Por: Alejandro Domostoj, analista
Hace unos días se conoció el ranking Factum de confianza en instituciones. Las instituciones que gozan de mayor confianza son los bancos con 65 puntos, mientras que, al final de la tabla con un alarmante 22, aparecen los partidos políticos.
Mientras los partidos políticos caen 12 puntos en tan solo un año, el Parlamento y la Justicia pierden 9. La Policía es la segunda en el ranking con 52 puntos, y las Fuerzas Armadas la tercera con 40, ambas instituciones crecen 7 puntos cada una respecto al 2015.
Unas semanas antes, la empresa Equipos difundió un estudio que muestra que el Uruguay registra el apoyo más bajo a la democracia en 21 años.
No se necesita ostentar título alguno para darse cuenta que estamos frente a un problema serio. Bueno, tal vez sí se necesitan títulos y eso explica la indiferencia de los principales actores políticos ante semejante alarma.
La decadencia en la confianza en los partidos políticos es un veneno para la democracia, que, para preciarse de tal, necesita instituciones políticas solidas que la sustenten. Parecería complicado creer en un sistema verdaderamente democrático cuyos puntos de apoyo sean las fuerzas represivas y las instituciones financieras (sin que esto signifique ningún desmedro para ambas, claro está).
Sin embargo, a las cúpulas políticas poco parece importarles. Su agenda sólo tiene lugar para ejercicios electorales y escaramuzas varias entre unos y otros, que paradojalmente parece que no hacen otra cosa que producir un profundo descreimiento, ya no, en uno u en otro, sino en todos. La actitud de las cúpulas partidarias es tan banal como la de un hombre al que le acaban de diagnosticar una grave enfermedad y su única preocupación es renovar el vestuario, como si el ropaje exterior pudiera solucionar algo.
No da esta columna para hacer un ensayo razonable sobre las posibles causas de este panorama, dejaremos anotados simplemente algunos apuntes.
Ver hoy al Partido Colorado festejar su 180 aniversario con una menguada y envejecida platea, cuando un veterano ex presidente no tiene mejor idea que descalificar cualquier intento joven de retomar la olvidada senda batllista, puede ser parte del problema.
Ver al otro histórico partido, con una actitud hambrienta de gobierno y vacía de contenido, con poses fáciles para la prensa, con un discurso para lo nacional y con prácticas antagónicas al mismo en las Intendencias que gobiernan, a lo que suman su inocultable complicidad con sectores rancios de poder como la Asociación Rural del Uruguay, también puede darnos una pista.
Pero no vamos a dejar de reconocer que al Frente Amplio le cabe una responsabilidad mayor. Primero, por ser la fuerza política más grande del Uruguay. Segundo, por ser el partido de gobierno, y tercero y fundamental, porque el Frente Amplio tiene dentro de sus objetivos políticos fundamentales revertir estos procesos, ser una fuerza de cambios, una fuerza de izquierda.
El Frente no puede seguir admitiendo la mentira sin consecuencias entre sus filas. De qué le sirve sacar un folleto explicando sus logros y realizaciones en cumplimiento con su programa, si quien va a entregar el folleto le ha mentido a la ciudadanía. Nadie confía en quien le miente y la mentira no se arregla en los juzgados, porque la moral está por fuera de sus competencias.
En algo si se han puesto de acuerdo todos los partidos, en manifestar su preocupación por la aparición del “candidato billetera”, Novick: el símbolo de la antipolítica.
A coro le pegan, y cada vez lo hacen más fuerte. Porque el problema no es Novick, el problema es que si hay espacio para que él surja es porque los que están fallando son los partidos, y más que salir a darle deberían estar mirando hacia sus adentros, para corregir errores que son los que abonan esa alarmante falta de confianza que deja el terreno fértil para que aparezcan estos “fenómenos”.
Por ahora parece que a todos les resulta más fácil navegar en la superficie, esperemos que no nos tape la ola.
Fuente: La República
30 de setiembre 2016