“Detrás de la cacerola”

Edila Sofía Pastorino

Más allá de las bromas sobre la compra apurada en Tienda Inglesa de cacerolas de $2000, sobre la escasa participación y la falta de costumbre, sorprendió esta nueva medida adoptada por ciudadanos de Carrasco el lunes pasado. Quizás se preguntaron qué vía les quedaba por utilizar para exigir lo que quieren exigir y eligieron sorprendernos con una de las formas de protesta más populares y propias de la izquierda, el cacerolazo.

Pero déjenme detenerme por un instante en esto: paradógicamente, los sectores más poderosos e influyentes en nuestra sociedad, esos que tienen capacidad para instalar temas en la agenda pública, esos que tienen acceso a los medios sociales y masivos de comunicación, esos sectores que tienen infinidad de alianzas con el poder económico y político, esos ciudadanos cuyos derechos están absolutamente garantizados y que viven, seguramente las vidas con más comodidades hoy en Uruguay, son el sector que se queja y exige el “derecho a vivir”.

No sólo se manifiestan en contra del gobierno, sino que ponen en el barrio pobre que tienen al lado –sí, estas cosas que tiene América Latina de extremos- el eje del debate, el campo de batalla. Casi ensañados con los barrios más pobres de la periferia de Montevideo, con los asentamientos, estos sectores insisten en convencernos de que el enemigo está ahí. De que los problemas de Uruguay, en particular la “inseguridad” efectivamente vienen de ahí. Yo me pregunto, ¿qué esconderá esta estrategia? Quizás como el mago que nos maravilla con su magia en una mano y con la otra esconde su truco, los sectores dominantes están concentrando la atención social en un lugar: los barrios pobres.

Desde mi perspectiva, la violencia es producto de la inequidad y de la injusticia. De un modelo que nos somete a todos y todas a tener para poder ser, a consumir para poder pertenecer, pero no a todos nos da las mismas posibilidades y de ahí los hurtos y rapiñas a otros. Y este modelo es en gran medida sostenido por las clases dominantes, porque para que exista riqueza concentrada, deben existir muchos ciudadanos que no acceden a la misma y viven en condiciones de miseria: riqueza y pobreza son caras de la misma moneda. Necesitan a los trabajadores y trabajadoras enfrentados entre sí, ¿porque si estuviéramos aliados qué podría pasar? ¿Qué nos cuestionáramos la concentración de riqueza en Uruguay y exigiéramos se redistribuya? Evidentemente ellos son pocos, y nosotros muchos. Deberíamos estar más unidos y dando esta pelea juntos.

 

“Por el derecho de los uruguayos a vivir”

Los que debemos exigir el derecho a vivir dignamente, a vivir en solidaridad, a vivir como iguales, a vivir en relaciones de simetría y no de opresión, somos nosotros, los trabajadores y trabajadoras. Los ricos hace rato que tienen sus derechos garantizados, desde que nacieron. Y ¡ojo! Cuando digo trabajadores me refiero a los trabajadores privados y públicos, los trabajadores que ganan sueldos altos y los “diezmilpesistas”, los profesionales, los trabajadores que no están trabajando, los que lamentablemente cobran “en negro”, los que hacen changas, los que limpian vidrios en las esquinas y los que no tienen trabajo hace tiempo.

Los que viven en cooperativas, los que con mucho esfuerzo compraron después de años una casa, los que no tienen y alquilan, los que viven en asentamientos. Porque lo que nos hace trabajadores y trabajadoras no es “estar trabajando”, es nuestra condición, nuestra pertenencia a una clase oprimida que necesita del trabajo para vivir, los que no vivimos del trabajo de otros, vivimos de nosotros mismos. Necesitamos estar más unidos que nunca, más solidarios que nunca con las luchas de otros trabajadores, más atentos que nunca a generar conciencia de clase, reflexión, intercambio, redes, apoyos. En particular, a los trabajadores de las capas medias. Necesitamos dar la pelea por un país y un continente justo y solidario que tenga en el centro a los hombres y a las mujeres, no al capital, a la riqueza, a la defensa de la propiedad privada. Un país donde nuestro valor no esté dado por “si pagamos nuestros impuestos”, sino que valgamos en nuestra condición humana.

5 de octubre 2016