en la fábrica). El conflicto que los compañeros señalaban como “secundario” es la base sobre la que se sostiene el capitalismo, no es un problema de las mujeres. Por ello afirmaban “la lucha debe ser al mismo tiempo”. Además, las feministas sentían esta identificación con la izquierda y el marxismo, porque estaban convencidas de que las mujeres de sectores populares eran “doblemente explotadas”: por su condición de clase y por la de género.
Estas discusiones que buscaban reconocer prioridades, podemos decir que afortunadamente han tenido sus avances en la izquierda organizada y no se encuentran estancadas desde entonces. Sin embargo, el feminismo en muchos ámbitos, aún sigue siendo subestimado.
“Lucha contra el autoritarismo en todos los frentes: democracia en el hogar. Tareas domésticas compartidas entre TODOS los miembros de la familia que estén en condiciones de realizarlas, independientemente de su sexo”. De Giorgi. (2020) p. 94.
Este fragmento que Ana Laura recoge del Informe de “Subcomisión de Programa sobre la condición de la mujer del FA” de 1985, alude a una propuesta programática que fue rechazada por el Comando electoral del FA, alegando que podría considerarse una invasión de la privacidad de los hogares. Relata que las feministas de izquierda buscaron politizar el ámbito doméstico sistemáticamente y se encontraron con el rechazo de las organizaciones partidarias, que tendían a colocar sus expectativas en un cambio social mayor. Una mirada desde el presente, resulta más alentadora. Esos esfuerzos que parecían no lograr poner reivindicaciones feministas en la agenda política, dieron frutos. El Frente Amplio en el gobierno supo traspasar la barrera ficticia de lo personal y privado, haciendo que el Estado se posicionara en una perspectiva de derechos y responsable de crear una sociedad con una sensibilidad y materialidad diferente. Hoy contamos con concreciones como: Creación del Programa de Educación Sexual en ANEP (2008), Ley de trabajo doméstico (Nº 18065, 2006), Ley de unión concubinaria (Nº 18246, 2008), Ley de salud sexual y reproductiva (Nº 18426, 2008), Ley de cuotas (Nº 18476, 2009), Ley de acoso sexual (Nº 18561, 2009), Ley de identidad de género (Ley 18620, 2009), Ley de interrupción voluntaria del embarazo (Nº 18987, 2012), Ley de licencias parentales (Nº19161, 2013), Creación del Sistema Naional Integrado de Cuidados (N° 19353 de 2015), Ley de Violencia Basada en Género (Nº. 19.580 de 2017), Ley sobre la Trata de Personas (Nº 19.643 de 2018), entre otras. El presupuesto y las formas de su aplicación no estuvieron exentos de tensiones. Sin embargo, la derecha que actualmente gobierna, con su agenda liberal en lo económico y su moral conservadora, amenaza cada unos de estos logros.
A modo de cierre
Cerrar este espacio de reflexión resulta tan difícil como abrirlo. En los caminos que hemos recorrido como organizaciones ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué compromete la participación política de las mujeres? ¿Qué prácticas estamos dispuestos/as a revisar? ¿Cuántas transformaciones podremos alcanzar en la vida de las mujeres y de la sociedad en su conjunto? Sin dudas, un nuevo 8M, abre una oportunidad para seguir avanzando.