Militancia estudiantil y participación

Escriben Génesis Gallardo | Candidata titular por lista 1000 a la consejería estudiantil (CFE)

¿Qué se necesita para militar un espacio, y cómo pensar ese aspecto para atender las necesidades de la militancia actual? Esa pregunta, en principio, guía esta reflexión.

Cuando, en una charla de bienvenida en el I.P.A, me encontré por primera vez con el Centro de Estudiantes de la Institución, la decisión de participar en éste fue sencilla. Yo venía de Paysandú, donde transité por liceos sin gremio y nada conocía de la organización estudiantil; más aún, aunque en mi vida liceal intuyese el valor de ese tipo de espacios, no me sentía con la formación suficiente como para habitarlos, mucho menos para crearlos allí donde no había. Pero cuando el compañero del CEIPA nos dio la bienvenida, presentó al Centro y nos invitó a participar del siguiente plenario, sabía que allí podía sumarme. No importaba que yo no supiera qué era un plenario, se notaba que esa gente estaba formada y tenía cancha en eso de organizarse. Confiaba en que pronto desarrollaría las herramientas necesarias para aportar alguna cosa, porque ellos y ellas eran tan estudiantes como yo y sin embargo allí estaban, hablando de grandes temas y reuniéndose para decidir sobre ellos.

Tras tres años de militancia, hoy me entiendo con la suficiente formación para afirmar eso que parece evidente pero muchas veces no se cree: para organizarse y luchar no se requiere de mucho más que poner el cuerpo y las ganas. No hay que ser ninguna experta para reconocer y defender aquello que se nos presenta como evidente en nuestros lugares de estudio y de trabajo. Eso que en palabras simples nos indica que algo hay que hacer, que no puede ser, que cómo vamos a seguir así; eso que nos llama y nos invita diciendo “Este es tu lugar; aduéñate, defiéndelo, habítalo”.

Hoy en día ¿qué formas toma ese algo? En Formación en educación, de la que puedo hablar por mayor cercanía en la experiencia, nuestra militancia torna una y otra vez a tópicos ampliamente conocidos: mayor presupuesto para la educación, autonomía y cogobierno y garantías en el acceso universal a la educación. Estos aspectos, tan hablados, tan amplios, están presentes y demandantes hoy en nuestros centros de estudio tanto como ayer. Y una cosa lleva a la otra: necesitamos mayor presupuesto porque hay tanto que debe mejorarse y tanto que debe crearse en primer lugar. Problemas edilicios, falta de becas (monetarias, de transporte, de alimento y residencia), falta de docentes, grupos superpoblados por falta de cursos abiertos, falta de equipos y conectividad para acceder a la formación virtual… Esto se conecta íntimamente con el acceso universal a la educación, que requiere de igualdad de condiciones de acceso a todas las propuestas formativas a nivel nacional, abarcando entonces todos aquellos asuntos que tengan que ver con la inclusión del estudiantado desde aspectos económicos, de descentralización, de perspectivas conscientes y activas respecto a las desigualdades que genera la identidad sexual y de género, la discriminación racial, la discapacidad… ¿Y cómo tomar medidas consecuentes con lo anterior si no es desde la organización de los y las actoras de la educación? Eso elemental que transmitimos frecuentemente a la población en general debería partir de una convicción profunda ante una cuestión evidente: la organización por los intereses y necesidades de un grupo no puede ser llevada adelante por agentes externos, sino que debe llevarse por quienes viven de primera mano las consecuencias de las decisiones que se toman en los asuntos que les conciernen. Ahí viene el sentido de la autonomía y cogobierno; reconociendo lo central que es que quienes militamos educación nos entendamos defensoras de la misma en un contexto que constantemente intenta vulnerarla y someterla a intereses menos nobles que los de la libertad del pueblo (aquellos que tienen que ver con lo que demanda el mercado), y agregando la necesidad de entendernos hacedoras del plano educativo. Estudiantes y docentes construimos el día a día de lo educativo; somos responsables y necesarias para pensarlo, repensarlo y dirigirlo allí donde la sociedad lo necesita.

Para lograr cualquier reivindicación, como las anteriores nombradas, se torna necesario además que cualquier espacio organizado se pregunte: ¿Qué pasos debemos seguir para militar de mejor forma? Encuentro que un desafío central a la hora de tratar esta cuestión es atender el hecho de que la participación estudiantil en los espacios organizados continúa decayendo. Este aspecto se traduce en falta de fuerza del movimiento estudiantil para hacer oír sus demandas en los espacios institucionales de toma de decisión, así como en dificultades para ser percibido por la sociedad como efectivo representante de las instituciones de las que forma parte.

Como respuesta, quizás simple, a esta cuestión, tornaré al comienzo del planteo. Puede ser sencillo olvidar que hay gente que no sabe que puede -que debe- hablar, participar y construir. Que se encuentra con palabras enormes como autonomía y cogobierno en el “ODD” de la Asamblea o que va por primera vez al espacio organizativo y escucha durante horas cómo se discute si tiene sentido participar en la “CCL” o si hay quorum suficiente para tomar tal o cual decisión… Todas cuestiones que tienen un sentido pero que son difíciles de entender como propias y accesibles para quien las desconoce. Claramente en la militancia hay formación, hay una historia que atender y luchas históricas a continuar. Pero para estar en el gremio o en el sindicato, para entrar a ese lugar donde tus pares se organizan, debe bastar la sola consciencia de saberse parte de las estudiantes o las trabajadoras. Parte de ese grupo que por aquello a que se dedica, sufre embates particulares en el ejercicio de su tarea que requieren de respuestas particulares, que para tener fuerza tienen que ser necesariamente organizadas y colectivas.

Quienes ya militamos, debemos saber invitar señalando ese lugar común: invitar a cada estudiante a reconocerse parte de ese tan nombrado “estudiantado”, señalando cómo las cuestiones aisladas se entrelazan con estructuras de poder y luchas históricas, indicando que no se necesita más formación que la autoconciencia para ser parte del espacio. Como militantes, tenemos que saber que lo importante es nunca dejar de invitar al plenario, al gremio, a la organización. Con las palabras, las formas y las acciones. Porque la lucha obtiene su valor y sentido del encuentro entre los pares, y esos pares muchas veces no saben que ya cuentan con los requisitos para ser parte.