Escribe: Manuel Laguarda
Es mi intención con este trabajo resumir la importancia que siguen teniendo en el momento actual los aportes de Vivían Trías en las definiciones ideológicas del Partido Socialista (PS).
Voy a presentar una versión adaptada del capítulo de mi libro Ensayos Socialistas (2018) que pretendía encarar esta misma temática.
Me baso, en parte, en tres trabajos anteriores. En primer lugar, La influencia de los pensadores revolucionarios rusos y la Revolución de Octubre en la obra de Vivian Trías, presentado en la fundación que lleva su nombre el 4 de octubre de 2017 e incluido también en Ensayos Socialistas. En segundo lugar, Trías y la Democracia sobre nuevas bases, un capítulo de mi libro Democracia sobre Nuevas bases, la vía democrática al socialismo en el Uruguay (2011). En tercer lugar, el prólogo que escribí en 1989 para el tomo 6 de las Obras de nuestro autor (trabajos que van de 1952 a 1965 y que incluyen Por un socialismo nacional.)
1- Las tres etapas en el pensamiento de Trías
En el trabajo mencionado en primer lugar, desarrollo la idea de que pueden plantearse tres etapas en la obra de Trías. Una producción tan extensa y rica, frente a una realidad tan cambiante y en una personalidad abierta como la de él, va a presentar continuidades y también diferencias en todos estos años que van de 1950 a 1980.
Las continuidades identitarias tienen que ver con la centralidad del marxismo y la apertura a otras fuentes y conocimientos fuera del mismo, el rechazo a los partidos o estados guías y la defensa de la perspectiva nacional y de la cuestión nacional, así como el antimperialismo, el latinoamericanismo y el humanismo.
Respecto a las diferentes inflexiones en la trayectoria de Trías con todos los riesgos y limitaciones que supone generalizar y extraer conclusiones acerca de una obra tan vasta y admitiendo que siempre la riqueza de la vida supera y desborda a los esquemas y modelos, en forma provisoria, señalaría tres etapas.
En una primera etapa, en los años 50, Trías se identifica con el socialismo democrático y con la tercera posición, critica el modelo soviético y la concepción leninista del Estado, anticipa su caída, caracteriza su presencia en Europa Oriental como imperialista, sobre todo en el trabajo sobre Poznan (Vol. 6, 1956).
Su referencia fundamental es la revolución anticolonial y las luchas liberadoras en América Latina, más que la Revolución rusa. Dentro de una formación tan amplia, la obra de Lenin tiene naturalmente su lugar, pero no ocupa la centralidad de su pensamiento.
La segunda etapa está pautada por el contacto y la influencia de la Revolución cubana. El texto inaugural y el punto de inflexión podría ser la entrevista a Fidel Castro de enero de 1962 (Obras de V. Trías, 1956 (Vol. 6): 91-101)
Un mes antes, Fidel había proclamado a la Revolución cubana como marxista-leninista, lo cual, junto con su progresiva alianza con la URSS, significó un desafío que cuestionaba la identidad de las izquierdas no comunistas y terceristas que apoyaban la Revolución cubana, identidad basada justamente en la afirmación de la democracia política, la independencia y crítica de la URSS.
En efecto, la separación de socialistas y comunistas en los tempranos años 20 estaba basada en dos cuestiones: la democrática y la nacional, que implicaba el rechazo a las 21 condiciones y el papel de la URSS como estado guía.
Mi tesis es que, a partir de su identificación con la Revolución cubana, Trías, y gran parte de la izquierda, resignifica su relación con la revolución rusa, la URSS y sus teóricos. Este proceso implica cierto grado de tensión con las definiciones identitarias anteriores.
Mi tesis es también que estas contradicciones identitarias van a persistir en el PS y recién van a poder empezar a sintetizarse con la renovación socialista de los 80 y la elaboración de la concepción de la Democracia sobre nuevas bases.
En el reportaje mencionado, Fidel señala su deuda teórica y su reconocimiento a los aportes de Lenin contenidos en El Estado y la revolución, que Trías había criticado en 1957, en su trabajo sobre Bevan (La visión del duende rojo, (Vol. 6): 799).
Ahora Trías, a la par que reafirma el humanismo, reconoce y valora estos aportes en forma transitiva al recoger las contribuciones que Fidel hace a la teoría revolucionaria, que incluyen precisamente la aplicación de los tópicos del leninismo. Este período incluye las obras más conocidas de este autor, centradas en Por un socialismo nacional (1966, Vol. 6) y podríamos llevarla hasta Tres fases del capitalismo (1977, Vol. 16).
La democracia política en ningún momento es negada, pero tampoco es una referencia. En lo político, la construcción de la nación ocupa el lugar central que antes ocupaba la democracia. La independencia respecto a todo partido o estado guía, concretamente de la URSS, se sigue reafirmando como elemento identitario y distintivo respecto de los comunistas.
Es un corolario de la ley del desarrollo desigual y elemento central del socialismo nacional, se le reconoce a la URSS y a su campo un papel positivo en tanto parte de la contradicción fundamental, capitalismo-socialismo, aunque la contradicción principal dentro de aquella sea la que opone la revolución colonial con el imperialismo.
A la URSS se la caracteriza como socialista, se espera de ella apoyo político para contrabalancear al imperialismo occidental y apoyo económico para la acumulación socialista originaria en los países de la periferia. Las críticas que se la hacían a la URSS en la etapa anterior no son negadas, pero tampoco se reiteran.
Del mismo modo, no son negadas las críticas que se hacían en relación a la dominación respecto a la Europa del Este, aunque se caracterizan como contradicciones secundarias y no como un fenómeno imperialista, a diferencia de la etapa anterior.
La tercera etapa corresponde a los años finales de la vida de Trías y a los artículos publicados en la revista Nueva Sociedad entre 1978 y 1980, contenidos en los tomos 12 y 15 de sus obras. En ellos, se insinúan algunas inflexiones respecto al período anterior, que implican la reaparición de acentos que estaban en la primera de las etapas consignadas, en el marco, por supuesto, de las grandes continuidades ya reiteradas del pensamiento de este autor.
Concretamente, reaparecen las referencias a la democracia política, se vuelve a tomar distancia respecto de la URSS (Lo político y lo económico en primer plano, Vol. 15: 250-251), se valora positivamente las iniciativas de la social democracia y de Willy Brandt respecto al intercambio desigual y el tercer mundo (América Latina en la controversia Norte –Sur, Vol. 15: 267-269) y se propone que América Latina unida pacte un nuevo status quo con los EE. UU para asegurar su desarrollo autónomo, una justa distribución del ingreso y una democracia pluralista estable (Brasil-Argentina, clave de la integración iberoamericana: dependiente o liberadora, Vol. 12: 219)
2- Revolución nacional y revolución socialista
La referencia para Trías en los 50 es la revolución nacional anticolonial más que la Revolución rusa. En La rebelión en las orillas (1956, Vol. 12: 15-29), reflexiona sobre el gran acontecimiento de esa década: la descolonización y la lucha de los pueblos sometidos.
Constata, además, el fracaso de las burguesías nacionales, lo que confiere a los socialistas un rol especial, el de llevar a cabo la revolución burguesa que la burguesía no pudo cumplir: reforma agraria, industrialización, liberación nacional y democracia política; no como una etapa finalista, sino como una etapa hacia el socialismo. Y reitera que una Europa socialista, unida a las naciones ubicadas en las orillas del orbe, debe ser la tercera fuerza entre el capitalismo occidental y la URSS.
En La campanada de la hora cero (1957, Vol. 12: 31-42), plantea la contradicción insalvable entre América Latina y el imperialismo yanqui, reitera las críticas a la URSS, desde una postura humanista, y la caracterización como imperialista de esta.
Apuesta, también, a la integración de América Latina y a la necesidad de que nuestra región unida negocie con los otros poderes del mundo, anticipando el planteo que va a reiterar en 1979 (Vol. 12: 219 y Vol. 15: 265, Iberoamérica, no caer en la ley de la selva).
Sin embargo, va a ser a partir de su encuentro con los pensadores rusos y, sobre todo, Lenin que su teorización acerca de las revoluciones nacional y socialista va a encontrar la formulación más conocida y abarcadora que se despliega en su obra fundamental Por un socialismo nacional (1966, Vol. 6: 128-266).
El hilo teórico conductor es aquí la ley del desarrollo desigual y combinado, al igual que en la articulación imperialismo-países dependientes. Es decir, las formaciones sociales no se desarrollan de modo uniforme, monocolor. No todo es progreso o atraso, no todo es capitalismo o feudalismo, no todo es moderno o arcaico.
Y la combinación, la articulación, de todo esto da las peculiaridades únicas y específicas de cada formación, tal como cada uno de estos aspectos interaccionando con los otros da lo propio de cada ente particular. Las leyes generales se encarnan de manera particular en los sujetos singulares.
Trías asume con fuerza la ley del desarrollo desigual y combinado, en el marco del fenómeno imperialista. Este, actualmente, se encara a diferencia de la década anterior, desde la teoría de Lenin, complementada por la teoría de la dependencia, fundamentalmente desde la obra de Paul Baran, que un poco más adelante va a difundir André Gunder Frank (Capitalismo y subdesarrollo en América Latina,1967).
Dicho de otro modo, el imperialismo es una fase del capitalismo y no se reitera la concepción anterior —más amplia y no excluyente de esta— del imperialismo como dominación. El imperialismo combina desarrollos desiguales, el progreso y desarrollo de las metrópolis con el atraso y el subdesarrollo de las periferias. En su combinación, uno es la precondición del otro y, por tanto, no puede haber desarrollo en las periferias dentro del sistema capitalista.
La liberación y el desarrollo exigen emprender un camino anticapitalista y no hay lugar para un desarrollo capitalista, en primera instancia, para que sea posible, posteriormente, el socialismo, tal como planteaba la teoría marxista clásica y el propio Trías en 1956 en Enigma para Poznan.
De aquí se desprende el planteo de las dos revoluciones. El desarrollo exige una revolución nacional liberadora que rompa las trabas del subdesarrollo y de la dependencia. Este proceso no cuenta a la burguesía nacional en sus filas, sino a una amplia alianza de clases con el proletariado como columna vertebral.
Se reconoce que el socialismo no se puede imponer desde el atraso y entonces la fase nacional liberadora debe desarrollar la producción y la riqueza nacional y, si bien el proceso exige cumplir desde el pique objetivos anticapitalistas, porque así lo exige la liberación del imperialismo, la economía es mixta con áreas importantes bajo propiedad privada.
Al mismo tiempo, se plantea un solo proceso, sin compartimentos estancos, donde se cumplen las metas liberadoras, se construye la nación y se va procesando gradualmente el avance hacia la construcción socialista.
Es un planteo a medio camino entre las dos revoluciones bajo la conducción proletaria de Lenin y la revolución permanente de Trotsky, posiblemente más cerca del primero. Hay continuidades con la etapa anterior, en el sentido que son los socialistas y no la burguesía nacional quienes deben cumplir las metas de la revolución liberadora. Pero ahora no se señala expresamente, aunque tampoco se niega, a la democracia política como un componente esencial del proceso.
El lugar que ocupaba antes la democracia, como tarea política, lo ocupa ahora la construcción de la nación. El acento pasa de lo democrático a lo nacional. Se confía en el apoyo de la URSS y del campo socialista y se postula que el estado nacional es el ámbito para la acumulación socialista originaria, aunque se descarta el planteo del socialismo en un solo país. La construcción socialista requiere del latinoamericanismo y del internacionalismo: culminar la obra, exige el socialismo universal.
En los artículos de la tercera etapa (1979), Trías toma nota de los procesos crecientes de la globalización, que él denomina transnacionalización —ya lo venía haciendo desde Tres fases del capitalismo (1977) — y eso relativiza el marco del Estado nacional y refuerza la dimensión internacional.
Reaparece el planteo de 1957 acerca de los acuerdos de América Latina como bloque para negociar con el mundo. Si bien no se explicita, puede inferirse que, en tanto los mismos no se condicionan a una construcción socialista previa, Trías relativiza la afirmación anterior de la imposibilidad de un desarrollo capitalista.
3-Un balance de la obra de Trías
Si consideramos que en la obra de Vivian Trías hay continuidades, pero también diferencias en las tres etapas que hemos distinguido, a la hora de hacer un balance, tendríamos que hacerlo en relación a lo anterior.
Si las continuidades en su obra son la referencia al marxismo, a un desarrollo socialista sin la referencia a partidos o Estados guías, el humanismo y el latinoamericanismo, podemos decir que el PS mantiene esas señas de identidad, pero que también ellas están presentes en toda la historia del partido y pueden asociarse ellas con el legado de Frugoni.
La independencia del PS se pone de manifiesto en el rechazo de Frugoni a las 21 condiciones de la Tercera Internacional y a su empeño por reconstruir el PS, después de que la mayoría que las acepta funda el Partido Comunista (PC).
De estas continuidades, es el latinoamericanismo el que reconoce más claramente la impronta de Trías y su legado más claro para la identidad del PS. La identidad de un colectivo, en este caso un partido político, está basada en la identificación de sus miembros con una serie de valores comunes —las señas de identidad— que, al estar en el lugar del ideal de todos ellos, posibilita la identificación de los miembros entre sí y con el grupo en su conjunto. La dificultad de sintetizar estas señas de identidad, puestas de manifiesto, sobre todo, en la cuestión democrática, el leninismo y la valoración de la URSS supusieron una crisis de identidad en el PS, de la que se empezó a salir con la elaboración de la concepción de la Democracia Sobre Nuevas Bases (DSNB) y que implicó un proceso que va desde 1979 a 1991.
En la elaboración de esta concepción, confluyeron tres procesos que se dieron en los años de la dictadura: la revalorización de la democracia, el descubrimiento de la sociedad civil como esfera autónoma donde se podía crear poder y la crisis y crítica al socialismo real, retomada a partir de los hechos de Polonia de 1981.
En efecto, en 1987, el 39o Congreso del PS, definió a la renovación como el proceso por el cual se supera al marxismo-leninismo, afirmando la DSNB. La renovación socialista de los 80, va a buscar en Gramsci, más que en Trías, sus fuentes de inspiración. En mi trabajo Trías y la DSNB (2011), desarrollo el punto y comparo esa concepción con el pensamiento de nuestro autor.
El PS actual, el que sale de su crisis de identidad con DSNB y la renovación socialista de los 80, se reconoce más claramente en el Trías de la primera etapa que se identificaba con el socialismo democrático, es decir, la asociación indisoluble de socialismo y democracia, seña de identidad del PS frugoniano y fundamento del rechazo a las 21 condiciones. Se hubiera reconocido, también, en el Trías que, en Enigma sobre Poznan, critica a la URSS y la caracteriza como imperialista y le niega el carácter de socialista por la falta de democracia y la existencia de desigualdades y anticipaba su derrumbe.
Lo mismo podríamos decir del Trías de la tercera etapa (1977-1980) que vuelve a jerarquizar a la democracia, critica a la URSS y relativiza la afirmación de que no puede haber desarrollo en el capitalismo cuando plantea el pacto entre América Latina y los EE. UU. Todo esto nos hace pensar que, si Trías lo hubiera vivido, posiblemente habría acompañado las tesis de la renovación socialista de los 80.
Las mayores distancias se presentan con el Trías más conocido, el de la segunda etapa (1962-1977). El eclipse de la cuestión democrática, la ausencia de críticas a la URSS y el peso mayor otorgado a la obra de Lenin no coinciden con las actuales definiciones del PS.
Por el contrario, la importancia concedida por el autor a la cuestión nacional se mantiene en las definiciones y las señas de identidad del PS, tanto en relación a nuestro país como a la Patria Grande latinoamericana.
Al mismo tiempo, el reconocimiento de la globalización condiciona el modelo de desarrollo que surge de la concepción del socialismo nacional. Un estado que concentre el excedente y que, respaldado por el bloque del este europeo emprenda la construcción socialista hoy, no es posible, debido a la ausencia del segundo y por la globalización.
El planteo de Trías de que la construcción del socialismo puede iniciarse, pero solo puede culminar a nivel internacional tendría hoy su correlato en nuestras definiciones acerca de la construcción de la gobernanza mundial democrática, donde tienen su influencia las concepciones de David Held o las de David Cox que aplica Gramsci a la esfera internacional. Del socialismo nacional no queda entonces su modelo de desarrollo, sí la apuesta a la independencia de los centros de poder, partidos o Estados guías.
La referencia a que el socialismo deberá tener en cuenta las particularidades de cada sociedad sigue siendo compartible, junto con la universalidad de los derechos humanos que el PS afirma en sus Tesis actuales. Este planteo no está en la obra de Trías, aunque podría extrapolarse de sus referencias al humanismo.
En Trías hay una referencia genérica al respeto a las particularidades nacionales, pero no está en él todo el complejo y rico debate posterior entre universalismo y relativismo en torno a los valores. De las Tesis del PS se desprende respetar las particularidades nacionales, pero no invocarlas para justificar la cancelación de los DD. HH.
El planteo de Trías de las dos revoluciones nacional y socialista no lo mantiene el PS. Ellas quedan englobadas en la DSNB como proceso y, en todo caso, sustituidas por una sola revolución: la revolución democrática, que, en su radicalización, al afirmarse en la política y alcanzar la vida económica y social, confluye con el socialismo. Mantenemos el rechazo a un supuesto rol dirigente de la burguesía nacional en estos procesos.
El PS mantiene la definición antimperialista y, al igual que el Trías de la primera época, señala una pluralidad de imperialismos (por lo menos, el norteamericano, el chino y el ruso) y la lucha interimperialista como una característica de la crisis civilizatoria actual, tal como en las primeras décadas del siglo pasado.
A la hora de comprender el imperialismo, no lo haríamos solo con la referencia a Lenin, tendríamos en cuenta, además, a Luxemburgo, Harvey y Panich. David Harvey en El nuevo imperialismo (2003), retoma a Rosa Luxemburgo, que, en La acumulación del capital (1913), afirmó que el capitalismo iba a desarrollarse hasta alcanzar la última frontera del planeta. Harvey, plantea lo que él llama «solución espacial», la cual, junto con la acumulación por desposesión (privatizaciones, reestructuraciones de las sociedades, guerras y reconstrucciones posteriores), marcan la expansión y la dinámica mundial del imperialismo que no se limita así a actuar subordinando a las clásicas periferias.
Leo Panitch (2004) critica la teoría marxista clásica del imperialismo por haber sobrestimado lo económico y subestimar lo político. La globalización ha disuelto la coherencia de las burguesías nacionales y creado una clase dominante trasnacional.
Tampoco parecen sostenibles las tesis de la teoría de la dependencia —que eran el basamento de la concepción del socialismo nacional— y la existencia de desarrollos capitalistas posteriores fuera de los países centrales parece confirmarlo. Justamente, la solución espacial de Harvey permite pensar a la acción del imperialismo en una dimensión que supera la oposición centro-periferia.
En la actual globalización, se mantiene las asimetrías, las inequidades, la concentración y la explotación, pero ya no en el esquema territorial centro-periferia de la teoría de la dependencia de los 60, lo cual tampoco implica negar las situaciones especialmente agravadas en los países del Sur global.
Por otra parte, la realidad que emerge de la crisis de 2008, el malestar creciente con la globalización, la reemergencia del proteccionismo, el autoritarismo en sus versiones neoliberal y posfascista, en suma, la crisis de la civilización sobre la cual vienen a caer los efectos de la pandemia y pospandemia configuran un cuadro diferente que obliga al pensamiento crítico y emancipatorio a reencuadrar sus categorías. Algunos avances en esa dirección se señalan en mi trabajo Ciudadanía y democracia en la pospandemia (2020). Todo esto no relativiza la crítica ética e ideológica al sistema capitalista, ni tampoco la constatación de sus contradicciones y crisis.
En suma, de Trías mantenemos ahora, además de toda la riqueza de información y análisis contenida en los 16 volúmenes de sus obras y, en general, en su trayectoria, el latinoamericanismo, el antimperialismo (tal como lo formulaba en su primera etapa), la afirmación y construcción de la nación, el humanismo y la invocación a la independencia, al antidogmatismo y a pensar con cabeza propia.