El sistema internacional enfrentado nuevamente a una prueba histórica: ¿podrá esta vez cumplir con su cometido?

Mónica Xavier

¿Puede el sistema internacional ser solidario?

Una pregunta que, en tiempos de pandemia, nos vuelve a interpelar como civilización.

Desde el inicio de la pandemia covid-19, los países poderosos se disputaban los stocks de insumos sanitarios como tapabocas, hisopos, respiradores. Hoy, a un año de iniciada la pandemia, nada ha cambiado: Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, entre otros países centrales, han reservado más de la mitad de la producción inicial de vacunas, cubriendo varias veces el número de sus poblaciones. Desoyen los reiterados llamados del Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, a tener una distribución equitativa de las mismas, a considerarla un bien público global y, como tal, asequible para la humanidad. Una actitud atroz.

Las naciones más poderosas vuelven a fallar, nada hacen por el resto del mundo. Esa es la realidad cruda y dura. Desafían las leyes de la convivencia solidaria que pregonan en sus discursos, carentes de humanidad y pletóricos de cinismo: sobre estoquean vacunas en detrimento de otros humanos. Es un hecho grave y miope: así no hay futuro.

La realidad de esta pandemia es que, día a día, suma centenares de miles de contagiados, colapsa hospitales, acumula millones de muertes y que, por lógica del sistema capitalista, siempre es más dura para los más vulnerados.

Zygmunt Baumann afirma que asistimos al languidecimiento de la solidaridad como consecuencia de impulsar una globalización negativa unilateral, es decir «la globalización del capital, el crimen, el terrorismo, pero no de las instituciones políticas y jurídicas capaces de controlar a los primeros». El espacio global como la imagen de un avión sin nadie al mando, sin posibilidad de control ciudadano, un mundo salvaje. Esta realidad egoísta, despiadada e insolidaria, lejos de paralizarnos, nos rebela.

Sin multilateralismo ni solidaridad, no se supera esta crisis ni evoluciona para bien este mundo globalizado. Los desequilibrios entre países ricos y países pobres, así como las brechas de desigualdad al interior de las sociedades, aún en países desarrollados, son, por lejos, la mayor amenaza a los derechos de las mayorías.

¿Acaso hacen falta más señales para comprender que solo con Estados vigorosos en áreas esenciales se podrán revertir esta crisis y las inequidades que ella reveló despiadadamente?

Si para algo sirve esta tremenda crisis sanitaria, es para enrostrarle a los incrédulos neoliberales la necesidad de Estados fuertes, que garanticen el acceso a la salud, educación, vivienda, seguridad social y un sistema de tributación donde aporte más el que más tiene. Porque esos Estados fuertes necesitan financiamiento. Porque la salud, la educación, la jubilación, la seguridad son derechos consagrados constitucionalmente y no son fruto de alucinaciones socialistas ni nada que se parezca. Alucinatorio, egoísta y burdo es declamar que el mercado se encargue de esta emergencia y del desarrollo humano.

El desarrollo humano requiere gobernantes valientes, solidarios y comprometidos. Es esto lo que discutimos con el gobierno de Lacalle. Pero está claro que no puede tan siquiera permitirse discutir una renta básica y, coherente a ese pensamiento, aumenta las tarifas y desconoce todas las fortalezas financieras y sociales construidas en los últimos 15 años que le permiten surfear esta crisis.

Nadie tenía en sus cálculos una crisis sanitaria de esta magnitud. Nadie dice que sea sencillo para un gobierno recién asumido que, a las dos semanas, ocurra una pandemia. A lo que jamás nos resignaremos es a levantar nuestra voz ante la obstinada actitud del presidente Lacalle de desconocer los aportes y los ámbitos de intercambio con la oposición política y los movimientos sociales.

El Frente Amplio hace una oposición responsable y no como la hizo el actual presidente y sus acólitos. Los actuales jerarcas de gobierno estuvieron 15 años poniendo palos en la rueda a un país que avanzó económicamente y socialmente en el cual, ni el actual gobierno, ni ninguno de derechas podrá alcanzar.

Somos oposición, pero jamás vamos a desconocer ni utilizar el padecer del pueblo para beneficio electoral. Todo lo contrario, somos conscientes de la especial sensibilidad del momento donde mucha gente ha perdido trabajos, seres queridos, está en situación de incertidumbre y en no pocos casos el gobierno los ha dejado al desamparo. Se estima que esta administración ya ha sumido a 100 mil compatriotas en la pobreza.

Nos congratulamos de tener un conjunto de profesionales que vienen investigando y asesorando con rigor científico al gobierno. Nos congratulamos que el gobierno haya escuchado a la academia para enfrentar la pandemia. Nos congratulamos que la conducta de buena parte de la población haya permitido contener el aumento de casos durante algunos meses.

Pero la situación ha cambiado. El gobierno ha estado omiso en la gestión de compra de vacunas y se inclina obsecuente ante las presiones de los intereses económicos, rezagando lo sanitario. Capítulo aparte para la ausencia crónica de información y transparencia.

Ante este escenario algunos actores de gobierno se quejan a voz en cuello y pretenden que nuestra oposición sea aquiescente. No entienden nada. No cometeríamos esa irresponsabilidad.

A quién se le ocurre que no denunciemos que Uruguay tuvo la presidencia pro tempore del Mercosur hasta el 16-12-20 y no hayan trascendido iniciativas que ayudaran decididamente a la región a tener una voz más fuerte para acceder a las vacunas.

El gobierno se aísla no solo dentro del país, sino también en el concierto regional. Quedó preso de su petulancia al vanagloriarse de los éxitos iniciales, mientras que la región ya la pasaba muy mal.

Nuestra voz siempre va a estar a favor de la solidaridad, de la integración, y nunca vamos a callar ante los atropellos de las naciones poderosas y la negligencia de gobernantes irresponsables. Uruguay debe abogar e impulsar sin excusas la solidaridad internacional. La necesitamos.