Desde Las Fronteras

Escribe: Gonzalo Civila López
Secretario General del Partido Socialista
Diputado por Montevideo

Hace pocos días nuestro país comenzó un nuevo período constitucional. Las y los socialistas uruguayos, perseguidos e ilegalizados por todas las dictaduras, hemos celebrado otra vez la expresión de la soberanía popular. Este cambio se produce después de transcurridos ya 35 años de la salida de la última dictadura cívico-militar y 15 de gobiernos frenteamplistas en los que concretamos cambios progresivos desde y para las mayorías sociales.

Los hitos de transición nos invitan siempre a reflexionar sobre los procesos y sus contextos, a hacer memoria agradecida de las conquistas democráticas alcanzadas (con mucha sangre, sudor y lágrimas) y a poner foco en las deudas de las que todavía debemos hacernos cargo, porque allí se encuentran los principales desafíos de una política justa y solidaria. El compañero Daniel Gerhard, joven diputado recientemente electo por el Partido por la Victoria del Pueblo, planteaba con claridad y sencillez este asunto en la sesión inaugural de la actual Legislatura, culminando su primera intervención en Cámara con una breve y elocuente frase: “por todos aquellos a los que la democracia les ha fallado, nuestro principal empeño”.

A la hora de hacer este balance no podemos ignorar que el gobierno que asume genera expectativa en un número importante de compatriotas, y tampoco podemos dejar de decir que tanto sus anuncios como su composición social y política son para nosotros indicios firmes del comienzo de una etapa difícil para la clase trabajadora uruguaya así como para variados colectivos largamente discriminados y postergados en el país.

La coalición de gobierno está integrada por los partidos históricos del Uruguay, corridos desde hace décadas hacia concepciones propias de una derecha neoliberal, aliados en esta oportunidad a varias fuerzas, dentro de las que destaca un nuevo partido político de corte populista, conservador y autoritario, con un fuerte componente militar y con elementos que expresan sin tapujos su nostalgia de las épocas más oscuras del terrorismo de estado.

Desde el punto de vista de la composición social hemos conocido en estas últimas semanas un elenco en el que predominan actores asociados a los círculos más elitistas del Uruguay, con todos sus vicios, privilegios y blindajes. Varios episodios, presentados como asuntos privados o pasados, confirman este extremo, y hasta los parámetros que se eligieron para establecer la negociación con la oposición por los espacios de contralor y aporte en los organismos públicos, dan cuenta del retorno de una lógica de clasificación y reparto propia de la vieja política tradicional.

Por si fuera poco se anuncia el envío al Parlamento de un proyecto de ley de urgente consideración que trafica un programa completo de gobierno con rasgos marcadamente privatizadores y punitivistas. Al decir de Oscar Bottinelli una “ley ferrocarril” que, como bien ha planteado nuestro compañero José Korzeniak y han señalado también otros juristas, abusa de un mecanismo especial y súbito para imponer, casi sin discusión, un camino de retroceso.

No podemos engañarnos: más allá de sus votantes e incluso de algunos de sus componentes, se trata básicamente de una coalición de dueños y gendarmes dispuesta a aplicar un programa de ajuste y represión. Este dispositivo político presenta una peculiaridad: el liderazgo herrerista establece una relación bilateral con cada uno de los socios y a su vez aparecen algunos matices relevantes entre ellos sobre temas importantes para el país, anticipando estrategias futuras divergentes y por consiguiente cierta fragilidad e inestabilidad. Un combo complicado y peligroso.

A esta altura del recorrido, el hito del cambio de gobierno es también un momento oportuno para preguntarnos cómo es que llegamos hasta aquí. La tan mentada reflexión crítica y autocrítica que no puede eludirse ni diluirse nos exige también un cambio profundo de actitud y perspectiva. No es en el ruido de los líos internos ni en la sordidez de un mundo empequeñecido y mediocre que transcurra entre la angustia por la pérdida y la lucha por sobrevivir, donde encontraremos las respuestas. Estamos llamados a transgredir nuestros propios esquemas y comodidades, a romper la autorreferencia, a elegir la intemperie y convertirla en oportunidad, a poner en el centro la riqueza de un proyecto de transformación social que se reconoce en los colectivos, personas y realidades que forman parte de los márgenes de esa democracia que no llega a todas y todos.

Revisitar las causas hondas de nuestro proyecto, movernos hacia las periferias para transformar la impotencia en poder colectivo, ser signos concretos de unidad y alternatividad, son tres componentes esenciales de una política que no puede pensarse como profesión sino como vocación y militancia por una democracia nueva y plena. He aquí lo del título: nos cabe ahora cuidar y construir desde las fronteras, que son a su vez lugares de conflicto y de encuentro donde explorar nuevas formas de hacer con otros, por las conquistas que no debemos perder y por las deudas que nos toca saldar. Se trata de pensar, sentir y actuar desde situaciones fronterizas, donde se nos vuelve a revelar con la fuerza implacable de lo concreto, que una sociedad organizada entorno al capital no puede ser nunca plenamente democrática, y que no hay forma de alumbrar un mundo nuevo, social y ambientalmente sustentable, donde la dignidad de la vida sea el centro, si no es por la fortaleza colectiva de los débiles.

Creo que nuestro querido Partido Socialista, tensionado desde hace mucho por estas discusiones, tiene hoy el enorme desafío de aportar al Frente y al país un movimiento clave en ese cambio de actitud que ayude a iluminar, en un proceso, la relación entre la política crítica y la sociedad. Nunca solos pero siempre con conciencia de nuestra misión. Este año promoveremos un encuentro de militantes sociales y exploraremos otras instancias renovadoras de discusión y acción, dentro de las que también se cuenta la recuperación de este medio histórico para difundir ideas y publicar también ideas de otros: “El Sol”, que hoy – y pese a todo – vuelve a salir.