¿Qué quiere China? Análisis del discurso de Xi Jinping en el Foro de Davos

La trampa de Tucídides está al acecho. Es de esperar que esta y las próximas generaciones puedan enorgullecerse de haberla superado, de haber evitado el conflicto extremo y de haber adecuado la gobernanza del sistema internacional a las nuevas realidades”. Osvaldo Rosales “El sueño Chino”.

En su discurso del 25 de enero en el Foro de Davos, Xi Jinping llamó a los estados a «abandonar todo prejuicio ideológico y seguir juntos el camino de la coexistencia pacífica, el beneficio mutuo y la cooperación». Así como «no hay dos hojas en el mundo que sean idénticas», enfatizó que «cada país es único», «ninguno es superior a los demás» y, por lo tanto, «las diferencias no deberían ser causa de alarma». Sin embargo, advirtió, lo que sí debe generar alarma es «la arrogancia, el prejuicio y el odio» de aquellos que «tratan de forzar la historia, la cultura y el sistema social de los otros».

China perfila las características particulares de un liderazgo que pronto proyectará en el resto del mundo. Ello incluye diferenciarse de su rival, Estados Unidos, que se autoimpuso la misión de ser «faro de la libertad» y expandir sus valores liberales y democráticos en todo el globo mediante la persuasión (softpower) o la imposición (hardpower).

Henry Kissinger ya había advertido que la experiencia muestra los riesgos de imponer los valores americanos de democracia y derechos humamos por medio de la confrontación, sobre todo en un país con un pasado de autoritarismo de cinco mil años y una fuerte conciencia histórica de sí mismo.

La defensa del régimen multilateral de comercio y su necesidad de reforma también fueron protagonistas en el discurso de Xi Jinping. Para el presidente chino, los estados deben «permanecer comprometidos con la apertura», «rechazar la vieja mentalidad de guerra fría y juego de suma cero» y oponerse a los esfuerzos de algunos países para «rechazar, amenazar o intimidar a los otros» mediante recursos como restricciones comerciales o sanciones económicas.

Como actor cada vez más relevante del comercio y las inversiones internacionales, China pretende incidir en la reformulación de sus reglas. Más aún, considera que debe cumplir un rol clave, compatible con la magnitud de su peso en la economía global, y que la gobernanza mundial debería tener un sentido más compatible con el peso relativo de los actores globales a estas alturas del SXXI.

«Aprovechar bien las oportunidades de la nueva ronda de la revolución industrial significa que debemos ser parte del juego desde el principio de la construcción del terreno de juego e incluso tender el papel principal sobre el que se construirá dicho terreno, de modo que seamos redactores importantes de sus nuevas reglas» (Xi Jinping)

La guerra fría del SXXI

Un mayor protagonismo chino en el orden internacional podría desembocar en la «Trampa de Tucídides», según la cual, la coexistencia de un poder emergente y un poder consolidado tiene altas probabilidades de desembocar en un conflicto bélico.

Un análisis histórico de los casos de disputa hegemónica en la historia realizado por la Universidad de Harvard, muestra que la probabilidad de conflicto es alta y se incrementa cuando se sobreestima el riesgo o se carece de información sobre los verdaderos objetivos del rival.

Por ello, para evitar la “Trampa de Tucídides”, es preciso mejorar el entendimiento entre los líderes de ambos países. Abrir un espacio de diálogo es posible, ya que, como recalca Kissinger, China no es un adversario ideológico, como sí lo era la Unión Soviética.

¿Qué puede hacer América Latina?

Osvaldo Rosales, autor de «El sueño chino», sostiene que es fundamental evitar que una nueva guerra fría llegue a América Latina, esto implica que los países no deberían tomar partido por ninguna de las facciones en pugna.

Un escenario de conflicto reduciría el ritmo de crecimiento de la inversión y el comercio internacional y afectaría las cadenas globales de valor, de las cuales participan muchas empresas latinoamericanas. Más aún, introduciría un nuevo factor de incertidumbre económica y financiera en una región muy vulnerable a la volatilidad de los mercados.

Por lo tanto, la región puede colaborar para evitar «la trampa de Tucídides» contribuyendo a propiciar el diálogo, la negociación y la cooperación entre ambas potencias y cumpliendo un rol proactivo en el debate sobre la reforma de la OMC y la definición de las nuevas reglas que regirán el comercio y la inversión en el siglo XXI.