Escribe: Andrea Perilli
Siempre que hablamos sobre la patria suceden, al menos, dos cuestiones: la primera es que nos cuesta definir qué es la patria; y la segunda es que lo hacemos con cierta precaución, como si el mínimo hecho de mencionar la palabra nos remitiera a personajes o tiempos oscuros. Pero la verdad es que nadie tiene el monopolio de la palabra de patria y su significación, sino que se trata de una puja discursiva enmarcada en la llamada “batalla cultural”. Es una tensión por cuál de los discursos acerca de la patria (lo que esta es, lo que representa) triunfa y se instala. Y la izquierda no debe ser ajena o salirse de esta “batalla” discursiva.
El término patria abunda en el discurso político y coloquial. Están los designados “servidores de la patria”, que suele entenderse como una referencia a quienes gobiernan o ejercen el poder. El “viva la patria” que desde edad escolar enunciamos al bailar el pericón. Pero también está el “traidor a la patria” o el “vende patria”, que nos acusan de ir en contra de ella. En todos los casos, la patria aparece como un ente, un algo superior a nosotros, cuasi divino, indescifrable aún, al cual debemos servir, festejar, y procurar no ofender.
La patria y todas las construcciones simbólicas en torno a la misma han sido, históricamente, herramientas que poseen los Estados nación para crear un sentido de pertenencia e identificación por parte de sus ciudadanos. Es importante tener presente el contexto: un mundo donde incesantemente florecían nuevos Estados requería no solo de límites geográficos que los delimitaran, sino también de una idea de nación que sus gobernantes difundieran en la gente para cohesionarla, lograr un cierto nivel de unidad, y en algunos casos homogeneizarla. Bajo esta concepción, es patriota quien sigue y comparte una serie de conductas, normas morales, o tradiciones propias de una patria determinada.
También la patria ha sido el caballito de batalla de regímenes autoritarios, que le impregnan a la patria un carácter divino, pero en vez de benévola, esta patria juzga a quienes accionan en contra de ella (aunque en realidad, no se va en contra de la patria en sí, sino se es contrario al régimen en el poder). En los días más oscuros de nuestra historia, el cuidado de la patria era la excusa perfecta para subordinar, adoctrinar, y violentar, a pesar de que quienes llevaban a cabo estas acciones represivas eran puramente los verdaderos traidores.
Ahora bien, teniendo en cuenta las experiencias históricas, ¿podemos entonces repensar a la patria como algo colectivo, que nos una y nos hermane? Si miramos a la región, hay múltiples ejemplos de discursos que hablan de la patria no como un algo que nos “subordine” a ella, sino como un asunto común a todos, del cual somos parte. Desde tiempos de la colonia, fueron muchas las figuras que configuraron la idea de una Patria Grande. Como hijos de una historia común, los pueblos latinoamericanos sufrimos el colonialismo y la explotación, y nos unen tanto el pasado en común, como las ideas de libertad y dignidad para nuestras gentes. Han sido muchos los actores políticos, literarios, y populares que han tomado las banderas de la Patria Grande para concretarla, hacerla realidad, o al menos, forjar la noción de una patria común para todas y todos los latinoamericanos.
También, más cerca en el tiempo y a un Río de la Plata de distancia, la ex presidenta y actual vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, pronunció que “la patria es el otro”, una de las frases en torno a la patria que mayor popularidad y difusión han adquirido en nuestros días. Hace énfasis en concebir a la patria no como un algo superior a nosotros, sino que la patria está allí, en quien tenemos al lado, en nuestra familia, vecinos, y compatriotas. Al fin y al cabo, somos justamente los propios hombres y mujeres quienes somos la patria.
El primer paso que la izquierda debería dar al abordar este tema tan abstracto y aún así complejo es que la palabra “patria” ingrese a su vocabulario coloquial. Hay que hablar de la patria, para romper con la idea de que quien lo hace es automáticamente de derecha o “miliquero”, bagaje que con el paso del tiempo adquirió la significación de la palabra, pero que podemos cambiar. En otras palabras, no se puede regalar un término tan importante y cargado de significados. La pugna discursiva es una “batalla” en la que se debe participar.
Y si hablamos de pujas discursivas, es clave cargar al término “patria” de significados que la izquierda cree que justamente hacen a la patria. ¿Qué es la patria para nosotros, militantes y/o simpatizantes de izquierda? Los significados se deben plasmar, para no librar el concepto a la designación que los de la vereda de en frente quieren, o caer en las vaguedades de considerarlo muy abstracto y muy ajeno. Hay que reapropiarse del concepto de patria, resignificarlo, como cada uno de los elementos en juego en las batallas culturales que las sociedades juegan continuamente.
No se trata de una tarea sencilla, ni un ejercicio en el que haya una fórmula perfecta y exacta para su cumplimiento. Pero sí es una misión extensa, compleja, y profunda, que debe llevarse a cabo de manera colectiva. No se trata tampoco de buenos y malos, blancos y negros, sino entender que resignificar qué es la patria para la izquierda es clave en el ideario y el accionar de una fuerza política que busca transformar.
¿Por qué seguir pensando a la patria como algo inalcanzable y ajeno a nosotros, tal como se ha impuesto discursivamente? ¿Qué es la patria sino el espacio común donde colectivamente trabajamos por un devenir mejor? ¿Qué es la patria sin el otro, sin el de al lado? ¿No debería ser entonces la patria un asunto colectivo, en donde todos seamos parte, en lugar de una entidad abstracta de la que muy pocos conozcan?