“No despertaremos, después del confinamiento, en un mundo nuevo; será lo mismo, solo que un poco peor”. Michel Houellebecq
En los últimos meses, mucho se ha debatido sobre cómo será el nuevo orden mundial pos Covid-19. Sin embargo, me parece pertinente preguntarse, primero, si realmente habrá un nuevo orden mundial o si la pandemia solo acentuará algunos rasgos del orden actual.
En este artículo, pretendo dar respuesta a esa pregunta partiendo de la revisión de las principales teorías de las relaciones internacionales y su análisis acerca del impacto de la crisis en el presente y futuro del sistema internacional.
El pesimismo realista
Para la corriente realista, en su vertiente más tradicional, el sistema internacional, que es naturalmente anárquico, se basa en el balance de poder y no en la cooperación entre estados. De acuerdo a Morgenthau, el conflicto es parte inherente de las relaciones internacionales y el escenario es de incertidumbre en cuanto a los intereses y motivaciones del resto de los estados. Desde esta perspectiva, la cooperación en el marco de un orden mundial no es, sencillamente, un escenario factible.
Los realistas ya venían cuestionando la incapacidad del orden internacional de contener el ascenso de China y dar repuestas a las demandas sociales de quienes habían perdido con la globalización. El escenario pre-pandemia no estaba exento de conflictos: la puja geopolítica entre un poder que predomina (Estados Unidos) y un poder que viene creciendo (China) se estaba intensificando, los movimientos de desglobalización iban en aumento y se vislumbraba un resurgimiento de gobiernos nacionalistas y proteccionistas.
Desde esta perspectiva, la pandemia no trajo nada nuevo sino que, simplemente, aceleró lo que ya venía ocurriendo. Este relato captura muy bien algunas características distintivas del contexto global; como el clima de tensión geopolítica, la falta de cooperación internacional que la pandemia evidenció aún más y la creciente desconfianza social a escala global. Sin embargo, subestima la capacidad de resistencia y resiliencia del orden internacional liberal y, en particular, del capitalismo del siglo XXI. Además, ofrece pocas perspectivas de futuro para la regulación de los bienes públicos globales, como la salud o el ambiente.
La resistencia liberal
El enfoque liberal sostiene que la cooperación internacional es posible y que hay diversas maneras de mitigar el conflicto entre estados. Más aún, según la teoría de la interdependencia compleja, formulada por Keohane y Nye, la expansión del capitalismo ha creado una red compleja de interacciones entre los actores del sistema que los hace dependientes entre sí y, por lo tanto, genera un efecto de disuasión del conflicto entre ellos.
Los liberales parten de una valoración positiva de la globalización, entendiendo que trajo muchas más ventajas que problemas; además, consideran que esos inconvenientes pueden superarse con un nuevo orden o contrato social que compense apertura con protección social. Según esta corriente, la pandemia no muestra el fracaso de la globalización, sino más bien, su fragilidad. Ante la constatación de su vulnerabilidad, el desafío es la construcción de una globalización más sustentable, resiliente y segura. En cuanto a China, los analistas liberales consideran que no busca proponer un nuevo orden mundial, sino ajustar el existente a sus intereses. Al no existir una alternativa a la globalización, no hay otro escenario posible pos pandemia que la cooperación, aunque ésta se de en un marco endeble y perfectible.
En un mundo G-Zero, nadie está a cargo
Desde la teoría de la estabilidad hegemónica, Gilpin sostiene que un régimen internacional no puede ser eficaz sin la existencia de un hegemón cuyo liderazgo haga factible la cooperación internacional.
Estados Unidos está en declive, ya no es un hegemón indiscutible y se encuentra a la defensiva. China, pese a los esfuerzos que viene realizando, no está todavía en condiciones de ocupar su lugar. En consecuencia, no existe ningún hegemón que incentive la cooperación; el orden mundial se resquebraja y el poder se difumina entre los distintos actores del sistema.
En ese marco, Ian Bremmer señala que no hay un G20, ni un G7, o siquiera un G2, que pueda promover la cooperación entre estados: el escenario actual está dado por el G-Zero, donde nadie está a cargo porque ningún actor tiene la voluntad o el poder de ordenar el sistema internacional.
Un orden en transición, ya nada es lo que era
Habiendo llegado a este punto, pienso que no aporta mucho al debate conjeturar predicciones sobre el futuro del sistema internacional. Los tres escenarios tienen componentes de realidad y son útiles para tener un mejor diagnóstico y entender dónde estamos parados.
Por un lado, la pandemia acentúa y deja en evidencia algunas tendencias que ya estaban presentes; entre ellas, la falta de voluntad de los estados para cooperar y el retroceso o, como mínimo, freno a la globalización que se venía dando desde la crisis del 2008. Por el otro, es cierto también que, al no haber una alternativa al orden mundial vigente, es muy probable que sigamos rigiéndonos por él. A su vez, se puede constatar que el poder se fragmenta crecientemente entre los estados que conviven en un sistema internacional multipolar.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, es necesario construir un nuevo sistema que refleje estos cambios en la dinámica de poder entre los estados. Las instituciones internacionales que rigen el orden actual obedecen a una configuración de poder internacional obsoleta, emanada de la segunda guerra mundial, que ya no está vigente y, por lo tanto, muestra severas deficiencias para promover la cooperación entre los estados y regular los bienes públicos globales.
Entre tanto, recuerdo la advertencia de Gramsci, para quien, los tiempos de crisis son tiempos donde lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, espacios ideales para el surgimiento de los monstruos…
Escribe: Pablo Oribe Secretario de Mensaje Político y Comunicación del PS