“En tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros”.
Enrique Pichon Riviére
“Acompañar, promover, sistematizar, trabajar junto con y tolerar que esa experiencia comunitaria nos obligue a cambiar nuestros contenidos y estrategias”
José Luis Rebellato
Habitamos un tiempo de transición, de incertidumbre, de latencias. En las entrañas de un mundo estructurado sobre la base de la acumulación privada y la desigualdad, se gestan también nuevos mundos que abren caminos de vida y esperanza. Porque el sinsentido, la soledad egoísta y la opresión siempre son, de algún modo, impugnados desde sus propias víctimas.
Este proceso doloroso y contradictorio se despliega sobre el escenario de un desarrollo explosivo de las fuerzas productivas, de una revolución científico-tecnológica acelerada, de una brutal transnacionalización de la estrategia de acumulación capitalista, y de cambios profundos y vertiginosos en el mundo del trabajo y en la sociabilidad humana en general. Entre obscenas concentraciones de riqueza y de poder y derechas extremas, neofascistas y violentistas, crecen también -como signos de lo nuevo- movimientos feministas que cuestionan las desigualdades más ancestrales, comunidades de base que proponen un humanismo radical, experiencias autogestionarias y solidarias, y hasta una ecología integral que interpela la economía del descarte y reclama que “el grito de la Tierra es el grito de los pobres”.
La erosión de los paradigmas que orientaron a los grandes movimientos sociales y políticos transformadores durante el siglo XX, tuvo como consecuencia el astillamiento y la dispersión del amplio espacio de las ideas y las prácticas emancipatorias. En medio de ese desconcierto, la ideología dominante ganó terreno y los intereses que le dan origen y la sostienen cooptaron rincones inimaginables. Como contracara, se abrió en algunos ámbitos un fermental proceso de debate y revisión que estimuló el pensamiento crítico y encendió una alerta frente a concepciones dogmáticas y omnicomprensivas. Sin embargo las crisis de participación y compromiso, y la desconfianza en cualquier perspectiva de cambio radical consolidaron un realismo capitalista cínico y totalizante, y un liberalismo individualista que se metió también en las izquierdas.
En nuestra América Latina, atravesada por una pugna por la hegemonía mundial que sigue su curso, el capitalismo real desató severas crisis sociales y los pueblos lograron construir respuestas políticas progresistas que produjeron cambios importantes y también demostraron sus limitaciones.
Hoy la autocrítica nos encuentra asistiendo a las consecuencias de una derrota. Y la historia, aunque nunca se repite igual, nos devuelve viejos fantasmas, ya no como espectros sino en realidades, tan tristes como concretas.
La excepcionalidad uruguaya es un mito y con nuestras particularidades, algunas por cierto muy valorables, vivimos también esta circunstancia histórica.
El desafío de las fuerzas alternativas al sistema sigue siendo la construcción de prácticas humanistas y solidarias, la politización de la vida cotidiana, la desnaturalización de este orden social, y la creación y fortalecimiento de herramientas colectivas que permitan mover la aguja de la historia. Volviendo al acápite de este texto: planificar y organizar la esperanza.
En este camino las organizaciones políticas debemos asumir que no podemos sintetizar lo que ni siquiera conocemos o comprendemos, y que para hacer síntesis de algo es imperioso ser parte, acompañar y promover su desarrollo, inaugurando también nuevos modos. En el tránsito del paternalismo dirigista y el vanguardismo (propios de los modos patriarcales) a una lógica distinta, también algunos feminismos y la ética del cuidado tienen mucho para decirnos. El poder no es un objeto que se toma y posee, el poder alternativo se construye y circula, porque si su lógica de producción fuera la dominante no sería capaz de alumbrar nada nuevo.
El movimiento social uruguayo, como los movimientos sociales en el mundo pero con sus peculiaridades, ha cambiado mucho, y la relación con los partidos políticos, luego de 15 años de gobiernos frenteamplistas, también se ha visto interpelada. Hoy es tiempo de escuchar y dialogar, sin renunciar a la palabra ni fragmentar más la lucha, pero conscientes de que nuestra misión sigue siendo la de tirar la vida de entre la muerte, la de ser parteros y parteras de lo nuevo, en un parto que es esencialmente colectivo, admite múltiples articulaciones y exige paciencia. La clase trabajadora, el conjunto de los sectores populares y todo el mundo plural de la subalternidad social siguen siendo los sujetos de esta historia, y los procesos de institucionalización deben revisarse a la luz de esa potencia originaria.
El Frente Amplio es una herramienta del movimiento popular uruguayo, surgido de una experiencia hermosa de unidad social. Hoy una nueva realidad social reclama por lo menos dos movimientos simultáneos: un ensanchamiento de la unidad social de las y los de abajo; y una desburocratización de las dirigencias y estructuras políticas y sociales que apuntale un nuevo modo de construir organización, donde no hagamos política desde arriba y por otros. Como reza la emblemática frase: “nihil de nobis, sine nobis” (“nada sobre nosotros/as sin nosotros/as”). La Intersocial, con sus contradicciones y dificultades, surge como un posible instrumento estratégico, entre otros, para ese camino en el Uruguay de hoy. De la nueva y trabajosa unidad social deberá surgir también, dialécticamente y desde la base, un Frente Amplio vigoroso y transformado, una nueva unidad política para un tiempo nuevo de cambios radicales y democráticos.