La olla que se comió a sí misma

El pasado 7 de mayo nos hicimos presentes en la olla solidaria “Cancha Rosario”. Creada hace un mes y medio atrás, la olla recibe en Casavalle, de lunes a viernes, a casi 200 personas diariamente. Interesados en cómo el esfuerzo de vecinos y vecinas de la zona han dado sustento a este proyecto, conversamos con sus organizadoras, para que la voz de las experiencias populares pueda hacerse eco en esta presente edición de El Sol.

Así, nos encontramos con Natalia, dueña de la casa donde la olla tiene lugar y, además, impulsora de la idea. “A partir de la situación del coronavirus y de la necesidad de la gente”, Natalia cuenta que la idea fue tomando cuerpo. Así, “se comentó entre vecinas la posibilidad de hacer una olla popular para darle a los vecinos lo que realmente necesitan”. En su comienzo, el proyecto de una olla solidaria contó con dos personas, Natalia y Ana, otra vecina. Empezaron a pedir en los almacenes si estos podían colaborar, y así como quien no quiere la cosa, la olla tuvo su primer día.

Ya para el segundo día se sumó otra vecina, Graciela, lo que fue complementando el trabajo. Así, dividiendo tareas se fue cubriendo lo esencial: los pedidos a los vecinos, las ayudas con el armado de cajas, las recorrida por los distintos almacenes locales para que pudiesen ayudar. Alessandra toma la palabra y cuenta que todo esto “comenzó con pocos vecinos, pero después se fueron sumando cada vez más”. Alessandra es otra vecina, quien se integró a la olla cuando ésta cumplió su primer semana. En su caso, dos fueron los motivos que la impulsaron a estar presente: por un lado, luego de escuchar lo que se estaba haciendo en el barrio, sintió que debía estar. Pero además, ¿cómo no hacerlo luego de haber tenido la experiencia de un año en un merendero infantil?. Así, desde las miradas solidarias, se van poniendo sobre la mesa las situaciones de los niños en el hogar. Cuando se quiso acordar, el patio de la casa de Natalia, el mismo que había sido testigo de la idea una olla popular, sin saberlo se iba convirtiendo en una obra social para el barrio entero, pero faltaba aún más.

Por lo pronto, Alessandra decidió colaborar junto a su esposo. Con un “autito Chevette”, como le dicen, a disposición del proyecto, se recorre, el mercado modelo, donde se explica la situación de la olla, a ver si la solidaridad arrima algunas verduras. “Ahí nos han ayudado, dentro de todo es algo”, cuentan sus organizadoras.

Por otro lado, están quienes buscan que a la olla no le falte carne. “Si no hay carne, hacemos una colecta entre los que estamos”, cuentan las organizadores, y agregan que así “se compra alitas o huesitos con carne, algo para que salga”. Luego, con ayuda de unos muchachos conocidos de la zona de la casa, se organizan los turnos para cocinar.

Además, Ana cuenta cómo desde el comienzo se han ido arrimando a mercados locales, que sumados a la ayuda de vecinos y vecinas de la vuelta, son la principal fuente de los aportes con los que cuentan. Y como quién no quiere la cosa, Ana nos cuenta la anécdota del momento en que Natalia le preguntó qué le parecía la idea de hacer una olla popular. En ese momento, no le salió otra cosa que reírse, “tamos todos locos”, pensó. Sin embargo, ese mismo día empezaron las dos. Los almacenes aportaron sus cajas. Luego los mismos vecinos hicieron llegar su colaboración. “Es una bendición, porque todos los días está la olla”. Y no exagera: de lunes a viernes, sin parar las vecinas organizan su movida, y a la noche los platos están, prontos para recibir una larga fila de jornaleros que buscan cerrar su día con un plato de comida.

Las organizadoras también explican que se han encontrado con “la necesidad de la gente”, ya que algo que perciben desde esa primer olla o esta que ya estaba por cumplir sus dos meses, es que “cada vez son más platos”. Por ejemplo, quedó grabada la anécdota en la que “ha llovido a cántaros, y hemos tenido que meter la olla abajo de un techito, que también surgió de la colaboración con chapas”. El agua no puede ni con la necesidad, ni con la voluntad de ayudar. “Hace una semana atrás llovió mucho y no teníamos el techito, cocinábamos bajo lluvia”, cuentan las mujeres que se han puesto al hombro. “Mismo el cocinero, quien además prende el fuego, cuando vio que éramos tres mujeres solas con todo se arrimó a dar una mano con el fuego. Después de ahí, ya quedó en el grupo”. Una mano llama a la otra, y la solidaridad se hace carne.

De esta manera, eso de que la solidaridad se teje no es joda y uno lo puede ir viendo en los pequeños gestos. Y es que hasta los detalles significan esfuerzo en estos procesos, es pertinente no olvidarlo. Conseguir un poco de leña, hacer el fuego, son tareas que a su vez van demandando su tiempo y cuidado. “Se ha arrimado mucha gente al ver que se está trabajando con mucho esfuerzo por dar una mano. Yo trabajo en un cotolengo y aprovecho para dejar cartas para la olla. Gracias a dios, acá estamos y todos los días se cocina”, dice Ana.

Sobre la importancia de la olla, las organizadoras cuentan que “está viniendo gente de las 40 (Semanas), Gruta de Lourdes y Marconi a retirar la comida. Entre 180 y 200 platos diarios, con postre (a partir de la donación de leche en polvo ha salido algún arroz con leche o crema, pero también fruta dependiendo de las donaciones)”. Como bien nos recuerdan, “nada fijo” hay en esto, más que las propias necesidades a cubrir.

Y así, cuando quisieron acordar, su proyecto de una olla solidaria primero involucró “la vuelta” de la casa de Natalia. Luego, el barrio entero tomó noticia, y se fue arrimando. Antes de darse cuenta, los distintos barrios de la zona estaban presentes. Incluso, en esto de tejer redes de solidaridad, una olla vecina, la “Olla Claveaux” pasó el contacto de Moni, una señora que junta cosas en su casa como forma de ayuda. “Viene los sábados, con una camionetita llena de comestibles y ropa para niños y los grandes”, cuenta Natalia. Esas son las manitos que van surgiendo y van impulsando a ir a más en los esfuerzos.

Tanto fue así, que el pasado primero de mayo, además de ser una jornada histórica por lo que implicó un día internacional e internacionalista sin la posibilidad de la costumbre del encuentro físico, también en la Cancha del Rosario en el barrio Casavalle significó un día que va a quedar en la memoria, concretando para sus organizadoras que lo que comenzó siendo una olla terminó siendo una responsabilidad mucho mayor. A partir de distintas ventas económicas para financiar la olla, surgieron los contactos para que, a partir de distintas donaciones, se logren recibir un montón de juguetes. Ese primero de mayo, el cuadro de pequeños del Club Rosario estaba jugando un partido. Al terminar, se los esperaba con con juguetes y varias fundas de refrescos para terminar la jornada. De dos cuadros iniciales se terminó con una gran fila, y el Club Rosario fue testigo de que lo que inició como una locura en el patio de una casa que pretendía ser una olla solidaria, terminó convirtiéndose en un improvisado centro social. Como reflexionan sus propias organizadoras: “Si no te gusta, mentira que aguantas”. Eso de terminar la jornada y que a las “11 de la noche siguen golpeando la puerta” demanda en ellas cuánta energía les quede de la jornada cotidiana. Pero al pueblo lo salva el pueblo, y estas mujeres lo tienen claro.

Nicolás Mederos Turubich

El Sol difunde los teléfonos de las organizadoras, ya que amablemente lo pusieron a disposición por si algún lector o lectora está interesada en poder dar una mano o arrimar alguna colaboración. Desde ya, muchas gracias, y se agradece la difusión.

097968054 – Natalia

097348898 – Ana