Escribe Sofía De León | Militante JSU
El Día de la Tierra nos encuentra en medio de una pandemia cuyo virus causante muy probablemente nos haya infectado a raíz de prácticas productivas insostenibles. A pesar del freno de la economía (y consigo parte de las emisiones), el 2020 fue el año más caluroso del que se tienen registros. Este 22 de abril la CEPAL pondrá en vigor el Acuerdo de Escazú, un tratado que incorpora una garantía urgente en la región: proteger el derecho a la información y el acceso a la justicia en lo relativo a los asuntos ambientales.
Más allá del frecuente análisis sobre fortalezas y debilidades de la situación de nuestro país, la discusión ambiental se limita a cuestiones específicas y no parece ser un desvelo en la agenda pública. El tema es postergado, y ante la grave crisis social y sanitaria que enfrenta nuestro país esto es entendible. La información de calidad a duras penas pasa los muros de la academia. Muy seguido la discusión se limita a indignarnos con el green-washing o con las campañas de reciclaje por depositar en los individuos la responsabilidad de los cambios. Entonces ¿tiene sentido organizar acciones en relativo aislamiento y de limitado impacto, sabiendo que nuestra incidencia jamás compensará el daño inmenso que ocurre fuera?
Como socialistas tenemos un imperativo deber con educar en la sensibilidad; nuestra militancia social hace honor permanente a su historia logrando movilizar compatriotas sobre los grandes flagelos de nuestro entorno y transformando constantemente la realidad material. Sin embargo, a veces nos cuesta dejar de ver la cuestión ambiental como algo foráneo, lejano y, sobre todo, separado. Fallamos en reivindicar la naturaleza como la verdadera fuente de riqueza material en un mundo que la considera una suerte de medio infinito en plano secundario, como si el trabajo crease riqueza por generación espontánea.
No hay dudas de que la crisis ambiental -al igual que toda crisis del mundo capitalista- tiene cara de pobre y cara de mujer. No existe reunión de líderes de superpotencias mundiales por el cambio climático, discurso ambientalista en el Foro de Davos, campaña de marketing ni sedación colectiva alguna que pueda tapar esta realidad violenta y avasallante. Gastamos una inmensa cantidad de insumos en producir alimentos de consumo humano para que se desperdicie el 30% porque sencillamente, hay millones de personas que no llegan a comprarlos porque no tienen con qué, y por otro lado hay una pequeña élite que consume muchísimo más de lo que necesita. Son 1300 millones de toneladas desperdiciadas al año, fruto de nuestra tierra y extraído por nuestro trabajo.
A su vez, las mujeres son las más desplazadas por la falta de acceso recursos: por los problemas sanitarios asociados a la contaminación, las que más sufren la falta de acceso a la tierra cultivable, las primeras en invertir tiempo en la búsqueda de agua y las primeras en no comer cuando hay escasez. El problema de la crisis climática es, en esencia, el problema del hambre y las mujeres.
El calentamiento global es un hecho; las medidas y recursos para mitigarlo y adaptarse deben llegar a toda la población del planeta o no llegarán para nadie, exactamente de la misma forma que las vacunas deben llegar a todos para terminar con la pandemia. En los países desarrollados existe un incipiente movimiento por el clima, pero este tiene un carácter de apenas empujar el status quo para que avance en cierta conciencia climática. Este tipo de activismo es absolutamente insuficiente a la hora de extrapolarlo a las sociedades latinoamericanas: los activistas en los países de la región son censurados, encarcelados y en algunos casos hasta asesinados. Nos encontramos en el continente más desigual del planeta, la crisis sanitaria nos dejó el incremento de la pobreza relativa más grande (con 22 millones de nuevos pobres en 2020) y tenemos que seguir produciendo alimentos para cada vez más personas en medio de variaciones climáticas hasta ahora desconocidas.
Tenemos la obligación como militantes de decirle al mundo que no hay mitigación ni adaptación suficiente a este cambio sin que los poderosos del mundo cedan parte de su sobreconsumo inviable a las y los trabajadores y sin eliminar la brecha tecnológica entre países para lograr que nuestras sociedades sean más eficientes y, por tanto, menos contaminantes. Debemos dejar de creer que hablar de ambientalismo es el viejo cliché de salvar a algún mamífero acuático a miles de kilómetros; ya no se trata únicamente de preservar la biodiversidad como acción altruista o por su valor intrínseco si no de frenar con el sobreconsumo para hacer sostenible en el corto y mediano plazo las condiciones esenciales para la supervivencia humana, así como una vida saludable en comunidad.
¿Entonces, como podemos prepararnos para enfrentar esta crisis? David Sobel, un filósofo ecologista estadounidense, plantea que antes de querer salvar a la naturaleza hay que conectar con ella. La educación ambiental se vuelve realmente emancipadora cuando logramos poner en palabras lo que sucede en la naturaleza que vemos a simple vista, observando y poniendo en debate el entorno biodiverso que nos rodea, en lugar de imponernos un sentimiento punitivista hacia nuestras acciones contaminantes (especialmente mirando las grandes catástrofes ambientales que permean nuestro círculo informativo). Vivir preocupados por las calamidades lejanas no suele surgirnos naturalmente, lo cual fácticamente nos lleva a la frustración e inacción. Para cualquier ser humano es mucho más fácil comprender y enfrentar lo que conoce. Lo viviente a nuestro alrededor no puede pasarnos desapercibido. Aflora en los rincones más inhóspitos, en el campo o la ciudad, y nos convoca a protegerlo en cualquier trinchera, también cuando se trata de hacer un uso racional del ecosistema. Es dando ese primer paso observador cuando es factible organizarnos en colectivo para evidenciar y disminuir los procesos contaminantes en el barrio, en el municipio, en el departamento, en el país y en el planeta entero. Dicho de otra forma, de poco sirve horrorizarnos ante las cenizas que cruzaron desde incendios forestales en Australia hasta aquí si no podemos interesarnos en la importancia de -por ejemplo- los ecosistemas costeros uruguayos, para luego enterarnos de los efectos de la contaminación y desaparición de las dunas en la costa rochense por la edificación irregular para turismo, o de la inmensa cantidad de basura en la Playa Capurro a raíz de los vertidos en los arroyos.
No obstante, el enfoque local no significa dejar de lado que mirar más lejos (apostando a las redes internacionales o a la diplomacia) juega un papel fundamental en la mitigación de los efectos de la contaminación; las malas decisiones de cada país influyen sobre la situación del resto. Avanzar en políticas de control ambiental supranacional es clave.
No se trata del mero hecho de sumar actividades supuestamente ecoamigables en lo cotidiano, sino que debemos cambiar radicalmente las prácticas colectivas y la organización de nuestros entornos hacia formas más eficientes de uso de los recursos naturales, en todos sus pasos. Implica hacer el esfuerzo de incorporar teoría en forma transeccional y de vincularse in situ con la realidad de los ecosistemas locales, aunque no nos dediquemos a estudiar específicamente el tema. La dimensión ambiental debe formar parte de cualquier análisis de cualquier índole, no sólo como un accesorio ocasional.
Una praxis socialista con énfasis en el desarrollo sostenible también es una reivindicación por los derechos humanos. Significa plantarse ante la alienación que viene a través de la partición del trabajo, donde olvidamos el sentido de comunidad y el origen de nuestra riqueza. Para ello, debemos redoblar el compromiso y el esfuerzo de formarse (e informarse) con conocimiento científico accesible para aportar soluciones creativas, viables y de impacto real, dejando de lado las consignas falaces, puristas o demagógicas sobre la producción y la educación ambiental. De esto depende garantizar el derecho a la vida de los postergados y de las generaciones futuras. La realidad no admite la menor demora.
Material de consulta
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Bueno Saz, M. Las mujeres y el impacto del cambio climático (12 de noviembre de 2019). Disponible en https://mujeresconciencia.com/2019/11/12/las-mujeres-y-el-impacto-del-cambio-climatico/.
CEPAL. Países celebrarán entrada en vigor del Acuerdo de Escazú en el Día Internacional de la Madre Tierra (19 de abril de 2021). Disponible en: <https://www.cepal.org/es/noticias/paises-celebraran-entrada-vigor-acuerdo-escazu-dia-internacional-la-madre-tierra
CEPAL. Pandemia provoca aumento en los niveles de pobreza sin precedentes en las últimas décadas e impacta fuertemente en la desigualdad y el empleo (4 de marzo de 2021). Disponible en: https://www.cepal.org/es/comunicados/pandemia-provoca-aumento-niveles-pobreza-sin-precedentes-ultimas-decadas-impacta#:~:text=EnglishEspa%C3%B1olPortugu%C3%AAs-,Pandemia%20provoca%20aumento%20en%20los%20niveles%20de%20pobreza%20sin%20precedentes,m%C3%A1s%20que%20el%20a%C3%B1o%20anterior
ECMWF. Copernicus: 2020 warmest year on record for Europe; globally, 2020 ties with 2016 for warmest year recorded. The Copernicus Programme (8 de enero de 2021). Disponible en: https://climate.copernicus.eu/copernicus-2020-warmest-year-record-europe-globally-2020-ties-2016-warmest-year-recorded
Sobel, David. 1995. Beyond ecophobia: reclaiming the heart nature education. Orion Nature Quarterly, Autumn.