Por un FA que se anime a hacer temblar hasta las raíces de los árboles

Escribe Ramiro García | JSU

“La Revolución Uruguaya pasa por el Frente Amplio, aunque aún haya mucho que unir y organizar en el seno de las clases explotadas”.  Con esta frase Trías sintetizaba la visión de los socialistas en relación al recién fundado Frente Amplio. En la concepción de nuestros compañeros de entonces, este frente era visto como una síntesis que hacia avanzar subjetivamente a las masas hacia la revolución, y que estaba configurado de manera tripolar, con el PCU como el polo reformista, el PDC sumado al desgajamiento de los partidos tradicionales como el polo centrista y al PS, líder del polo revolucionario. Es interesante observar los planteos en este sentido realizado en El Oriental durante 1970, recogidos en un trabajo realizado por Jimena Alonso. 

Sin embargo mucha agua ha corrido sobre el río, y lo razonable ante un planteo que ponga encima de la mesa una revolución en plena tercera década del siglo XXI, es pensar que se está ante algo totalmente anacrónico e irrealizable. Lamentablemente la cuestión acerca de la toma del poder del estado ha quedado totalmente relegada de la agenda política de la izquierda marxista, y ni hablar de la izquierda en general. La afirmación es lo suficientemente evidente para despertar siquiera un mínimo de polémica, y sólo algún asustado y trasnochado derechista podría pensar en que hoy la izquierda está llevando a cabo una estrategia para la toma del poder. 

La cuestión pasa entonces a ser el por qué de la afirmación. ¿Qué pasó en estos últimos 50 años que fueron de 1971 a 2021 para que plantear escenario revolucionario pase de ser visto como lo razonable y lo cotidiano, a lo anacrónico y lo infantil? A juicio de quien escribe, la respuesta puede resumirse en que luego de la dictadura, la clase dominante ha reforzado su hegemonía -y por lo tanto su dominación- a niveles inéditos en la historia de este país, debido a que logró captar para sí a la propia izquierda. Veamos.

Gramsci, para explicar cómo la clase dominante ejerce la hegemonía, utiliza el concepto de trasformismo. El mismo a grandes rasgos es utilizado para mostrar el fenómeno mediante el cual la clase dominante logra cooptar a los intelectuales orgánicos representantes de las clases subalternas, fundamentalmente de la clase obrera, y traerlos para sí. De esta manera, la clase obrera en tanto se queda sin intelectuales orgánicos propios, es incapaz de rearticular una hegemonía alternativa a la de la burguesía, no quedándole otro camino que la sumisión. 

La dictadura fue nefasta no solamente por su accionar represivo y económico, sino por las consecuencias ideológicas que tuvo en la intelectualidad orgánica subalterna. La pérdida de los derechos cívicos tangibles propios de la democracia burguesa, sumado a las consecuencias traumáticas que tuvo la dictadura en tanto despliegue de un aparato represivo totalmente destinado a la incapacitación moral y física de la fuerza de lucha obrera, hizo que la izquierda en su totalidad cometa el error fatal de valorizar a la democracia burguesa como un fin en sí mismo. Poco a poco, esto llevó al trasformismo y la pérdida total de una intelectualidad orgánica subalterna revolucionaria.

Esto se vio fuertemente reflejado en los gobiernos del Frente Amplio, que fueron posiblemente la experiencia de dominación burguesa más sofisticada de la historia del país, en tanto fue su mayor prueba de fuego y la pasó de manera airosa. Se ve reflejado a su vez en la desaparición total del lenguaje y terminología marxista en el discurso de izquierda, y no solamente de terminología sino también de doctrina, también en el proceso de giro hacia el centro del Frente, pero sobre todo en la incapacidad de presentar un programa político que tenga, no ya en propuestas concretas, sino ni siquiera en el horizonte lejano, una propuesta superadora al capitalismo como modo de producción. 

Al exponer esto no se pretende que el Frente Amplio vuelva a hablar de revolución, ni nada similar por ahora, pero sí que tenga una dirección política que no siga legitimando la construcción hegemónica y discursiva que la burguesía ha implantado en el país, como lo hemos hecho de la salida de la dictadura hasta hoy día, en un proceso casi sin paradas. Para ello es necesario volver a tocar algunas vacas sagradas de esta construcción hegemónica burguesa. La hegemonía es un fenómeno sobre todo discursivo, es a través de la palabra y el discurso que se expande y llega a ser dominante. Por tanto para comenzar a romperla debemos volver a poner temas sobre la mesa, debemos de volver a hablar de burguesía y clase obrera, de explotación y clases antagónicas, de reforma agraria y expropiación. El hecho de que esta terminología haya desaparecido del lenguaje no se trata de un proceso mágico, sino de uno puramente hegemónico, el cual hemos contribuido a reproducir. Esa es la mayor autocrítica que debemos hacernos, y ha brillado totalmente por su ausencia. Todo un síntoma. 

Hemos sido un Frente Amplio que ha actuado como la pata izquierdista del sistema de dominación burgués, lentamente nos fuimos transformando en un partido que no pone nervioso a ningún poderoso, por el contrario, que ayuda a perpetuar su dominación en cuanto logra domesticar y encarrilar bajo su hegemonía y su institucionalidad a la única herramienta de cambio real que tiene la clase obrera de este país. Debemos de lograr un Frente Amplio el cual incomode, o más aún, le de miedo a los factores de poder de este país. Y entre los tres candidatos, está claro quién es el único que representa un proyecto que va por este camino.