Escribe Pablo Oribe | Secretario de comunicación y mensaje político
“…Dice mi pueblo que puede leer
en su mano de obrero el destino
y que no hay adivino ni rey
que le pueda marcar el camino
que va a recorrer…”
El cínico cree que el pesimismo es un signo de inteligencia, pero está noción es falaz: es el ingenuo quien hace la historia. La utopía le otorga a la realidad la posibilidad de cambiar. El cinismo, que está fuertemente impregnado en nuestra sociedad, es peligroso porque desmoviliza. Como anticipó Antonio Gramsci, el desafío es encontrar el equilibrio entre el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad.
La izquierda no se puede definir solamente como un conjunto de ideas y proyectos políticos, la ideología es importante pero no alcanza para cambiar el mundo. El compromiso emocional es igual de necesario para levantar pasiones, resistir derrotas y sostener esperas.
La movilización, que nos permitió reunir 800.131 firmas para abrir un proceso de debate democrático, demostró la vigencia y potencia del compromiso emocional de los militantes del Frente Amplio. El pueblo organizado salió a la calle, con todas las condiciones objetivas en contra, para alcanzar un objetivo que parecía imposible. Ya lo decía Vivian Trías, que más temprano que tarde, los grandes cambios seguirían abriéndose camino “más por la fortaleza de los débiles que por la debilidad de los fuertes”.
La base de la movilización fue el colectivo organizado, que ha cumplido un rol determinante en momentos clave de la historia uruguaya; Como el éxodo del pueblo oriental en 1811, el referéndum de 1992 contra la privatización de las empresas públicas y el plebiscito del 2004 en defensa del agua, entre otras instancias en las que el movimiento popular dio un paso al frente y se volvió protagonista de nuestra democracia.
Estos hitos nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. Quiénes iniciaron la huelga en 1973 sabían que no podrían ganar en lo inmediato, pero la hicieron de todos modos. Lo que en su momento fue considerado una derrota política, hoy se valora como una gesta democrática que instituyó al colectivo obrero como defensor de nuestras instituciones. La historia la hacen los pueblos, y nuestro movimiento social, popular y sindical lo volvió hacer. Protagonizamos la mayor recolección de firmas en la historia de nuestro país en solo seis meses, sin recursos económicos, en un contexto de pandemia y sin acceso a los grandes medios de comunicación. El héroe, una vez más, es colectivo, somos todas y todos.
Si la pandemia nos enseñó que nadie se salva solo, la movilización demostró que el cambio es en conjunto. La esperanza nos hace creer que el objetivo es posible y el compromiso emocional nos mueve a luchar para alcanzarlo. Las 800.131 firmas son el logro de todas y todos, de un pueblo esperanzado y comprometido luchando para construir un país más amplio y libre. Este hito, que tiene dimensiones de hazaña, producto del diálogo y la unión en la diferencia, es parte de una identidad e historia de lucha compartida que nos contiene y trasciende.