Escribe: Santiago Acuña, militante del CS Mercado Modelo
En el marco del Encuentro de militantes sociales organizado por el Partido Socialista en su 110 aniversario, reflexionamos sobre el presente y las perspectivas del vínculo entre política y sociedad. En particular, una frase de Frei Betto quedó resonando en Casa del Pueblo y en las computadoras y celulares de quienes siguieron el seminario a través de las redes del PS: “la izquierda se volvió más empática con la teoría que con la gente”. Las palabras de Betto nos interpelan pocos meses después de que el Frente Amplio perdiera las elecciones y en el medio de un proceso de autocrítica en el que estamos sentipensando (como decía Galeano) colectivamente. Invito a pasar por la cabeza y el corazón sobre cómo hacemos política quienes militamos en partidos políticos de izquierda.
Algunos pensadores han afirmado últimamente que vivimos en el tiempo del fin de los relatos y las utopías. Después de la caída del Muro de Berlín y del supuesto fracaso de diferentes experiencias y procesos revolucionarios, pareciera que los militantes ya no tienen un futuro cierto en el que creer. Este tipo de razonamientos por supuesto que no son neutrales. El sostener la idea de que los proyectos colectivos están demodé y que ya no tiene sentido que el individuo gaste tiempo en construir junto a otros y otras un futuro mejor, ha influido sobre nuestras organizaciones y por supuesto sobre cómo gobernamos en estos años. Desincentivar la motivación a involucrarse en la militancia por una sociedad mejor ha sido el somnífero que han aplicado aquellos que saben que más que nunca el “sálvese quien pueda” es insostenible para la humanidad.
A quienes les interesa que todo siga como está han sido muy hábiles en llevar a los soñadores viscerales al terreno de lo racional porque en ese campo empiezan los cuestionamientos típicamente cognitivos “¿valdrá la pena?”, “No me siento representado o representada, ¿sigo intentándolo?”, “¿y si mejor dedico mi tiempo a preocuparme por mi, para qué involucrarme?” Estas preguntas, lógicas, hacen que la cabeza le vaya ganando al corazón militante. La idea de que la política tiene más que ver con las emociones que con el cerebro es rechazada por considerarla de débiles en un mundo de fuertes, de ganadores. Sin embargo, creemos que hacer política de izquierda es ponerse del lado de los perdedores y cuestionar las formas de los poderosos.
La izquierda hiper institucionalizada, en el gobierno o fuera de él, parece que se ha preocupado más por discutirle a la derecha en el terreno teórico o en las cifras (los logros) que en lo que nos pasa por el corazón y la panza. Una izquierda a la que no le tiemble el cuerpo de indignación ante las injusticias, es una izquierda sin sabor. No basta con leer grandes libros sino somos capaces de conmovernos y movernos ante una situación de opresión en cualquier parte del Mundo, como decía el Che. En letras, datos y cifras estamos bárbaro pero ¿cómo estamos en nuestra empatía como militantes y dirigentes?
A pesar de los esfuerzos por adormecer nuestra capacidad de emocionarnos y salir a luchar con otros, sobran los ejemplos de que la Santa Rebeldía de la que hablaba José Pedro Cardoso está más presente que nunca. La vemos en los chilenos y chilenas que salieron a las plazas a protestar por la desigualdad, en el pueblo boliviano que recuperó la democracia luego de un golpe rastrero, en la gente en las calles de Estados Unidos indignada por el auge del racismo o en las latinoamericanas hartas del machismo. Lo que mueve a toda esta gente no sale de las neuronas o de un libro, como siempre, surge con una lágrima o un dolor de estómago ante tanta injusticia sufrida por nosotros o por alguno de nuestros hermanos o hermanas.
A los que soñamos con un mundo mejor, nos han querido encerrar en palacios de mármol, en conferencias sofisticadas o en cócteles de clase política, mientras la vida transcurre donde brotan las desigualdades todos los días. Para los partidos políticos y sus militantes el desafío hacia el futura es usar la razón pero sobre todo los sentidos. Todos los sentidos, pero principalmente el de la escucha que es el que nos permite sentir el clamor de los y las que están cargando la cruz de la opresión pero que también son los que fueron postergados a la hora de diseñar soluciones para sus propios problemas. Quizás sea momento de dedicarle menos atención a cifras y tecnócratas y más al sentir y actuar. Como dijo Enzo Malán en su intervención en el Seminario de Movimientos Sociales, ojalá podamos pasar más tiempo descalzos de soberbia e intereses individuales sobre la tierra roja e incómoda del contacto estrecho con los demás. Ojalá escuchemos más a nuestro corazón y al de los demás cuando actuamos en política. Que así sea.