Escribe: Mercedes Clara
Sí, yo también lo decía convencida: “No hay que darles el pescado, hay que enseñarles a pescar”. Creo que muchos acordamos en que hay que dar herramientas a las personas, para que puedan salir por sí mismas de las situaciones de pobreza y exclusión. Pero esa frase no resiste la interpelación de la realidad. Encubre más de lo que muestra.
Un día encontré un video del año 1991, donde el Padre Cacho, ya enfermo, hablaba para unos amigos del exterior. Y así, con voz suave, mirando directo al ojo de la cámara, afirmaba sin titubeos: “Es mentira aquello de que hay que enseñarles a pescar y no darles el pescado, porque nosotros les hemos robado la caña, el anzuelo, la barca, la red y hasta los pescados”.
Me impactó la contundencia. Me sentí interpelada. Y confieso que me llevó años entender la profunda radicalidad de esta expresión. Con pocas palabras, y una autoridad proveniente de su modo de vivir, Cacho derribó una idea que lideró históricamente el debate entre asistencialismo y promoción social, y que tanto usábamos quienes creíamos defender la causa de los pobres. Cacho es así. Sin pretenderlo, rompe esquemas, vuela papeles, y te enfrenta al vacío de la propia ignorancia. No hay mentalidad colonizadora ni salvadores del mundo que resistan. “Acá hay que romper todos los papeles, las teorías y empezar de nuevo”, solía decir.
Estaba claro que “darles el pescado”, no. Eso es el más puro asistencialismo que refuerza las relaciones asimétricas, genera dependencia y más desigualdad. Pero, ¿el enseñarles a pescar? Sin duda que el camino de superación de la pobreza supone que las personas sean capaces de pescar sus propios peces, de generar los propios recursos. Pero atrás del “enseñarles” asoma la hilacha colonizadora, el aire de superioridad. ¿Quién enseña a pescar? ¿Quién cree tener la verdad sobre cómo y qué pescar? ¿Por qué tienen que pescar lo que nosotros queremos que pesquen? Partimos de una mirada del otro como alguien que no sabe, que tiene que aprender de nosotros. Partimos de la carencia; de lo que el otro debería ser para parecerse más a lo que nosotros ya somos. Para integrarse a la misma sociedad que sistemáticamente se encarga de mantenerlo fuera. Algo no cierra. No cierra que pretendemos una transformación unidireccional: son ellos los que tienen que cambiar. Ellos son el problema, nosotros la solución.
Cacho va a fondo. ¿De qué les sirve aprender a pescar si no tienen caña, barca, red, ni hay pescados en su río? Y no tienen nada, porque los “hemos robado”. Cacho no nos deja distraer ni responsabilizar a otros. No miremos para otro lado. Somos parte del engranaje de la desigualdad, que sostiene una sociedad centrada en el mercado y su lógica excluyente. Y este robo no sale en los medios de comunicación, no identifica responsables, nos deja dormir tranquilos. Es invisible. Y no solo lo asumimos como algo natural, sino que culpabilizamos a los mismos empobrecidos de su situación.
Si les hemos robado todo, siguiendo la afirmación de Cacho, ¿cómo equilibrar una balanza que siempre estuvo desalineada? Años de inmovilidad y herrumbre hacen de la justicia un chiste de mal gusto. Para que la balanza llegue a nivel cero hay que desmontar muchos pesos pesados. Y volver a pensar qué entendemos por justicia; cuáles son los derechos que como sociedad debemos garantizar a quienes viven en ella; cómo hacemos para que dejen de ser proclama y sean realidad. Cuáles son las condiciones necesarias para convivir en un país seguro para todas y todos. Cuáles son las violencias, las visibles y las invisibles, que nos siguen rompiendo en pedazos.
Lo que está claro es que no hay fórmulas. Y, a veces, si la situación lo requiere, hay que dar el pescado. No hay más tiempo ni espacio para frases ni discursos ilustrados. Para luchas de poder, para diálogos de sordos, para ver quién se saca cartel. Hay muchas personas que quedaron por el camino; y otras cayendo ahora mismo. El niño que no recibe hoy la nutrición necesaria ni las condiciones básicas para desarrollarse, ya tiene el futuro mutilado.
Enfrentar el problema es atender las consecuencias, pero exige ahondar en las causas. Es tiempo de ir hacia las raíces. Si somos parte del problema, somos parte de la solución. Algo de ese partido se juega en nuestra cancha. Es hora de asumir nuestra cuota de responsabilidad, personal y colectiva, en esta deuda histórica que se imprime cada día en los cuerpos de quienes la sufren. Cacho demostró, con su experiencia en el barrio, que las cosas empiezan a cambiar de verdad cuando se gesta la reciprocidad, cuando se enseña y se aprende, se da y se recibe. Cuando dejamos que la realidad nos hable, tire abajo nuestros esquemas, y nos enseñe a mirar al otro como un igual, a reflejarnos en su mirada, y a descubrir juntos por dónde caminar. Las llaves para superar la pobreza son muchas, pero todas tienen que ver con la dignidad humana y el reconocimiento mutuo. La acción transformadora es en doble sentido. Caminamos hacia un lugar nuevo, que nos pide a todos nuevos pasos.
La pedagogía del encuentro implica pescar juntos. Y compartir los peces.