Educación popular y política de la liberación

Escribe Gonzalo Civila

Este 19 de setiembre se cumplen 100 años del nacimiento de un maestro y referente latinoamericano: el gigante Paulo Freire. 

El camino de Freire y el proceso de gestación de su propuesta radical y revulsiva de educación popular es tan genuino e impactante como su obra. Un proceso dialéctico de descubrimientos e interpelaciones, que se forjó de abajo para arriba, cuestionando sus propias certezas y aprendizajes anteriores.

Para quienes debemos nuestra formación social y política a comunidades de base, comprometidas con la realidad de territorios y  situaciones concretas signadas por la marginación, para quienes encontramos en la teología de la liberación un sentido de vida y en el materialismo histórico un método de interpretación de la realidad y una guía para su transformación, para quienes descubrimos en la educación una vocación y un camino de emancipación humana, para quienes nos reivindicamos socialistas y latinoamericanos desde el compromiso con el grito de las y los perdedores de la historia, leer a Paulo Freire y encontrarlo vivo en la concepción y la metodología de la educación popular, es nada más ni nada menos que sentirnos reflejados y exigidos por una síntesis difícil de superar. 

En el particular contexto en el que nos toca hoy librar nuestras luchas sociales y políticas, la propuesta freireana se presenta como un paradigma vigente y desafiante. ¿Cuántos de nuestros desvíos se evitarían si concibiéramos la construcción más desde el pueblo que para el pueblo? ¿Cuántas respuestas nuevas encontraríamos si en lugar de intentar vanguardizar o verticalizar procesos sociales nos sumergiéramos en sus propias entrañas dispuestos a dejarnos transformar? ¿Cuántas palabras equivocadas o superfluas no diríamos si asumiéramos la escucha y el respeto al saber del otro como un valor en sí, combatiendo la tentación elitista de validar o invalidar la voz de los demás a partir de una concepción burguesa de la vida? ¿Cuántos milagros sociales serían posibles si nuestra escucha fuera tan profunda y comprometida como para ser capaz de engendrar, de crear, permitiendo que el otro o la otra descubran una potencialidad propia que desconocían? ¿Cuánto socialismo seríamos capaces de gestar desde el empoderamiento de los colectivos oprimidos, desde el compromiso con la construcción de organización y poder popular sin ahogar la novedad con burocratismos y reglas prehechas? 

El paradigma dominante en la política partidaria, también a veces en la que se autoproclama de izquierda, podría definirse – tomando prestada la crítica de Freire a la pedagogía tradicional- como de “política bancaria”. Según ese paradigma la sociedad (a veces reducida a “opinión pública”) es un objeto de intervención al cual va dirigido el mensaje y la acción política, allí se deposita (como en un banco) una idea, un conocimiento, una doctrina, una propuesta, y en el peor de los casos la mera expectativa de una adhesión o un voto. Sin embargo la política contrahegemónica, como la practicaron y definieron desde hace muchos siglos distintos colectivos humanos, debe ser al modo de Freire una política liberadora, en la cual no hay “políticos” y “ciudadanos” (o mejor dicho, políticos y consumidores de política) sino ciudadanos/as políticos/as, sujetos de la transformación de su propia vida, de su medio, de su realidad, que al agruparse y redefinirse en una trama de relaciones recíprocas, se transforman en agentes de lo nuevo. En este paradigma la función tanto de los partidos de izquierda, como de cualquier organización que pretenda contribuir a la gestación de un mundo nuevo, es esencialmente educar y ser educados en un proceso creativo, conflictivo y dialéctico de producción de poder alternativo, orientado a la emancipación. Este enfoque dialógico y popular supone destruir varias barreras: la del realismo cínico capitalista que nos dice que fuera del capitalismo – con sus lógicas asimétricas y alienantes – no hay salvación; la de nuestros modos patriarcales, burocráticos y esquemáticos de concebir el poder y leer el mundo; la de nuestros propios egoísmos y vanidades que nos encierran en estructuras defensivas y en falsas seguridades; la de visiones edulcoradas de la realidad que niegan el conflicto de clase y naturalizan las desigualdades; la de la política tradicional y caudillista.

Las y los socialistas uruguayos hemos sostenido siempre que buscamos prefigurar la sociedad que queremos construir. Esto es nada más ni nada menos que el desafío crucial del testimonio y la coherencia. No se puede construir el socialismo calculando cada paso, en la vida personal y en la lucha política, según matrices conservadoras de acumulación y autopreservación, no se puede construir el socialismo con rigideces vanguardistas o con oportunismos, no se puede construir el socialismo evitando el debate, no se puede construir el socialismo ninguneando o subestimando al pueblo, no se puede construir el socialismo “para” sino “con”, no se puede construir el socialismo desde el posibilismo, el exitismo o el electoralismo, no se puede construir el socialismo sin escucha y construcción colectiva. En todas y cada una de estas palabras reconozco el eco de las lecturas de Freire y también me enfrento a un espejo que a veces no me devuelve la mejor imagen, porque soy parte de lo que debe ser transformado, porque me caben y nos caben muchas autocríticas. 

En una sociedad burguesa – que a la vez que oprime y aliena a oprimidos y a opresores, erige como único y último recinto de la vida a un individuo aislado, inerme y culpable de su propio destino – recuperar la metodología de la educación popular, es reivindicar la política de la liberación. Hacerlo supone afirmar una ética del cambio social según la cual los procesos y decisiones colectivas hacen la historia. Implica a su vez superar el sectarismo y la comodidad de la propia verdad sin resignar la identidad, abriendo espacios nuevos e instituyentes, conviviendo, dialogando y compartiendo con comunidades que nos interpelen y nos eduquen, forjando nuevas grupalidades, inventando herramientas y caminos, creando teoría en la práctica, promoviendo el pensamiento crítico para comprender e impugnar una realidad compleja e injusta, destruyendo dogmas y recetas como ya nos recomendara Marx.

Decía Paulo Freire en “La educación cómo práctica de la libertad”: “El sectarismo nada crea porque no ama. No respeta la opción de los otros. Pretende imponer la suya –que no es opción sino fanatismo- a todos. De ahí la inclinación del sectarismo al activismo, que es la acción sin control de la reflexión. De ahí su gusto por eslóganes que difícilmente sobrepasan la esfera de los mitos y, por eso mismo, mueren en sus mismas verdades, se nutren de lo puramente relativo’ a lo que atribuyen valores absolutos.” 

Desde el Partido Socialista hemos decidido aportar con humildad a la recuperación de un paradigma alternativo, conscientes de que eso nos exige cambiar(nos) mucho y que no podemos hacerlo solos ni “desde adentro”. Con ese fin estamos en proceso de crear, junto con otras y otros, una Fundación que trascienda nuestros propios límites y que tenga entre sus principales cometidos reflexionar sobre la relación entre lo social y lo político, y promover programas de educación popular. Esta es la política que nos interesa, la de la “santa rebeldía” como decía José Pedro Cardoso, la del amor que quiere hacer revolución. 

Terminando este artículo, y a pocos días de haber recordado otro aniversario de la partida del Padre Cacho, me entero de la triste noticia del fallecimiento de la compañera Pilar Ubilla, referente de la educación popular en Uruguay. En su memoria, en la de José Luis Rebellato, en la de las generaciones formadas en el CIPFE y la Multiversidad Franciscana de América Latina, en las mil comunidades, movimientos y experiencias territoriales que antes y después hicieron de este paradigma una opción de vida, va nuestro compromiso y nuestra esperanza.