El triunfo del Socialismo

Repensando los caminos hacia una sociedad diferente

Por Sebastián Sansone

¿Sigue viva la idea del socialismo en el siglo XXI? La respuesta es sí, pero no es tan simple de llevar a cabo. Mi pregunta viene atada al momento histórico que nos toca vivir y se nos presenta atada a una época de luchas superficiales -en muchísimos casos estériles- debido a que disponemos de nuestra energía para cuestionar síntomas en vez de disponerla para cuestionar el problema real: el modo de producción capitalista.

Karl Marx le escribía por 1846 a Arnold Ruge, un amigo de él, las siguientes palabras: «es claro (…) lo que, al presente, debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica implacable de todo lo existente, implacable tanto en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca como en el de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder». Entonces resulta necesario una crítica, en el sentido más activo de la palabra, es decir, como pensamiento y acción, tanto contra aquellos que están dentro de nuestras filas, las filas del proletariado, como contra aquellos que están colocados históricamente como los dueños de los medios de producción, la burguesía (terrateniente, financiera, industrial o inmobiliaria) y recordar, ya de paso, que no hubo revolución que no haya sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de trabajo cultural fino, serio y consecuente.

Estas ideas que prosiguen no serán, por cierto, exhaustivas. Los caminos son variados y no pretendo hacer de ningún modo hacer un manual en nuestro periódico, pero sí procuraré defender lo que en mis reflexiones entiendo es necesario para aproximarnos al triunfo del socialismo en el contexto desalentador del capitalismo actual.

I. Las palabras: nuestra forma de ser y estar en el mundo

Somos palabras; nos rodean y buceamos dentro de conceptos. Hasta para la nada, ese vacío absoluto, tenemos una palabra: como dije, la “nada”. Nuestra forma de Transitar el mundo se ve afectada directamente por las palabras que utilizamos, por cómo las desarrollamos y por lo identificados que nos sintamos con ellas. Hoy en día resulta, al menos extraño, que los líderes del proletariado no se embanderen con los conceptos clave de nuestro pensamiento y, resulta por demás risible y también preocupante, que los líderes liberales las utilicen, resignificándolas y buscando generar simpatía mediante el engaño, queriendo apropiarse de nuestros símbolos para introducir un caballo de Troya entre nuestras filas y, así como los griegos, desembarcar en la noche para desde adentro, vencernos.

A tal punto las cosas han cambiado en el campo de las palabras que nos resulta por lo menos
chirriante hablar de los conceptos clave de nuestro pensamiento socialista: la lucha de clases, la plusvalía, la explotación, la dominación, el proletario y la burguesía, etcétera, debido a dos procesos centrífugos: a que el proletariado cada vez tiene menos conciencia objetiva de su posición y al enorme avance del capitalismo que se ha vuelto cada vez más eficiente en perpetuar la dominación.

En aras de efectuar una crítica materialmente fructífera es necesaria la readaptación de nuestro vocabulario para reintroducirnos en el campo de batalla. El capitalismo actual ha hecho todo lo posible para desarticular la lucha mediante la seducción hedonista: el consumo anda por todos lados metido y la libertad se ha vuelto en un poderoso instrumento de dominación. Y con esto otras cosas: nos ha ofrecido la falsa sensación de libertad (decir lo que queramos, donde queramos y cuando queramos), la idiotización tecnológica y el analfabetismo por desuso (volvernos cada vez menos capaces de crear pensamiento debido a no utilizar nuestro acervo de conocimiento).

Como primera misión para el triunfo del socialismo, entiendo la necesidad de efectuar un cambio cultural en nuestras propias filas. Debemos, pues, comenzar combatir la banalización de la lucha y romper las cadenas evidentes que la inteligencia liberal nos ha colocado en el campo semántico. Pensar para poder actuar mejor, este es mi punto. Para que se entienda a qué me refiero con la banalización de la lucha debo citar a las redes sociales digitales y cómo la gente (toda, los nuestros y los de ellos) se cuestionan tanto la superficialidad de las cosas, descuidando, por ejemplo, las calles y la movilización popular y se busca emprender una ofensiva a partir de la apariencia de alguien y desde la comodidad y, muchas veces, desde el anonimato de una pantalla. Pues no, no podemos revertir el estado de dominación que vivimos de esta manera; no podemos hacerlo si estamos atrás de una pantallita.

II. La historia es la historia de la lucha de clases

Si hablábamos de reinsertar en nuestro vocabulario las palabras que nos definen y utilizarlas sin pudor ni vergüenza, sin dudas, debemos hablar de la lucha de clases. Lo siento si hasta ahora no vengo siendo condescendiente con varios pero era necesario comenzar de forma radical.

Partiendo de la definición dada por Karl Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, la historia, es la historia de las luchas de clases y nuestro Vivián Trías, en su obra Aportes para un socialismo nacional, va un poco más allá, diciendo que “Lenin explica que el desarrollo es la lucha de los contrarios (…). El desarrollo, por otra parte, es un movimiento constante que va de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior y que se realiza mediante cambios abruptos y totales, mediante ‘saltos’ revolucionarios” (Trías, 1989: 131).

Pero esto no es un capricho personal ni un histeriqueo del facilísmo zurdo, como me podrían tildar. Warren Buffett, una persona con 58 mil millones de dolares -¡una persona!- dice, al respecto
de la lucha de clase: “Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando» [1] . Acordando que si la burguesía la reconoce (y no, no es que parto de un caso particular; quien manifiesta éso es un vocero; es UNA persona con un patrimonio superior a nuestro PIB anual), y sabiendo que es la burguesía, debido a su posición histórica, la que efectivamente crea ideas porque es la dueña de los medios, estamos viendo cómo, objetivamente, estamos insertos en una situación de lucha; de lucha de clases.

Así pues armados ya con nuestras palabras, transitando el camino del cambio cultural, es hora de emprender la lucha contra la dominación y la explotación a la que nos hemos venido sometiendo. Cuidado: esto no implica que los aspectos superficiales que denotan tal condición sean los mismos que cuando Marx y Engels escribían. No, ahora es más difícil distinguir donde están los puntos calientes que demuestran la existencia de dominación debido a la acelerada mutabilidad del capitalismo y la creativa forma de esconderse al ojo desatento. Por ejemplo, y debido a la velocidad que cambia, cada vez más el capitalismo se encubre y sus ideas nos pernean generando, sin prisa pero sin pausas, la sensación de que pertenecemos a una clase que nos es objetivamente ajena; nos creemos burguesía cuando objetivamente somos parte del proletariado, algo que el marxismo denominó falsa conciencia, y esto debido a que compartimos cada vez más círculos y hábitos: escuelas, liceos, universidades (nacionales o extranjeras) y patrones de consumos (culturales, gastronómicos, etcétera).

Es por esto que la segunda misión para el triunfo del socialismo es la de reconocer nuevamente a la lucha de clases como el medio para el cambio social definitivo y al materialismo histórico como el método de análisis; nuestro método.

La falsa conciencia que mencioné previamente es consecuencia de la normalización del estado de las cosas que lleva a que existan los indiferentes, esa categoría de personas que, como a Antonio Gramsci, me molestan, y mucho: “la indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. (…) Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes «[2] .

La existencia de los indiferentes es nuestra responsabilidad: no hemos dado con el clavo en hacer entender que existe una opresión bien profunda y son los indiferentes los que entorpecen el desarrollo de la lucha. Sin embargo, este entorpecimiento nos ayuda a ver que el correcto uso de nuestras palabras y la acción ejemplificante socialista son dos elementos centrales para la transformación a militantes de los antes indiferentes. Es muy fácil identificarlos: es todo aquel o aquella que dice, como un mantra “no creo en la política” o “no voto a nadie porque los políticos son todos ladrones”. Nuestro ingenio y nuestra modestia deben ser significativas para poder mostrar la situación de explotación a los objetivamente proletarios pero caídos en falsa conciencia.

III. El triunfo del socialismo

No vengo a darle mimos en el alma a una clase, de la cual soy parte, que viene cada vez más en franca desmovilización. No creo conveniente negociar ni con los elementos coorrompidos de la clase proletaria en general ni con los jóvenes en particular que transitan la indiferencia.

La dirección del Estado burgués uruguayo vuelve a ser tomada en este 2020 por la expresión político-partidaria de la burguesía. En la asunción presidencial ésto quedó clarísimo: el caudillo (en el sentido más vulgar posible) Luis Lacalle Pou era seguido por jinetes a caballo que bajaban de camionetas de última generación, custodiado por el brazo militar y en el vehículo de su abuelo, que en la década de los 90 utilizó su padre, mostrando, otra vez, cómo la burguesía se reproduce a sí misma. Como expresión politico-partidaria del proletariado, este escenario nos vuelve a poner en un situación de oposición, lo que siempre es potencia. La movilización popular se vuelve necesaria para combatir la desmantelación del Estado y resistir las medidas antiproletariado (las cuales fueron muy evidentes con este tema del COVID-19). Resulta evidente que en este marco, el de una izquierda debilitada y socialistas desmotivados, lo antes complicado ahora se vuelve más difícil.

Entiendo que los jóvenes, con nuestro impulso y enfoque, debemos ponernos al hombro un proyecto que en apariencia ha muerto, pero esto no es así. Si lo creyera, entonces no sería socialista. Si este proyecto, si el socialismo sobrevivió tanto tiempo, tantos vendavales y otros tantos temporales, si sobrevivió esos 12 años de dictadura civicomilitar y otros devenires históricos, el socialismo aún vive.

Es una tarea agotadora, pero la militancia barrial, municipal, estudiantil y gremial, como así también sindical, deberían guiar nuestra acción y mover nuestros sueños. La utopía es rebeldía porque nos hace rechazar el orden vigente mediante la imaginación de otro tipo de sociedad, y con esto la autoridad y con esto el sistema de opresión y dominación.

El socialismo está vivo y de ningún modo agoniza, aunque de a ratos presente evidencia de ello. En Uruguay puntualmente, nuestras ideas y ejemplo han contribuido a mejorar las condiciones de existencia de miles respetando la máxima del “de cada quien según su capacidad y a cada cual según su necesidad”.

Aunque no sea la idea hegemónica por más que nos pese, y aunque el socialismo permanezca en el campo de la utopía, el camino lo hacemos nosotros. Creo que el triunfo del socialismo está ahí mientras seamos conscientes que debemos pelear con nuestro lenguaje, no tener pudores de ningún tipo para usarlo en cualquier lugar para poder generar las condiciones sociales para el cambio real, y remplazar las agendas individuales que cercenan las posibilidades de construcción colectiva.

Ser astutos y creativos y aprovechar estos próximos 5 años para practicar el socialismo parece ser la primer prueba del segundo quinto de siglo. Convencer con ideas y con ejemplo es absolutamente necesario para poder equilibrar la lucha de clases hacia el lado de los asalariados.

La advertencia es evidente: en teoría podría ser muy fácil tomar los medios de producción; lo difícil es sostenerlos. Es por esto que el cambio cultural se torna inminente y, por tanto, es también el cambio en nuestra forma de hablar y pensar fundamentales para que el triunfo del socialismo sea posible.

1 – Saqué de aquí la cita, pero igualemnte podrá usted, atento lector, comprobar si copia y pega en cualquier ordenador la cita que acabo de emplear para desarrollar mi pensamiento;
2 – Gramsci, Antonio (original en italiano de 1917): «Odio a los indiferentes»