Escribe Ramiro García
¿Por qué debemos ir hacia un programa revolucionario?
Se ha escrito y dicho mucho sobre la actual crisis que indudablemente atraviesa nuestra fuerza política. Los diagnósticos son de todo tipo, y van desde la falta de capacidad para movilizar, hasta aquellas cuestiones que tienen que ver con la renovación de liderazgos, de participación femenina y joven, de relacionamiento con el interior, etc. Nada que no hayamos leído o sentido en estos últimos tiempos. Sin ánimo de restarle importancia a estas cuestiones, en este artículo se intentará mostrar que nuestra fuerza atraviesa problemáticas más profundas y graves, las cuales no son atendidas con la suficiente atención, y muchas veces ni siquiera llegan a ser detectadas. Problemáticas que, sin intención de ser sensacionalista, de no ser corregidas a tiempo podrían llevar casi inexorablemente a la desaparición del Frente Amplio como fuerza política en un futuro de largo plazo. Veamos qué tiene para decirnos la Ciencia Política, primero para ayudarnos a diagnosticar estos problemas y luego para proyectar soluciones.
Las leyes de Duverger y el sistema de partidos.
Si hay que explicarle el sistema de partidos uruguayo a un extranjero que no conoce absolutamente nada del mismo, la gran mayoría le diría que existen más o menos cuatro partidos importantes -FA, PN, PC, CA-, y teniendo en cuenta que el eje izquierda-derecha funciona relativamente bien como herramienta que ordena y permite entender la mayoría de alineamientos, sería válido decir que existen dos grandes bloques, uno que va desde el centro hacia la izquierda, y otro que va desde el centro hacia la derecha. Sin embargo, hay algunas diferencias entre bloques; en el bloque derechista existen tres partidos importantes -los que hoy forman la coalición multicolor-, mientras que en el bloque izquierdista solamente existe un partido importante, el Frente Amplio.
Este último hecho genera un panorama extraño; en los sistemas de partidos de la gran mayoría de democracias burguesas también existen estos dos grandes bloques, sin embargo, no es nada común que se produzcan esas diferencias entre bloques. Es decir, lo común es que haya un sistema bipartidista -un solo partido grande por bloque- o un sistema multipartidista, donde no existe monopolización de los bloques por un solo partido. Pero un sistema híbrido como el uruguayo, donde hay competencia en un solo bloque, es una excepción. Así que profundicemos sobre ella.
Una de las mayores máximas de la Ciencia Política fue la que formuló Maurice Duverger, en la que sostuvo que el sistema electoral condiciona la cantidad de partidos del sistema, o más específicamente, que los sistemas electorales mayoritarios tienden hacia el bipartidismo. Esto, a grandes rasgos, quiere decir que en aquellos sistemas electorales uninominales (ya aclararemos esto) la configuración del sistema de partidos tenderá a la existencia de solamente dos partidos grandes. A partir de él, muchos fueron los autores que escribieron sobre la correlación entre las leyes electorales y el sistema de partidos.
El fenómeno es explicado por motivos de racionalidad y coordinación, veámoslo con un ejemplo;
Imaginemos una votación competitiva, en donde el premio es uno solo, o sea que el ganador se lleva todo, esto quiere decir sistema (o circunscripción) uninominal (o mayoritario). Esto bien puede darse en la elección de un delegado sindical o estudiantil, para la representación del grupo en un organismo mayor. Dicho grupo, fragmentado entre múltiples corrientes internas, debe de elegir un solo delegado. El grupo está compuesto por 100 personas, y para el candidato A se estiman 53 votos, para el candidato B 32, para el C 10 y para el D 5. Lo esperable ante esta situación, teniendo en cuenta la uninominalidad -solo uno gana-, es que los candidatos B, C y D coordinen, ya que se necesitan mutuamente. B sabe que necesita unos cuantos votos más para ganar o al menos competir con chances, mientras que C y D saben que no tienen ninguna posibilidad, pero que pueden hacer valer sus votos mediante algún tipo de negociación y acuerdo político. Aun así, es posible que B, C y D no logren coordinar, y ante esto la coordinación se produce por parte de los votantes, ya que no tiene sentido votar a D o C debido a que es sabido que no ganarán, y teniendo en cuenta que el premio es único, preferirían que su voto tenga una incidencia real, por lo que se inclinarán por las dos opciones viables, o sea por A o por B. Vemos que, tanto a nivel de candidatos como a nivel de electores, las tendencias conducen a la conformación de dos candidatos, descartando así las terceras opciones. Por lo que este grupo sindical o estudiantil, con su pequeño sistema uninominal, y si repite cada cierto tiempo la elección, conformará algo similar a un bipartidismo, cumpliéndose así lo dicho por Duverger. Otra historia sería si el sistema fuese proporcional en vez de mayoritario -imaginemos que, en vez de un delegado, se eligen 5 de manera proporcional-, ahí incluso C y D tendrían posibilidades de tener algún tipo representación propia, y no sería esperable la conformación bipartidista, sino que la configuración de candidaturas tomaría otras lógicas.
Este pequeño ejemplo también funciona -con sus salvedades, no es algo mecánico- en los sistemas partidistas a escala nacional, y Uruguay no es ajeno a ello.
Sin embargo, hay algo que falla en todo este esquema; ese algo es el Frente Amplio. Tanto para antes de 1996 como para después -mencionemos sumariamente, debido a que enseguida volveremos sobre esto, que el sistema electoral uruguayo fue reformado en 1996-, el Frente Amplio es incapaz de entrar en el esquema de la escuela duvergeriana. Digamos que tiene algo que lo hace ir a contra natura de lo esperado. Veamos primero por qué el surgimiento y el desarrollo del Frente Amplio puede ser considerado como una rareza politológicamente hablando.
Pensemos que, en el sistema electoral uruguayo antes de la reforma de 1996, en una única elección se elegían diputados, senadores, presidente, intendente y ediles. Esto a simple vista puede alterar la racionalidad detrás de los “premios”, debido a que hay competencia en más de un escenario. Sin embargo, en un país centralista y presidencialista como el nuestro, esto no era un problema mayor. La elección presidencial eclipsaba al resto, el “premio” era la presidencia. Si bien era un sistema electoral proporcional, la ley de lemas, junto a su racionalidad de premio mayor -la presidencia- hacían que el sistema tienda a la uninominalidad y por tanto al bipartidismo, algo lógico teniendo en cuenta que era el sistema electoral que se habían dado blancos y colorados.
Sin embargo, la coordinación de fuerzas de izquierda, consagrada en el Frente Amplio, comenzó a romper el histórico bipartidismo uruguayo en 1971, y lo continuó trizando luego de finalizada la dictadura. Además, con los desprendimientos de los sectores progresistas de los partidos tradicionales, el sistema de partidos uruguayo cada vez más se configuraba en bloques ideológicos -izquierda y derecha-, imponiéndose el Frente como el actor hegemónico dentro del bloque izquierdista. Esto generaba un problema importante, el sistema electoral pre 1996 -como vimos en el párrafo anterior, diseñado para un bipartidismo- no era congruente con un sistema de partidos tripartidista. Más aún, si tomamos por válido que ese sistema electoral empujaba hacia el bipartidismo, y que el sistema de partidos cada vez más quedaba configurado en bloques ideológicos, lo esperable -y lo que se da en los sistemas mayoritarios, véase EEUU o Reino Unido- era que el bipartidismo tendiera a configurarse con un partido de izquierda -FA- y otro de derecha -¿cual?-.
A ese sistema electoral le surgió un hijo inesperado, llamado Frente Amplio, que amenazó la existencia de uno de los dos partidos tradicionales. Mucho se ha hablado de la reforma del 96, se dice que fue hecha para que el Frente no ganara, pero lo cierto es que la preocupación del elenco político de los partidos tradicionales, consciente de esta incongruencia, no era tanto el triunfo electoral del FA -que también-, sino cómo evitar esa tendencia a la desaparición de uno de los dos partidos históricos.
Como vemos, en las elecciones del 94 se da un triple empate, donde tanto el FA como el PN y el PC votan alrededor del 30%. Esto, sumado a la ya evidente tendencia de crecimiento del Frente, generó una incertidumbre tal que ninguno de los dos partidos tradicionales quiso arriesgar a ser el que desaparezca, dando lugar a la negociación que impulsó la reforma del 96, y que eliminó la tendencia bipartidista del sistema uruguayo, asegurándose así la continuidad de ambos. La nueva ley electoral aseguraba que los premios fueran proporcionales, en vez de uninominales, debido a que generó una barrera muy importante -el 50% de votos- al premio presidencial en octubre. Entonces, la elección de octubre daba lugar a muchos partidos, no solo a dos, ya que la misma fue pensada para que “solamente” se defina la integración parlamentaria, de manera proporcional, es decir, con múltiples premios. De esa manera, el Partido Colorado y el Partido Nacional podían ir por separado en octubre sin la necesidad de que uno absorbiera al otro.
Si entendemos la lógica de la reforma del 96, y por tanto del sistema electoral actual, llegamos a una fácil conclusión. El sistema electoral empuja a que dentro de los bloques ideológicos sea mucho más fácil la conformación de más de un partido. Dentro de un bloque hay lugar para muchos. Es importante quedarse con esto último.
Sin embargo, aún no hemos explicado la excepción del sistema de partidos uruguayo actual, es decir, la competencia en solamente un bloque debido a la monopolización del otro. Dando por válido el párrafo anterior, podemos fácilmente llegar a una primera conclusión; la rareza está en el bloque izquierdista, en donde con las leyes electorales actuales, lo normal es que haya competencia, no monopolización.
Fernando Rosenblatt y los partidos “vibrantes”.
Vimos que el surgimiento y crecimiento del Frente Amplio fue una rareza, debido a que se produjo en el marco de unas leyes electorales que empujaban al mantenimiento del bipartidismo. Vimos también que un sistema híbrido -un bloque con un partido monopólico, y otro con competencia intra bloque- como el uruguayo, es una excepción. Y, por último, mencionamos que según la escuela politológica duvergeriana, esta excepción es, nuevamente, la propia existencia del Frente Amplio. Por lo que cabe preguntarse ahora; por qué con el nuevo sistema electoral, que en teoría debería de tender hacia la fragmentación partidaria y no hacía la monopolización, la izquierda siguió cohesionada bajo el Frente Amplio.
Lo primero que debe decirse es que las “leyes” de Duverger, como se conocen en Ciencia Política, no son leyes infalibles, como la de la gravedad, pero si son tendencias muy marcadas que empujan hacia esa configuración. Esa inexactitud está dada por la complejidad del fenómeno social. Marx decía que en el estudio de la sociedad “no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de suplir a ambos.” Esa capacidad de abstracción hace que el conocimiento generado nunca sea totalmente absoluto. Por tanto, si bien Duverger logra abstraer de manera muy correcta determinados movimientos esenciales en la sociedad, hay cosas que quedan por fuera.
Fernando Rosenblatt, politólogo uruguayo, generó una muy interesante contribución al conocimiento en Ciencia Política, publicando en 2018 el libro PartyVibrancy and Democracy in LatinAmerica. Allí uno de sus objetivos es preguntarse qué es lo que hace que los partidos sean saludables y vibrantes a través del tiempo, o formulado de otra manera, por qué hay partidos que pierden capacidad de movilización y de arraigo en la sociedad. Para ello, el autor utiliza cuatro variables diferentes, el propósito, el trauma, los canales de ambición y las barreras de salida. A través de estas variables, el autor explica qué es lo que produce que los partidos, y por lo tanto los sistemas de partidos y las democracias burguesas, sean saludables. La hipótesis, a grandes rasgos, será que, si los partidos logran tener configuraciones positivas en estas variables, serán partidos vibrantes y activos.
El propósito refiere a que los partidos deben de tener un conjunto de ideas coherentes, que sean reconocibles por dirigentes, militantes y votantes. Estas ideas no son rígidas ni inamovibles, pero deben de ser lo suficientemente sólidas para generar una fuerte adhesión desde lo programático e ideológico. El trauma refiere a sucesos que generan vínculos o fuertes instrumentos de identificación con el partido, como puede ser un suceso épico o traumatizante, por ejemplo, el asesinato de sus líderes, la generación de mártires, exiliados, etc. Estos sucesos tienen una poderosa capacidad de generar un vínculo emocional entre la persona y el partido, aunque pierde efectividad con el correr del tiempo. En tercer lugar, los partidos deben de tener adecuados canales de ambición, que sean capaces de proyectar carreras políticas facilitando el ascenso político por la estructura del partido de manera razonablemente fluida para que el político no vea estancada su trayectoria. En último lugar, los partidos deben de tener importantes barreras de salida; los costos en abandonar el partido deben de ser altos, dado que si no se produciría una constante salida de aquellos dirigentes y grupos que consideren que pueden alcanzar sus objetivos políticos fuera del partido.
Intentando contestar a la pregunta planteada a principios de este apartado -por qué con el nuevo sistema electoral, que en teoría debería de tender hacia la fragmentación partidaria y no hacía la monopolización, la izquierda siguió cohesionada bajo el Frente Amplio-, podríamos decir que pese al sistema electoral, la izquierda siguió cohesionada bajo el lema Frente Amplio debido, sobre todo, a que este tiene unas muy fuertes barreras o costos de salida. Estos costos de salida tan altos son resultado de un arraigo quizás inédito en el mundo, que logra mantener la fuerza política en la sociedad a un nivel de intensidad tal que hace impensable la presencia de una izquierda importante por fuera del Frente. Debido a su propia fuerza desde lo discursivo como unidad de toda la izquierda, a su heroicidad y su épica -aquí entran las nociones que Rosenblatt llamaría trauma-, a su evocación a lo popular, a las esperanzas de cambio -propósito- y emociones que todavía hoy logra generar, el Frente Amplio ha calado impresionantemente hondo en el imaginario colectivo nacional. Solo basta con recorrer el país y observar las ventanas de miles de hogares uruguayos en tiempos de campaña electoral, o ver el poco éxito de los partidos que están en un entorno ideológico cercano al Frente Amplio, como Unidad Popular o el Partido Independiente. Todavía en el Uruguay del 2021, para una gran mayoría, sentirse de izquierda y sentirse frenteamplista actúan casi como sinónimos.
Sin embargo, es iluso pensar que esto durará para siempre. La vitalidad de un partido depende de su constante capacidad para reinventarse y de reinventar sus vínculos con la sociedad, y no es injusto sostener que todo lo dicho en el párrafo anterior se encuentra en un lento declive -será profundizado en un siguiente artículo-. Y si a esto le sumamos que las leyes de Duverger, pese a no ser mecánicas, funcionan, las posibilidades de supervivencia de nuestro Frente Amplio se verán seriamente amenazadas ni bien todo este arraigo comience a agotarse. Claro que poner en duda la supervivencia del Frente en el corto plazo es un sinsentido, en parte por todo esto mismo que se ha escrito. Pero si asumimos que lo que va en contra del impulso a la fragmentaciòn que traen implícitas las leyes electorales es todo este frenteamplismo increíblemente arraigado en la sociedad, y que esto se va agotando lentamente, es justo decir que el paso del tiempo conspira contra la propia existencia del Frente Amplio. En el largo plazo, la correlación entre leyes electorales y sistema de partido actúa lenta pero casi inexorablemente. Lo sabía el elenco político tradicional cuando se apresuró en cambiar las leyes electorales en el 96; y debemos de saberlo nosotros ahora.
Por tanto
Si damos por válido todo el desarrollo expuesto hasta ahora, y suponiendo que están cerradas las posibilidades de un cambio en las leyes electorales que vuelquen el sistema de partidos hacia un bipartidismo -aunque sería interesante pensar un movimiento de pinza junto al Partido Nacional-, las chances de mantener al Frente Amplio en el largo plazo como un partido vibrante se ven reducidas, y con ellas las propias posibilidades de existencia. Sin embargo, y como se dijo previamente, no estamos hablando de fenómenos mecánicos ni determinantes al 100%. Hay por lo menos una manera de romper con esa lógica y dinámica tan fuerte.
Para salvar al Frente Amplio debemos de reotorgarle un propósito -en términos de Rosenblatt- poderoso y fuertemente identificable, que sea tan potente que continúe permitiendo la existencia del propio partido, aunque esa existencia sea a contra natura de lo esperado. La potencia que mantuvo vivo el frenteamplismo fue ese arraigo en la sociedad alimentado por la tradicionalización, la épica de los sucesos traumáticos, y sobre todo las esperanzas de cambio real cuando se llegara al gobierno. Fenómenos tendientes a debilitarse con el paso del tiempo. Por lo que esere otorgamiento debe de ser de una potencia similar. Potencia solamente alcanzable a través de un programa con potencial revolucionario, que transforme a la existencia del FA en un medio y no en un fin en sí mismo. Programa de propuestas radicales de transformación de la sociedad que logren calar profundamente en la clase obrera uruguaya.
La correlación entre leyes electorales y sistema de partido actúa lenta pero casi inexorablemente, por tanto, para hacer fallar esta correlación, la potencia de ese re otorgamiento debe de ser de una magnitud y fortaleza enorme, y teniendo en cuenta la lejanía de los proceso traumáticos y el ya haber gobernado, debe de ser predominantemente programática. Un programa de magnitud revolucionaria. No sirve como antídoto el centrismo, ni la moderación, ni la conciliación. Toda existencia o construcción programática que no tenga potencial y contenido revolucionario está condenado a hacer naufragar al Frente en el largo plazo, debido a que la moderación y la conciliación de clase hará cada vez menos diferenciables nuestras propuestas con las de la burguesía y la derecha, terminando de apagar esa llama frenteamplista tan arraigada. Para seguir haciendo fallar la correlación, necesitamos reinventarnos, y eso solo puede permitirlo un programa radical, concreto y traducible en propuestas que seduzcan, movilicen y politicen a la clase obrera como clase para sí.
Volviendo al primer párrafo de este artículo y a juicio de quien escribe, las problemáticas del Frente Amplio pasan por la incapacidad de reformular un antídoto a esta tendencia casi inevitable, antídoto que deberá de ser inexorablemente un programa de transformación radical, una posibilidad de revivir la llama frenteamplista en el pueblo uruguayo.
Propongo explorar en dos próximos artículos; en primer lugar qué tan lejos estamos de lograr esto, y cómo esa lejanía es la fuente de muchos de los problemas percibidos hoy día, y en segundo lugar las posibilidades de existencia de ese programa revolucionario -su viabilidad- y su contenido.