Federico Pérez
Diariamente participamos en conversaciones en múltiples espacios. Ya sea en el almacén, en el ómnibus, en la esquina del barrio o en las redes sociales. En dichas conversaciones, sostenemos nuestras posturas, y en simultáneo refutamos o contrariamos argumentos de otras personas. En el transcurso de esos intercambios con otras y otros, hacemos mover diferentes flujos de comunicación. Esos flujos nos atraviesan y componen con diversidad de palabras y voces nuestro discurso. Asimismo, al entablar un intercambio discursivo con otra persona, todo aquello que compone nuestro discurso atraviesa la subjetividad de nuestros interlocutores, tanto si ellos concordaron con nuestras ideas y afirmaciones o, por el contrario, usan nuestras palabras para remarcar sus diferencias.
Si proyectamos lo anterior al terreno de los medios masivos tradicionales, el interlocutor es un poco menos interactivo que en la comunicación cara a cara. Si bien es cierto que en la actualidad se utilizan algunas modalidades de intervención de las nuevas tecnologías en comunicación para generar un mayor grado de interacción, aun así, la modalidad general es menos fluida que un intercambio en persona. Partiendo de esta menor capacidad interactiva, podemos ver como los receptores de los actos comunicativos mediáticos muchas veces se convierten en difusores de lo emitido -al no establecerse un diálogo directo con el emisor-, influenciando sobre su entorno, en especial sobre quienes no tienen una opinión sobre un tema específico ni fueron partícipes en dicho acto. Gran parte de las veces, los aparatos ideológicos del Estado como propone Althusser, materializan a través de los medios de comunicación mensajes claros y estereotipados para que ciertas personas que funcionan como líderes de opinión los reproduzcan en su entorno con la intención de perpetuar la ideología hegemónica.
Como cualquier mensaje, todo lo expresado en los medios tradicionales está cargado de una perspectiva ideológica determinada. La supuesta neutralidad de la comunicación y la información es una construcción ideológica enraizada en nuestra sensibilidad occidental. Esta idea sigue siendo sostenida actualmente para establecer una separación entre hechos e interpretaciones, de manera que algunas informaciones no puedan ser criticadas porque serían solo el reflejo de lo acontecido. Por lo tanto, constantemente en los medios de comunicación se emiten concepciones del mundo, de la realidad, de la verdad que muy lejos de ser cuestionadas, se establecen como únicas, verdaderas e inmutables. Todos los días tenemos múltiples ejemplos de esto. El día 10 de enero a través de sus redes el diario El País publicó un copete muy polémico: «En la playa hay obreros, en Gorlero familias que casi no gastan. Todo da pérdida sin extranjeros, pero aun así, hay comerciantes optimistas: si este uruguayo vuelve, la temporada que viene “explota”». En estas líneas es muy visible el sesgo de clase. El principal problema que proponen es que el obrero que no gasta -también piensan que el obrero no debería estar ahí, aunque luego se mitigue-, no es útil para las necesidades del mercado, es decir, las necesidades de las clases dominantes. El mismo día, aunque luego fuese borrado, El País publicó: “El temporal ya se ha cobrado cuatro vidas, dos personas en Málaga y una en Madrid, además del indigente muerto de frío hace dos días en Calatayud”. No hace falta profundizar mucho para notar que desde la mirada de quien escribió el copete, ser indigente es una categoría diferente a ser persona.
Si nos volcamos al campo de la comunicación digital, en especial a las redes sociales, la problemática se complejiza aún más. La comunicación en redes no solo es intensamente interactiva, sino que también borra el espacio y el tiempo, ya que podemos intercambiar con gente en todo el mundo y en cualquier momento. Simultáneamente nos brinda la posibilidad de utilizar diferentes medios; videos, textos, audios, etc. A partir de la web 2.0 todos somos en al mismo tiempo consumidores y creadores de contenido. Esa es una de las principales diferencias con los medios de comunicación tradicionales. Si cualquier usuario puede producir, responder, interactuar, es muy posible que los canales se saturen de mensajes. Es así que muchas veces hay información que queda invisibilizada ante tanta exposición de otros mensajes. Por lo cual, cualquier análisis que intentemos realizar de la comunicación en las redes es complejo y muchas veces parcial.
Teniendo presente lo brevemente descripto ¿En qué lugar comunicativo nos encontramos ejerciendo como oposición de un gobierno oligarca, conservador y regresivo en el año 2021? La última vez que fuimos oposición vivíamos en un mundo muy diferente. Las nuevas tecnologías en comunicación recién comenzaban a masificarse en Uruguay, las redes sociales iniciaban a ser utilizadas por un público amplio, el comercio electrónico estaba en su primera fase. Sin embargo, hoy estamos cruzados transversalmente por las tecnologías en lo cotidiano. Publicamos en Twitter, Instagram o Facebook, compramos en Amazon, asistimos a clases o reuniones del Centro Socialista por Zoom o Webex. Accedemos de primera mano a lo que piensan los dirigentes políticos, también podemos contestarles y a veces nos contestan. En paralelo al acceso a los agentes políticos relevantes, se genera algo similar a los medios tradicionales con la construcción de mensajes segmentados. Lentamente, y con el trabajo de varios operadores, ya sea rentados o militantes, se va construyendo un relato político sobre los acontecimientos recientes. Como vimos en la campaña y sigue sucediendo, se instauró un discurso sin base real en el cual el Frente Amplio dejó un país en ruinas, arrasado por la inseguridad, lleno de corrupción y con políticas ineficaces. Es fácil notar esta construcción en los medios tradicionales, que tienen otra dinámica y son más concretos en su construcción simbólica. Es claro ver a Sonsol, a Ignacio Álvarez, Victoria Rodríguez, construyendo realidad y deseo desde la ideología hegemónica en sus programas de televisión. Pero en las redes, que tienen aún más alcance y están presentes 24 horas al día, se juega una batalla cultural constante donde se lucha por el relato y la verosimilitud del mismo.
La unión entre los medios de comunicación tradicionales -que en su mayoría operan para la derecha más conservadora-, y las redes sociales establecen una gran parte del campo de batalla cultural en donde se debe disputar el relato al gobierno. La otra parte fundamental del campo de batalla se encuentra en los barrios. En esos espacios, es vital la recuperación de la presencia territorial para intentar deconstruir paulatinamente los discursos incorporados en los medios tradicionales. Estos flujos de comunicación mediática afectan sobre el deseo y la subjetividad, privilegiando lo hegemónico, al menos hasta que no seamos capaces de tener mayor incidencia en este tipo de medios y sus discursos. Empero, volviendo específicamente al 2021, como se menciona anteriormente, la saturación de mensajes politizados muchas veces oculta algunos acontecimientos. En este punto hay que ser cautos; la Coalición Multicolor sustentada en un marketing político netamente frívolo, que se aleja de lo humano, construyendo formas de comunicación vacías, light y funcionales al mercado, es muy hábil para marcar la agenda de temas cotidiana. Muchas veces nos encontramos contestando y argumentando sobre lo que ellos proponen. Otras veces, partimos de una línea de análisis elaborada por en el seno del gobierno para pensarla en la diferencia y llegar a otras conclusiones. Si bien no está mal, muchas de las incoherencias expresadas por algunos dirigentes multicolores, en especial del Partido Nacional, están dirigidas a generar reacciones estereotipadas en la oposición, y desde ese lugar apoyar el relato construido. Se puede plantear una analogía para simplificar el concepto: el gobierno como un experto en defensa personal, utiliza la fuerza e imprecisión del enemigo en su propia contra. Es así, que la oposición en un mundo mediatizado y digital debe dejar el lugar reactivo y negativo, para posicionarse en un lugar propositivo y creativo. No está mal utilizar algunas herramientas del marketing y la comunicación siempre y cuando no se pierda el objetivo de un cambio estructural y humano de la sociedad. Esto significa estar un paso delante de los juegos discursivos del gobierno, de su utilización de nombres o sucesos pasados para ocultar acontecimientos en la actualidad, o para dirigir nuestro discurso. La forma de construir relato es ubicándose en los espacios vacíos de sentido que contiene el relato hegemónico, y elaborar desde ahí. Ocupando un lugar en todos los frentes; en los barrios, conversando a la par con todas las vecinas y todos los vecinos, en los medios tradicionales intentando presionar creativamente en las oportunidades que tenemos, y en las redes siendo propositivos y creativos. De lo contrario corremos el riesgo de consolidarnos como un mero contrarrelato, es decir, una reacción al relato que termina siéndole funcional. El peligro principal es la distorsión y estereotipación de nuestras ideas, que luego se reproducen como parte del relato dominante casi como una burla o un ejemplo negativo. Debido a esto, un buen camino es adoptar una estrategia comunicacional organizada y creativa, que sepa construir, atacar, buscar otros frentes y estilos, tratando de ser el director de los intercambios y no la reacción de los mismos.