LA REVOLUCIÓN DE LA GRATUIDAD

Escribe: Gonzalo Civila López

Secretario General del PS

Diputado por Montevideo

“El alemán y el inglés reservan la palabra free [libre] para cosas, servicios y acciones gratuitas. Además de ser una crítica de la economía política, esa característica da testimonio de la falta de libertad que anida en las relaciones de intercambio; no habrá libertad mientras todo tenga un precio, y en la sociedad cosificada las cosas exentas del mecanismo de los precios sólo existen como penosos rudimentos”.

Theodor W. Adorno

“La esencia de una cosa aparece en su verdad cuando está amenazada de desaparecer”

Walter Benjamin

Un amigo y un encuentro por Skype empiezan a darle forma a esta reflexión. Mi amigo es psicólogo y hablando de la vida en tiempos de cuarentena, me cuenta que, por efecto de la crisis, varias de las personas con las que mantiene una relación terapéutica ya no pueden pagarle. Y acota: “no pueden pagar en el peor momento, cuando más lo necesitan”. Él les planteó que no era esta la mejor circunstancia para discontinuar las sesiones y, a pesar de la incertidumbre económica que también lo afecta, les ofreció seguir con el régimen habitual pero de forma gratuita. Algunas aceptaron, otras no, seguramente por vergüenza. Su disponibilidad es genuina, vocacional, profundamente humana. Conversando sobre esto nos resuena una hermosa y olvidada palabra, que también tiene que ver con nuestra amistad y con una concepción compartida del mundo: “gratuidad”. Lo comentamos y le damos algunas vueltas. Me remite al corazón de mi formación cristiana y socialista, a entregas ejemplares, a vínculos entrañables, y a una polémica filosófica por la que me había interesado algunas veces. Recuerdo un texto de Adorno, otro de Eagleton, algunos desarrollos del joven Marx, a mi admirado Franz Hinkelammert y al mundo latinoamericano de la teología de la liberación, al sentido mismo de la militancia que abracé desde la adolescencia. Reviso textos, converso con personas queridas, y finalmente decido escribir estas líneas.

La relación inversamente proporcional entre necesidad y capacidad de pago que esta vez trae la palabra de mi amigo, me pone de frente a un montón de paradojas y contradicciones: la exhortación a quedarse en casa para cuidar la vida y la salud, y la penuria doblemente angustiosa del que no puede hacerlo porque pelea la diaria o no accede a protección social alguna: “me quitan la vida al quitarme los medios que me permiten vivir” escribió William Shakespeare alguna vez; la misma invitación a quedarse en casa para quien no tiene casa o encuentra en su mundo doméstico el peor infierno de violencia y soledad; el acaparamiento y la suba indiscriminada de precios de aquellos productos que se vuelven más esenciales que nunca…el interjuego entre oferta y demanda llevándose puesta la vida; la desigual distribución de los costos inmediatos de la crisis entre mujeres y varones (incluso y antes que nada dentro de los hogares) producto del brutal desequilibrio de poder y la injusta división sexual del trabajo. Es todo muy cínico, y hasta las bienintencionadas advertencias públicas de cuidado y prevención suenan, a tantos oídos, sutilmente perversas.

Si profundizamos un poco en estas paradojas nos vamos a encontrar pronto con una cruda verdad: para millones y millones de seres humanos son tensiones permanentes, y para el sistema que organiza nuestra vida económica y social lisa y llanamente “naturales”, por eso pasan con frecuencia desapercibidas. Cobra sentido lo del acápite: “la esencia de una cosa aparece en su verdad cuando está amenazada de desaparecer”. La lógica del mercado totalizado, en última instancia, se destruye a si misma porque aniquila la vida, y sin vida tampoco hay mercado. La degradación ambiental lo pone de manifiesto bajo una forma explícitamente universal, pero es una realidad concreta y lacerante para el submundo cotidiano de las y los descartados del sistema (¡cuántos exponen diariamente su vida para poder sobrevivir, y la pierden en el intento! ¡cuántas vidas deshumanizadas por la explotación, la trata, las mil esclavitudes del consumo y la cosificación!). El límite se vuelve también evidente para otros cuando hacen conciencia de esas desigualdades asesinas o del sinsentido que experimentan en su propia existencia, o cuando, como ahora, empiezan a reconocerse también vulnerables y amenazados.

La lógica de la gratuidad, su dinámica libre que conoce de reciprocidades pero no de precios y transacciones calculables, es lo opuesto al dictum del mercado capitalista y a su imaginario propietarista y homogeneizador, que hoy coloniza casi todas las esferas de la vida. Aplica a las necesidades, pero también a la creatividad, al cuidado, al disfrute y la transformación del mundo, a hacernos cargo de los demás y de la casa común, a sentirnos responsables del futuro. “El desafío es liberar la sensual particularidad del valor de uso de la prisión metafísica del valor de cambio, lo que implica mucho más que el intercambio económico”(1), resume con brillantez Terry Eagleton buceando en la propuesta revolucionaria de Marx.

Por estos días muchos reclamamos con insistencia la creación de un ingreso mínimo garantido transitorio, que permita a quienes no tienen un salario fijo o protección social suficiente cuidar su salud y sobrellevar la crisis. A su vez crece la exigencia ciudadana de un control estatal de precios y abastecimiento de productos básicos, y la necesidad de postergar lanzamientos y desalojos, así como de reprogramar y reducir tarifas públicas para las y los más afectados, de extender la cobertura de los servicios de salud mental y de parar ya las recrudecidas violencias basadas en género y generaciones. Todo es imprescindible y a esta altura no requiere demasiada justificación, pero además queda claro que las medidas sanitarias y las apelaciones a la solidaridad no pueden estar desfasadas de las políticas de protección social, porque sino se vuelven inviables y eso nos pone en riesgo a todas y a todos. Hasta los más fervientes defensores de la “mano invisible” admiten que esta crisis no ha de resolverse con mercado, tal vez porque el carácter extremo y “anómalo” de la situación movilizó sus consciencias, tal vez porque sus intereses económicos y políticos de corto plazo se verían también afectados, o lisa y llanamente porque el propio mercado no la aguanta sin respirador.

Así las cosas, ya vendría siendo hora de que acepten que la enorme tragedia estructural y permanente del sistema -que acumula en pocas manos y produce un lujo obsceno, a la vez que nos aliena a todos y deja millones de muertos y mutilados por año a causa de la miseria y las desigualdades- sólo podría resolverse con un cambio civilizatorio, con una profunda transformación de nuestros modos de vivir y producir, con un urgente plan de desmercantilización de la economía y desconcentración de la riqueza, acompañado de una nueva cultura de convivencia y una praxis alternativa del poder. Porque más allá de los ingresos o de las cualidades morales de cada quien, ¿es razonable que la producción y disponibilidad de los bienes y servicios que necesitamos para sobrevivir estén condicionados a la obtención de ganancias particulares que siempre pretenden ampliarse? ¿Es sustentable la actual relación entre producción, consumo y ambiente? ¿Es aceptable la concentración escandalosa del conocimiento, las capacidades de investigación, la tecnología y la comunicación? ¿Es justificable la inicua distribución sexual e internacional del trabajo y la estructural discriminación étnico-racial que, a esta altura de la historia, sigue condenando también a millones? ¿Es realmente humana una cultura violenta y posesiva que cosifica la vida y las relaciones, y estandariza la diversidad del mundo y su disfrute según patrones de mercado? En cualquier caso, parece que un cambio que altere estos parámetros sólo podría suceder a partir de la acción organizada e internacionalista de quienes, además de ser la abrumadora mayoría, producimos la riqueza: las y los trabajadores, que como también va quedando demostrado, podemos hacer que la rueda deja de girar. Poner esa fuerza colectiva al servicio de una plataforma liberadora y profundamente democrática construida en el diálogo de múltiples movimientos sociales y políticos a escala global, supone tomar consciencia de la globalidad del problema y del desafío, cosa que la crisis deja parcialmente en evidencia.

La situación mundial de emergencia que atravesamos ha dado lugar a múltiples reacciones. Dentro de las respuestas “progresistas” se encuentra el resurgir de los movimientos pro renta básica universal. A propósito, nadie puede negar que la existencia permanente de una renta incondicionada para todas las personas implicaría un avance relevante respecto de la situación actual, pero a la luz de las reflexiones anteriores tampoco puede pretenderse que esta sea la única respuesta “progresista” posible a la hora de pensar el día después ni deben dejar de analizarse sus puntos débiles (2). Ante la realidad de un sistema que destruye empleos por efecto de la incorporación de tecnología, frente a las contradicciones estructurales de un mercado que necesita del consumo y a su vez produce exclusión, el rol de la política emancipatoria no pasa sólo por intentar amortiguar esas contradicciones, sino fundamentalmente por parir un orden nuevo, una economía para la vida, donde la gratuidad se expanda progresivamente a nuevas esferas y servicios, ganándole terreno a la lógica irracional del capital. No es simple ni lineal, no se trata de una utopía bucólica o un regreso al pasado, tampoco sería admisible sacrificar el presente concreto de quienes más sufren en aras de un futuro de “cuento de hadas” imaginado por intelectuales de escritorio con necesidades básicas ampliamente satisfechas, pero está claro que la hegemonía del mercado no se aguanta más y debe ser cuestionada.

Hinkelammert y Mora Giménez definen en pocas palabras el desafío y dan cuenta de la complejidad: “La humanidad hoy no puede asegurar su sobrevivencia sin liberarse del sometimiento al cálculo utilitario (cálculo de utilidad del individuo autónomo). Con todo, la Modernidad está destruyendo esta capacidad de liberación de una manera tan completa, que ni siquiera disponemos de una palabra para referirnos a ella. Se trata de la libertad frente a la compulsión del cálculo utilitario. Una palabra como “gratuidad” podría aproximarse a la representación que buscamos, pero a su significado le falta la relación con lo útil en el sentido del bien común. Quizás podemos utilizar el término “disponibilidad solidaria”, “disponibilidad en común”. La libertad frente al cálculo utilitario es útil, aun así se trata de un sentido de lo útil que el cálculo utilitario destruye al ser totalizado.” (3)

El testimonio con el que comenzaba esta columna, como tantos de nuestra vida cotidiana en medio de la pandemia, muestra la fecundidad de la crisis y lo mejor de la condición humana. Les invito a pensar en las decenas de ejemplos similares que conocen y a dimensionar desde ahí este tiempo. No hablo de la dádiva exhibida y publicitada ni de la pose generosa que se convierte en marketing, sino de las mil formas cotidianas y populares de la gratuidad y la reciprocidad no calculable, que se tejen en un entramado de relaciones, más o menos organizadas. Si este es un tiempo donde revalorizamos lo gratuito de la convivencia, la solidaridad y el encuentro humano, lo que no puede reducirse a relaciones mercantiles, y a la vez un tiempo donde queda expuesta la profunda inconsistencia de la supuesta y pseudocientífica “racionalidad económica” en cuyo altar sacrificamos la vida y la dignidad de nuestras hermanas y hermanos, es también, y aunque no parezca, un tiempo de esperanza que nos convoca a soñar revoluciones justas, solidarias y urgentes. Porque soñar otros mundos posibles también es gratis, y es necesario.

(1) EAGLETON, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, 1996.

(2) Mientras escribía pensé en titular esta columna “Elogio de la gratuidad”. Buscando en la web me encontré con un texto homónimo. Por eso el cambio de planes, que vino además como anillo al dedo para reivindicar la desprestigiada y muy difamada palabra “revolución”. Aquí les dejo la columna de Paul Ariès que casualmente discute la propuesta de renta básica universal desde la perspectiva de la gratuidad: https://mondiplo.com/elogio-de-la-gratuidad

(3) HINKELAMMERT, Franz, MORA JIMÉNEZ, Henry, Hacia una economía para la vida, 2013.