Escribe: Manuel Laguarda
Estamos hoy ante una sociedad más plural y compleja, más fragmentada, con menos fuerza de las identificaciones colectivas. Una sociedad sin los grados de industrialización y barrios de trabajadores del pasado.
Estamos hoy ante una sociedad menos afín a los modelos organizativos típicos de los partidos de izquierda, con menor presencia de las mediaciones sociales y mayor atomización.
El peso de los medios de comunicación electrónicos, de las redes sociales, y ahora los efectos de la pandemia y de la reclusión, continúan en esa dirección.
No podemos entrar ahora a analizar la complejidad y pluricausalidad de estos fenómenos, pero una consecuencia ha sido, que en años recientes, se han dado formas de participación vinculadas a temas concretos más que a proyectos globales.
Las características de estas sociedades contemporáneas le otorgan fuerza a los movimientos sociales y hay que replantearse un tema recurrente en las izquierdas desde mediados del S. XIX, como ser el de la relacion entre estos actores y los partidos políticos.
La potencialidad de los movimientos sociales emana justamente de su capacidad de expresar las múltiples demandas de una sociedad plural y compleja, a veces no reconocidas o no expresadas por los partidos politicos o incluso a veces, entrando en contradicción con los mismos, lo que puede acentuarse si éstos están en el gobierno.
Un riesgo -y algo así nos tocó vivir en el pasado reciente- es la desestimación de estos actores, el apartarnos de la base social, apelar a una gestión aséptica o incluso la reaparicion a veces no del todo consiente, de la pretensión de que ocupen el lugar que les asignaba la vieja teoría de la correa de trasmisión.
Por supuesto, otro riesgo es el movimientismo que desdibuja o simplemente saca del medio al partido político o invierte el orden de la polea y los reduce al seguidismo de los actores sociales.
Una clave para replantearnos la síntesis de este recurrente tema si lo miramos desde el partido, puede estar en alimentar siempre la capacidad de escucha, el diálogo y la presencia activa de sus militantes en las organizaciones y movimientos sociales, no para transformarlos en poleas o manipularlos, sí para conocer, llevar y acercar posiciones.
No voy a tratar temas más profundos y complejos como ser la relacion entre sociedad civil y sociedad política. En el caso de los socialistas uruguayos, remite a la concepción de la Democracia sobre Nuevas Bases. Es menester recordar que la gestación del poder popular no se detiene nunca, se esté en la oposición o en el gobierno, y que una de sus dimensiones pasa por potenciar a las organizaciones sociales del campo popular.
Un aspecto que quiero destacar ahora y que es tarea del partido político -y que sólo es posible si se da esa cercanía, presencia y diálogo- es la interacción de ida y vuelta con los actores sociales, la articulación en el plano de la acción y en el del discurso de las múltiples demandas que emanan de la sociedad en una propuesta globalizadora.
Forjar un discurso que a traves de sus significantes centrales permita el juego de equivalencias a que hacen referencia Laclau y Mouffe para ligar el conjunto de demandas en una propuesta movilizadora, es tarea del partido. Proponérsela a la sociedad en su conjunto y eventualmente rectificarla de acuerdo a la recepción que una escucha y diálogo adecuado harían posible, también.
Todo esto se corresponde con la concepción gramsciana de la hegemonía.
Es parte de las carencias del período reciente.
Ademas de las desinteligencias con el movimiento social, otras expresiones de lo anterior pueden verse en la campaña electoral en la ausencia de un discurso globalizador, con ideas fuerza centrales, que implican una propuesta de futuro que moviliza la capacidad identificatoria de la gente y que nunca la mera apelación a la gestión -obviamente imprescindible- podría dar.
Cuando se señala las carencias en la comunicación entre el gobierno y sus realizaciones (el FA y la sociedad) no es simplemente la poca información y comunicación, sino que es transmitir un discurso convocante que articule pasado, presente y futuro, centrado en esos significantes centrales que estuvieron ausentes, mientras que la derecha sí pudo hacerlo a partir del relato de “Un solo Uruguay”.
En este nuevo escenario donde somos oposición ante una coalición de las derechas que despliega una política desembozadamente clasista, destinada a desarmar las conquistas de los 15 años pasados y reencauzar el proceso de acumulación a favor de la burguesía, haciendo caso omiso a las urgencias sociales que acentúa la pandemia, tenemos que replantearnos todo lo anterior.
Vamos a embarcarnos en la campaña destinada a anular por la via del plebiscito las aspectos más regresivos de la LUC: Es una batalla importante y la propia iniciativa trasformada en ley por el gobierno permite deslindar los campos.
Todo el proceso de recoleccion del 25% de las firmas del cuerpo electoral y la campaña posterior hacia el plebiscito nos va a permitir acercarnos y dialogar más con la sociedad organizada y con la que no lo está.
Esto es fundamental para el proceso de acumulación y recuperación de la hegemonía en el plano de las ideas y de la lucha ideológica y cultural. También para la gestación del poder popular. Naturalmente, en tanto expresa el antagonismo a las iniciativas de la derecha, no permite claramente el despliegue de nuestras propias iniciativas con ese carácter globalizador que faltó en 2019. Eso lo podemos hacer después, más allá del resultado del plebiscito contra la LUC que ubicaríamos en el segundo semestre de 2021.
El año próximo, en el contexto de ese diálogo potenciado por la batalla contra la LUC, con todos los actores sociales y con la sociedad en su conjunto, podemos forjar una propuesta de país hacia la fecha emblemática del Segundo Centenario, que sea globalizante y convocante: un nuevo desarrollo de transformación radical y modernizadora, hacia el país productivo superador de la dependencia de las commodities, ecologista y con aristas autogestionarias. Además, es moverse hacia el país post capitalista, que convoque a una cuidadanía ampliada a las dimensiones sociales y económicas, en sintonía con las exigencias civilizatorias de la pospandemia.
Podemos forjar un nuevo pacto social con la ciudadanía para un nuevo desarrollo, y que se exprese en una propuesta de una nueva Ley de las Leyes, una nueva Constitución.
La Constitución es una ley más, su contenido lo determinan sus autores, y su sentido es mejorar la vida social. Es el pacto básico que todos nos damos: Un nuevo pacto para una nueva época.
Acá aparecen algunos significantes centrales: nuevo desarrollo, nuevo pacto. Segundo Centenario: país productivo, autogestión, medio ambiente, nueva Constitución, nuevos derechos, más libertad y más igualdad.
El diálogo en 2021 implica elaborar la propuesta de país y la reforma de la Constitución para ser expresada en 2022 y 2023 con el 10% de los habilitados a votar (mucho menos que el 25 que precisamos ahora contra la LUC). Esto debe darse antes de abril de 2024 para ser plebiscitada en la elección de octubre de ese año, según el artículo 331, inc A de la Constitucion.
Todo este camino puede ser una manera de articular y sintetizar la relación entre la fuerza política y los movimientos sociales y una apuesta estratégica para recuperar el rumbo en los proximos cuatro años.