La caída de los ídolos, lo que “todas sabemos” y las paredes invisibles de la colonialidad

Escribe Florencia Bentancor Stíffano | CS Proa Sur

En los últimos días se han dado a conocer una serie de relatos de académicas, políticas y militantes sociales que denuncian conductas de acoso sexual por parte del académico Boaventura de Sousa Santos. Esta noticia ha tenido grandes repercusiones a nivel mundial y especialmente en América Latina, donde muchos y muchas nos hemos nutrido de los aportes epistemológicos, teóricos y políticos del intelectual portugués durante varias décadas.

No me centraré aquí en los hechos (d)enunciados en el artículo titulado “Las paredes hablaban cuando nadie más lo hacía. Apuntes autoetnográficos sobre el control del poder sexual en la academia de vanguardia” (Routledge, 2023) ni en el relato de la diputada brasileña Bella Gonçalves o en los de la activista mapuche Moira Millán, todos ellos terribles y conmovedores. Tampoco narraré el impacto que -como lectora insistente de este autor y como académica feminista- tuvo para mí el encuentro con esos testimonios. 

Lo que sí pretendo colocar en estas líneas es una reflexión, un debate aún abierto sobre tres aspectos que vuelven a incomodarme hoy, a la luz de estos acontecimientos: el primero tiene que ver con qué hacer frente a estas denuncias y cómo pueden repercutir en la izquierda política y social latinoamericana, el segundo alude a la violencias que sufrimos las mujeres e identidades femeninas en el ámbito de la academia -pero que puede extrapolarse a otros ámbitos de la educación sin prácticamente ninguna dificultad-, y el tercero refiere a la legitimidad (o ausencia de ésta) de nuestra voz a la hora de denunciar la violencia de género en general y la violencia sexual en particular.

La caída de los ídolos

Este caso, dada la importancia que de Sousa Santos y sus producciones teóricas han tenido para la izquierda social y política latinoamericana, reaviva varios debates feministas de la última década sobre la idea de “separar la obra del autor” o el avance de la denominada “cultura de la cancelación». 

Desde mediados de la década pasada se han multiplicado las manifestaciones públicas y escraches a varones de los más diversos ámbitos para denunciar situaciones de violencia sexual. Desde el pomposo hollywoodense #MeToo hasta la expresión local con “Varones Carnaval” nos enfrentaron a la discusión sobre cómo procesamos -en esos casos en la cultura y el arte- las conductas de aquellos que otrora fueran referentes para muchas de nosotras pero cuyas conductas son indudablemente condenables. No ver más películas de Woody Allen, no escuchar la música de Viglietti o no ir al Teatro de Verano a ver a Un Título viejo; son formas -respetables y comprensibles- de reaccionar frente a semejantes relatos.

Sin embargo, cada vez más y en más ámbitos, las denuncias que se reiteran nos invitan a pensar si es posible siquiera ignorar así sin más, los aportes que a lo largo de la historia han hecho varones violentos al arte, la ciencia, la política, la cultura… Como siempre ocurre en estos temas, no hay una salida fácil.

Este caso vuelve a traer a la superficie de mis preocupaciones esta en particular y a interpelarme también en mi rol como docente: ¿Debo quitar de los programas los textos producidos por este hombre? ¿Es justo con sus víctimas seguir leyéndolo sabiendo que muchas de sus palabras están teñidas del sufrimiento de tantas mujeres? ¿Hay forma de reconocerle en su dimensión política cuando sus prácticas abusivas y extractivistas contradecían tan profundamente su discurso emancipatorio? ¿Incluir sus textos en nuestros programas no es acaso ser cómplices del extractivismo intelectual que se denuncia? Lógicamente, no tengo la respuesta a todas estas interrogantes, por lo que mientras continúo en esta búsqueda me dedicaré a conversarlo con los y las estudiantes en clase, a pensarlo con colegas, a leer a todas aquellas que como yo han sentido la necesidad de sentarse a escribir en estos días sobre el tema.

Siempre supimos, “todas sabemos”.

Más de 800 académicas y referentes de la cultura han firmado un comunicado en apoyo a aquellas que denunciaron públicamente a quien en el artículo refieren como “el profesor estrella”, especialmente luego de que fueran atacadas por él mismo en un intento bastante vergonzoso de desacreditarlas. 

Pero una de las cosas más interesantes de este manifiesto titulado “Todas sabemos”[1] es la idea de que hay ciertas violencias que son estructurales y estructurantes de la ciencia académica actual y el hecho de que todos y todas quienes la habitamos lo sabemos. No voy a ahondar en este asunto pero me interesa destacar cómo las feministas académicas han desarrollado -durante décadas y no sin esfuerzo- conceptos teóricos y marcos interpretativos para dar cuenta del modo en que otros se han apropiado histórica y sistemáticamente de nuestras ideas como el denominado “efecto matilda” (cuando avances o descubrimientos realizados por mujeres se atribuyen a varones) o el “extractivismo intelectual” descrito en el artículo que provoca estas reflexiones o la teoría sobre la “injusticia epistémica” de Miranda Fricker. Hemos tenido que hacer un esfuerzo importante por nombrar estas prácticas (lo que en el mundo anglosajón desde hace algunos años se define como bropropiating) para visualizarlas, porque bien sabemos las feministas que muchas veces “lo que no se nombra, no existe”. 

Estos casos paradigmáticos movilizan los cimientos mismos de la ciencia académica pero también sabemos de situaciones menos resonantes aunque igualmente injustas, que ocurren cotidianamente en todas las instituciones de educación superior y nos desafían a pensar cómo construir espacios educativos y de producción de conocimiento libres de violencia hacia las mujeres y disidencias. 

Las paredes invisibles de la colonialidad del saber/poder[2]

Otra de las aristas que me llamó la atención de todo este episodio fue el hecho de que estas situaciones ya habían sido trasladadas -durante años y por distintos medios- a las instituciones donde el profesor de Sousa Santos desarrollaba su actividad académica y política sin que hubiese ninguna respuesta o señal de éstas hasta hace pocos días.

¿Qué cambió? Podemos esbozar varias hipótesis al respecto pero una me inquieta especialmente. Resulta que el artículo que se publicó en los últimos días y que fue el puntapié para que separaran de todos sus cargos a este internacionalmente reconocido profesor, fue publicado en Europa, por una editorial británica y en inglés. Si bien puedo entender que este no sea el único factor que opera en el asunto, no quiero minimizar lo que para mi resulta bastante evidente: nuestras voces en el mundo de la ciencia sólo son escuchadas y respetadas en tanto son expresadas en una lengua que no es la nuestra y validadas en una tierra que nos es ajena. Esto aplica a esta denuncia en particular pero también a la producción académica en general, en un mundo en que nos evalúan mejor si escribimos para revistas extranjeras y anglófonas que si publicamos nuestras investigaciones en revistas latinoamericanas o de otras regiones del sur global. 

Descolonizar y despatriarcalizar estos espacios son desafíos importantes para agenda de los feminismos actuales y futuros.

Todas esas paredes en las que durante tanto tiempo las mujeres denunciaron los abusos de poder de Boaventura de Sousa Santos, todas esas palabras pintadas en muros ignorados, sólo fueron leídas cuando fueron escritas en inglés y arbitradas – es decir, legitimadas por otros y otras, desde afuera.

Tenemos tarea.

No hay nada cómodo ni fácil en el feminismo. Quienes crean que no es sino un asunto de corrección política, no han comprendido cabalmente de qué se trata habitar este espacio de permanentes contradicciones. Hacernos preguntas como algunas de las que propongo en estos párrafos puede ser el primer paso para cambiar las cosas, pero no es suficiente.

Para empezar a desatar estos nudos tenemos que reconocer las violencias y discriminaciones asociadas al género que ocurren en nuestras instituciones educativas y de producción de conocimiento, así como en nuestras organizaciones políticas y sociales. Debemos promover formas de desarrollo de la ciencia menos individualistas, menos centradas en grandes personajes y más colectivas. Estamos llamadas a rescatar del olvido a todas esas autoras que han aportado a sus disciplinas pero que han sido sistemáticamente ignoradas o escondidas, para redefinir el canon de la ciencia en un sentido radical de justicia. 

Que nunca más se ignore lo que todas sabemos.

Que nos sigamos encontrando en los libros y en los muros.


[1] “Todas sabemos” disponible en: https://www.publico.pt/2023/04/14/sociedade/noticia/sabemos-2046156

[2] (Quijano, 2001)