Escribe: Mónica Xavier
La carta fundacional de las Naciones Unidas fue firmada por medio centenar de países hace 75 años. Tiempos en que buena parte del mundo terminaba una cruenta guerra y la humanidad necesitaba rumbo y acuerdos. Además de voluntad política era necesaria institucionalidad supranacional que guiara a la superación de una etapa devastadora, velara por los derechos humanos y expandiera la democracia a nivel global.
Desde ese entonces, Naciones Unidas cumple un rol fundamental en la ingeniería de acuerdos y convenciones que permitan un mundo más integrado y menos injusto. Es inevitable apuntar que ha tenido marchas y contramarchas. Pero de lo que no caben dudas es que las Naciones Unidas son crecientemente necesarias en este mundo globalizado, amenazado por la desigualdad y ahora la pandemia.
La naturaleza del multilateralismo es la cooperación y su objetivo el desarrollo. Más allá de los avatares que enfrenta toda construcción humana, lo cierto es que el Sistema de Naciones Unidas ha logrado asistir y desarrollar políticas integracionistas, pacificadoras y a favor de los Derechos Humanos en diversas partes del mundo.
Una de las conclusiones que se pueden advertir, es que el multilateralismo a nivel regional está condicionado por las tendencias globales. La actual crisis global del multilateralismo tiene unos de sus epicentros en América Latina. Esta no solo se manifiesta en la erosión de las instituciones regionales —que también responde a los recurrentes ciclos políticos internos, asociados a los fuertes presidencialismos que caracterizan a la región (Malamud, 2014), sino que ahora afecta a las tradicionales posiciones multilaterales de varios países.
El escepticismo y boicot por fenómenos como el cambio climático o la deforestación, de gobernantes radicales de ultraderecha como Trump y Bolsonaro, no deben hacer otra cosa que advertirnos, una vez más, sobre la necesidad de una gobernanza mundial que no se vea avasallada por gobernantes despóticos. Esta clase de liderazgos atacan sin tapujos el multilateralismo, y como consecuencia de ello los procesos integradores, pacifistas y progresistas. Esperemos que el triunfo de Biden apueste al multilateralismo, haga que Estados Unidos regrese al acuerdo de Paris y fortalezca la OMS en estos tiempos tan complejos.
En tiempos de vértigo tecnológico, donde las fronteras se difuminan, y el poder de las trasnacionales aumenta exponencialmente, el rol de las Naciones Unidas para la gobernanza global es clave.
Hay asuntos vitales para la humanidad que solo pueden tener un tratamiento multilateral, que encuentre en esa lógica tanta legitimidad como efectividad. Estamos hablando ni más ni menos que de la paz y la seguridad, la defensa de la democracia y de los derechos humanos, las hambrunas, los millones de seres humanos desplazados, la protección del ambiente, el cambio climático, la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, la cooperación para el desarrollo. Hoy estamos padeciendo la pandemia del Covid 19 y la OMS juega un papel insustituible en la búsqueda de soluciones. Debemos fortalecer y apoyar la cooperación en investigación que nos permita superar esta pandemia y prevenir otras. La vacuna o el tratamiento que se descubran deben tener carácter de bien público para toda la humanidad, sin restricciones. Ese es también el rol del multilateralismo. En todo ello el papel de Naciones Unidas es clave.
Atendamos integralmente y con determinación la Agenda 2030 de la ONU. En ella está plasmado un plan de acción para las personas, el planeta y la prosperidad, que involucra las más diversas áreas en busca de esos propósitos. Para tener éxito debemos reforzar y reformar el multilateralismo. Entre otras cosas debemos bregar por un comercio justo, luchar contra el proteccionismo y el unilateralismo y lograr transformar las asimetrías en palancas de cooperación, que progresivamente vayan cerrando las brechas que asfixian a los más vulnerados. Debemos terminar con esta lógica perversa.
Reitero: tenemos por delante el desafío de fortalecer el multilateralismo, para protegernos de los permanentes embates de fuertes jugadores e intereses corporativos, que está en las antípodas de la integración pacífica y solidaria. No es un problema hipotético, existe sobrada injusticia y desigualdad en este mundo.
Mejoremos, fortalezcamos y apoyemos a las Naciones Unidas en pos de un mundo más integrado, justo, pacífico y democrático.