Los vientos que soplan en la región

Escribe: Andrea Perilli

Son miles las palabras que podrían usarse para ilustrar a nuestra América del Sur, pero para hacer esta descripción más pragmática y concisa, elegiremos los términos “heterogénea” y “dinámica”. Heterogénea porque cada porción es única: en su forma, en sus colores, en sus sentires, en su cultura. Y dinámica porque la historia de los pueblos sudamericanos nunca se ha estancado: como los ríos que por ella corren es caudalosa, como las montañas que la atraviesan tiene sus picos y sus hondonadas, y como las sociedades que la pueblan tiene sus ritmos de vida.

Entre heterogeneidades y dinamismos, la historia de los pueblos sudamericanosha sido una de encuentros y bifurcaciones, y justamente, en los tiempos que corren,los caminos de estos pueblos parecen volver a encontrarse. Al menos en términos políticos y sociales; y aunque de a pasos cortos, la justicia social y la dignificación vuelven a estar presentes, haciéndoles frente al miedo y la opresión que siempre están al acecho en estas latitudes.

Pasó en Bolivia. Cuando se consumó el golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático de Evo Morales, América del Sur parecía quedar sumida en la oscuridad. Se derramó sangre y en muchos casos se optó por el silencio. La persecución se volvió moneda común, y las elecciones que tanto vaticinaban se alejaban más y más en el tiempo. Injustamente abanderados con la democracia, sus antagonistas hacían estragos en la misma.

Pero el sol volvió a salir en tierras bolivianas. Dicen que los pueblos no olvidan a quienes no los traicionan. Quizás haya sido la memoria, quizás haya sido la búsqueda de la libertad arrebatada las razones que hicieron que en un domingo de octubre de este año el pueblo boliviano depositara su confianza en Luis Arce para reconducir y rencausar las riendas del país. Contra todo pronóstico, contra toda suposición, contra toda fuerza ajena a la inmensurable fuerza del pueblo, la izquierda volvió al gobiernoen Bolivia.

“El nuevo tiempo significa escuchar el mensaje de nuestros pueblos que viene del fondo de sus corazones, significa sanar heridas, mirarnos con respeto, recuperar la patria, soñar juntos, construir hermandad, armonía, integración, esperanza para garantizar la paz y la felicidad de las nuevas generaciones”, decía David Choquehuanca en su asunción como vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Su discurso, tan comentado y aplaudido, debería servir de guía para entender el humanismo de la izquierda, la búsqueda de justicia, y el legado de los pueblos ancestrales.

Corriendo nuestra mirada hacia el otro lado del río, aquí nomás, vemos como Argentina ha tendido importantísimos puentes para la cercanía de los pueblos latinoamericanos. El asilo que Alberto Fernández le dio a Evo Morales marcó un hito en una Sudamérica plagada de sombras. Y un año después, con la democracia reestablecida en Bolivia, fue Fernández quien acompañó a Morales a cruzar la frontera hacia su país, un hecho que excedió lo simbólico plasmándose en lo material: los lazos creados, los pueblos hermanados. “¡Viva Latinoamérica!”, gritaron al unísono.

El triunfo del propio Fernández, en octubre del año pasado, demostró que los gobiernos populares, aquellos que muchos creían derrotados, aún son posibles en nuestra América del Sur, aún tienen la credibilidad y la confianza que la gente deposita en ellos para verse representados y tener una vida digna. Hay una frase de su campaña, que si bien concisa, demuestra el compromiso con el progreso y la dignificación del pueblo: “poner a la Argentina de pie”. Nada más céntrico para un gobierno de izquierda que hacer que los pueblos tan golpeados y lastimados levanten cabeza.

Sucedió también en Chile. Las protestas, referidas como el “estallido social” en la prensa trasandina, pusieron de manifiesto las desigualdades e injusticias que el pueblo chileno sufría. La movilización del pueblo se hizo oír, pese a la violencia policial que el gobierno desplegó para silenciar las voces reclamando justicia. “Chile despertó”, y vaya si lo hizo.

Chilenos y chilenas canalizaron sus reclamos a través de un ámbito donde el pueblo nunca debe ser ignorado: la democracia, y puntualmente, las urnas. A través de un plebiscito, una aplastante mayoría de 78% decidió que era momento de aprobar una nueva Constitución, dejando atrás la carta magna redactada por la dictadura de Pinochet. La nueva carta magna chilena será confeccionada por ciudadanos electos por sus propios compatriotas, siendo esta Convención Constituyente la segunda gran victoria del plebiscito de octubre de este año.

Las manifestaciones no tuvieron una raíz político-partidaria, y tampoco el referéndum. Sin dudas que los apoyos desde el arco político fueron claves a la hora de impulsar y articular el Apruebo, pero la fuerza más potente y dinámica para quebrar con el status quo que imponía la Constitución pinochetista vino de la mano de los movimientos sociales. En tiempos donde surgen interrogantes sobre quien debería ser la fuerza movilizadora de la izquierda, si los movimientos sociales o el campo político, el ejemplo del pueblo chileno ilustra como articular, escuchar, y contraponer es sano para una izquierda fuerte y con causas firmes.

Aún persisten las sombras sobre nuestra América del Sur, y todavía lejos parecen estar los tiempos de aquellas fotografías que de vez se nos aparecen en las redes sociales despertándonos la nostalgia. Fotos donde Lula, Dilma, los Kirchner, Vázquez, Mujica, Correa, Chávez, Evo, Lugo se abrazaban o estrechaban sus manos. En ellos no solo se veían a los políticos por sí solos, sino que en ellos se encarnaba la representación de los pueblos a los que supieron dignificar.

Quedan caminos por andar y obstáculos que sortear para ampliar y extender la unión de los pueblos sudamericanos. Son senderos donde las izquierdas deben aprender, ser críticas, y fortalecerse. Construir y liderar, pero también escuchar y reflexionar. Y nunca perder de vista al pueblo que en ellos deposita su confianza y a ellos debe su responsabilidad.

Las injusticias que han plagado nuestro continente por décadas y siglos parecen aflorar. El pueblo colombiano se alza ante las mismas, exige cambiar el rumbo de un país tan lastimado y estigmatizado. En Perú, se pone en cuestión la representatividad del pueblo en el sistema político, tras seguidas destituciones presidenciales puertas adentro del congreso.

En el Brasil de Bolsonaro, la hegemonía del presidente ha sido puesta en jaque en las últimas elecciones municipales, aunque la izquierda aún no recobra su potencia tal como todos pronosticaban. Pero surgen nuevos liderazgos, de distintos orígenes, que hacen lo que es vital para toda fuerza política: cuestionar el status quo e impulsar un nuevo dinamismo, el dinamismo sudamericano del que antes hablábamos, donde articular y escuchar se torna céntrico.

En la rica diversidad sudamericana, siempre están los puntos de encuentro para aprender, para ampliar horizontes, para sacar apuntes, y para hermanarnos. Somos un continente heterogéneo, pero que fue hilvanado bajo el mismo hilo, una historia común. No podemos pensar a cada país sudamericano aislado de sus hermanos y hermanas, distanciado de ellos.

Dicen que la unión hace la fuerza, y tal vez el motor de una Sudamérica más justa y digna esté en la unidad, con el pueblo y sus causas populares en el centro. Donde prime la escucha y la articulación, donde la crítica sea impulso de mejoras y avances, donde más que soberbia haya cooperación. Donde el legado de aquella Patria Grande que muchos soñaron y otros edificaron nos interpele y nos impulse a seguir construyendo.