Escribe Gonzalo Civila| Secretario general
La Declaración de principios del Partido Socialista define la sociedad que queremos construir como “una sociedad sin clases, de personas libres, iguales y solidarias”. Enseguida establece como fin del socialismo “el desarrollo pleno del ser humano” y pone especial énfasis en el desenvolvimiento de las potencialidades de cada persona, en su dignidad y singularidad, que obviamente se realiza y crece con las otras y los otros, en diversidad y encuentro. Culmina con esta frase: “El socialismo apunta -en el marco del proceso histórico- a generar progresivamente las condiciones políticas y materiales de la libertad.”
En estas pocas palabras, que siempre me resultaron convocantes y reveladoras, se emparentan estructuras sociales y económicas, matrices culturales, dinámicas políticas y comunitarias, posibilidades subjetivas y existenciales. Y el corazón de esa dialéctica es la libertad, el deseo profundo de ser de verdad más libres.
Mucho se ha hablado de la libertad durante este tiempo de pandemia. Tal vez por esa (a veces sana) costumbre de evocar e invocar lo que nos falta y añoramos. Tal vez porque la libertad interior – tan difícil de lograr – es mucho pero no lo es todo, y porque no hay libertad plena en el aislamiento, el desamparo, la soledad impuesta, el miedo.
La vida cambió, para algunos más y para otros menos. Hay experiencias muy distintas sobre esto. Esta semana compartía con un querido amigo -muy comprometido comunitaria, social y políticamente- sobre esta movilizadora pregunta: ¿cuánto nos cambió la vida esta pandemia? ¿Cuánto la sentimos, cuánto nos angustia o afecta nuestra realidad cotidiana?
Y, como se dice a veces, “cada persona es un mundo”.
La conversación, que agradezco de corazón, me inspiró estas reflexiones.
Por mi propio recorrido, que integra el de las personas con las que comparto la vida, encuentro tres campos o dimensiones que modifican sustancialmente esa experiencia: una, la de las condiciones materiales de vida y sus cambios o continuidades en esta circunstancia tan especial e inesperada; dos, la de la contención de otros/as y la vivencia afectiva; tres, la de las características propias de cada personalidad.
Por poner un ejemplo, si mis condiciones materiales de vida y las del mundo en el que circulo más cotidianamente no han cambiado demasiado, si mis capacidades de adaptación activa son fuertes, si mi entorno es contenedor, si he podido vivir alguna experiencia de amor nueva e integradora durante este tiempo, si me involucré en construcciones colectivas de solidaridad, entonces seguramente los golpes se habrán amortiguado bastante. Por el contrario si la incertidumbre sobre mi presente o mi futuro es mucha, si perdí el trabajo, si vi deteriorado mi ingreso o si lo mismo pasa en mi entorno más cercano, si me cuesta adaptarme sin rigidez, si mi “burbuja” está presa del miedo y la violencia o simplemente es afectivamente precaria, entonces seguramente los golpes hayan sido durísimos.
En el medio, y en los tres campos – atravesados por factores socioeconómicos, culturales, existenciales, psicológicos, relacionales – hay muchos matices y las combinaciones son muy complejas. Desde personas y comunidades que estaban muy mal antes y siguen estando muy mal ahora – cuyos problemas son igual de graves y no han variado sustancialmente-, hasta la pérdida de seres queridos por la propia epidemia, pasando por situaciones laborales de mucha exposición y tensión, por relaciones rotas o por vínculos que han crecido en intimidad y profundidad, por soledades no deseadas, por el derrumbe económico, o por comodidades inalteradas.
Si tuviera que graficarlo sería un degradé de libertad. Cuanto más libertad menos miedo y menos determinismos, y viceversa.
A medida que pretendemos avanzar en una reflexión encarnada sobre la libertad, que no soslaye ninguna de sus dimensiones, nos encontramos inevitablemente con un vasto campo político.
Antes de seguir quiero reivindicar otra vez que todo lo anterior ya es político, incluso lo que no parece serlo. “No separes los amores individuales de los sociales. No separes el amor de los motivos que te llevan a las luchas políticas, ni el perdón del esfuerzo por cambiar las estructuras económicas. El amor ve en lo social y lo político una condición de plenitud para el ser amado. Amar profundamente a otro significa luchar por darle una sociedad en la que pueda desarrollarse en paz y justicia”, decía el entrañable Perico Pérez Aguirre, y agregaba “el poder sin amor es temerario y abusivo, y el amor sin poder es sentimentalista y anémico”.
Nos preguntábamos hace pocos días con un grupo de compañeros y amigos: ¿por qué nuestras reuniones virtuales se ven a veces cargadas de una emocionalidad a flor de piel? ¿Por qué la política en tiempos de COVID ha cambiado tanto? Sabemos que más que conexión necesitamos contacto, pero seguramente no sea ese el único factor en juego. Aunque es difícil contemplar y reflexionar lo que estamos viviendo en tiempo presente, tal vez en las palabras de Perico podamos encontrar algunas respuestas que nos interpelen más allá de la vida en pandemia y nos inviten a nuevas formas de pensar y construir el poder transformador, a recrear nuestras praxis militantes. Al problematizar esto me resuena la voz de otra amiga y compañera de causas: “Hay militantes políticos que hablan siempre desde la certeza y están demasiado lejos de la carne”.
Volviendo al punto, lo cierto es que las condiciones materiales y políticas de la libertad -esas que queremos construir entre tensiones, avances, retrocesos y angustias históricas – están hechas de todo esto, y más. La ausencia de un enfoque radical y multidimensional explica que la respuesta del liberalismo sea tan insuficiente y se vuelva además perversa y violenta cuando prioriza la falsa “libertad del mercado” y desconoce la tiranía de la necesidad que se impone sobre tantas víctimas.
Las y los humanos nos hemos pasado siglos ensayando caminos de libertad y reflexionando sobre sus condiciones y consecuencias. Por eso cuando se usa la palabra libertad de forma banal y para justificar la indiferencia, cuando se la adjetiva como “responsable” y nada más, cuando se presume de una supuesta libertad egoísta que es ciega a las desigualdades y termina siendo “libertad” de unos pocos para oprimir o descartar a los demás, se nos paran los pelos de punta.
En estos tiempos la palabra libertad se ha bastardeado mucho con abstracciones que se llevan puesta la vida y las realidades de quienes más sufren. Es momento de reivindicar que no soy plenamente libre si los demás no son libres, que no es verdad que mi libertad empiece donde termina la del otro sino que por el contrario empieza donde empieza la del/la otro/a y se realiza con la suya, que la solidaridad es una categoría insoslayable de la libertad, que necesitamos construir libertad en las relaciones sociales, que la acumulación desmedida en unas manos no es un acto de libertad sino de avaricia y dominación, que no hay libertad fuera del amor ni aplastando la diversidad y el pluralismo, que las desigualdades estructurales nos hacen menos libres a todas y todos, y a algunas más que a otros, que no hay libertad si todo tiene un precio, que no hay libertad sin gratuidad.
También parece ser tiempo de volver al viejo proverbio “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, de denunciar la mentira o de pedirle prestado a Freud el concepto de formación reactiva para pensar los discursos y prácticas defensivas de nuestros gobernantes.
Creo que también es tiempo de gritar: ¡Dejen de hablar de la libertad mientras practican la exclusión y el autoritarismo! ¡Dejen de indicarnos lo que podemos o no podemos decir si no nos queremos convertir en apátridas! ¡Dejen de censurar y estigmatizar la discusión política sobre la crisis que vivimos! ¡Dejen de sembrar miseria a nombre de la libertad! ¡Dejen de blindarse a sí mismos y tratemos de blindar la vida que sin vida y sin justicia no hay libertad ni paz! De nuestras denuncias se desprenden también nuestros anuncios y nuestras esperanzas, orientadas a construir sociedades donde seamos personas libres y no fichas del mercado.
Si llegaron hasta acá, gracias por leerme y gracias por aceptar una columna arborescente y diferente a las habituales. Y gracias a las y los protagonistas de las muchas historias y conversaciones que siguen tejiendo tramas e inspirando búsquedas y caminos de libertad.