Escribe: Mónica Xavier
«El multilateralismo está bajo ataque justo cuando más se necesita». Esta afirmación, formulada durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en setiembre de 2018, pertenece a su Secretario General, António Guterres.
La naturaleza del multilateralismo es la cooperación y su objetivo el desarrollo. Más allá de los avatares que enfrenta toda construcción humana, lo cierto es que el Sistema de Naciones Unidas ha logrado asistir y desarrollar políticas integracionistas, pacificadoras y a favor de los Derechos Humanos en diversas partes del mundo.
Sin embargo, desde hace ya algunos años somos testigos del permanente y creciente ataque al multilateralismo tanto global como regional. Ejemplo de ello: los EEUU de Donald Trump. Es de público y universal conocimiento que el actual presidente de los EEUU ha quitado gran parte del apoyo financiero al que está obligado con las Naciones Unidas, grave herida para la institución multilateral más importante del planeta. A eso se suma que ahora, el presidente de EEUU le acaba de quitar apoyo a la OMS – en plena pandemia COVID 19 -, argumentando “excesiva confianza” en los informes oficiales de la República Popular China sobre el curso de la pandemia en ese país.
Pero no termina allí esa actitud unilateral, nociva y peligrosa. El cambio climático golpea cada vez más fuerza y avisa que si seguimos a este ritmo de consumo y producción el desenlace no será bueno. Hubo esperanza a través del histórico acuerdo climático de París, pero no se ha logrado avanzar con relación a las expectativas sino más bien en reversa: EEUU se retiró del acuerdo y a pesar de que el resto de los países ha permanecido tampoco se logró avanzar consistentemente a lo declarado en el acuerdo de la capital francesa.
Por delante tenemos la Agenda 2030 de la ONU: un plan de acción para las personas, el planeta y la prosperidad. El desafío involucra las más diversas áreas en busca de esos propósitos. Para tener éxito debemos reforzar y reformar el multilateralismo, brindando apoyo a instituciones como la ONU. Entre otras cosas debemos bregar por un comercio justo, luchar contra el proteccionismo y el unilateralismo y lograr transformar las asimetrías en palancas de cooperación, que progresivamente vayan cerrando las brechas que asfixian a los más vulnerables en favor de los privilegiados. Debemos terminar con esta lógica perversa.
La región no es ajena a este empuje contra integracionista. La OEA padece un funcionamiento desbalanceado y contradictorio, liderada por un Secretario General que asume procedimientos carentes de ecuanimidad y prodiga avasallamientos institucionales injustificables. Hace algunos años fuimos parte de la gestación de UNASUR, de su capacidad de integración, de convertir asimetrías en complementariedades, promoviendo una cooperación Sur-Sur nunca antes experimentada. Logramos integración en lo sanitario, en lo educativo, en lo cultural, en lo político, en seguridad y en defensa. Lamentablemente, también fuimos testigos de lo rápido que los gobiernos de derecha comprometidos con intereses centrales, desmantelaron esa herramienta. Aprendamos para no volver a fallar, porque cada debilitamiento del multilateralismo tiene como consecuencia más proteccionismo y nacionalismo, los cuales constituyen retrocesos en derechos, alejando las posibilidades de avanzar hacia procesos humanistas de integración.
En estos tiempos estamos viviendo el ejemplo por antonomasia de la necesidad de la integración universal. La pandemia del Covid-19 ratifica la necesidad de la cooperación internacional. La cobertura sanitaria y los avances de la ciencia deben alcanzar a todas las personas en todas partes. No hay soluciones parciales: la solución será cuando sea para todos. Coherente a ello, el Grupo de Puebla (20/04/20) realizó un llamado para que la vacuna a crearse contra el Covid19 sea un bien de uso público, universal y gratuito, apelando a la justicia social, a la equidad y a la solidaridad. Estos principios están hoy más vigentes que nunca.
No todos concebimos que un mundo mejor supone más cooperación, integración, igualdad y desarrollo. Hay poderosos actores que piensan y actúan en contrario, sin esconderse ni disimularlo. Los ejemplos sobran. Y por ello ni la ingenuidad ni la victimización ni la idealización son buenas compañeras: estamos llamados a defender el multilateralismo a la vez de repensarlo. No son todos aciertos en esta compleja materia. Pero de lo que no nos cabe duda es que el bienestar de los pueblos, en este mundo globalizado, depende de la profundización en la capacidad de integración y cooperación entre las naciones.