Hace tiempo que las redes sociales se convirtieron en protagonistas del debate y la opinión pública en nuestra sociedad. Mucho de lo que se dice, y también algo de lo que se hace, en la política pasa por allí. Twitter quizás sea la red que mejor expone el asunto, ya que combina públicos variados, información, humor, fake news, y figuras destacadas pública y digitalmente.
La primera pregunta que usualmente nos hacemos es si estamos ante una herramienta buena o mala; o más específicamente buena o mala para las prácticas democráticas. Y la respuesta, para desilusión de muchos, es que no se trata de un asunto de blancos y negros, sino de posiciones con matices de gris.
No es difícil encariñarse con los usos de Twitter, no solo por su simplicidad, sino porque como todo en Internet, parece acortar las distancias y expandir nuestras voces a públicos que tradicionalmente no llegábamos, incluyendo poder entablar conversaciones con referentes públicos de diversos ámbitos. 280 caracteres bastan para desatar una ola de interacciones que transportan nuestras palabras a los rincones de la red social del pajarito, o incluso más allá. Y en términos futboleros, ahí es donde se complica el partido.
Partiendo de la noción de “democracia” que incluye el debate público como garantía de la misma, el “poder decir” se expande con el uso de esta herramienta, todo parece tornarse más democrático. La discusión no es nueva, y ha estado en boca de pensadores casi desde el surgimiento de Internet; no así deja de ser válida, y para las prácticas de cercanía que caracterizan la izquierda debe encauzar, son muchas las maneras que pueden tenderse puentes y escuchar relatos y críticas a través de la interacción que genera.
La otra cara de la moneda es crítica. Estamos ante un espacio virtual donde no solo reina la impersonalidad, sino también desaparecen los límites entre qué se puede decir y qué no. Se diluye cualquier cuestión ética que en cualquier otro ámbito público reina imperiosamente, y el agravio desde el anonimato vale lo mismo que aquel tweet cuyo fin es informar u opinar al respecto de algo. El poder del argumento se debilita, y las opciones de “bloquear”, “denunciar”, o “silenciar” callan voces con efecto inmediato. ¿Democracia?
En un entorno donde la opinión pública, o mejor dicho, el tema a discutir, es definido por una serie de tendencias a la orden del día, sobran las herramientas para que aquellos que quieran jugar una posición a su favor lo hagan simplemente con el envío masivo de tweets desde cuentas de dudosa procedencia, sentando así el tema que va a dar que hablar.
Uno podría pensar que la discusión se reduce a Twitter o el entorno virtual, pero no son pocos los ejemplos de medios de comunicación levantando lo que allí sucede y replicándolo en televisión o diarios. Entonces, podemos decir que estamos frente a una herramienta que permite establecer un tema a debatir, pero a la vez, priman los intereses a la hora de establecer de qué se va a hablar y qué opiniones los grandes medios van a replicar. Pensar que nuestras voces son amplificadas se vuelve una ilusión por quienes parecen mediar el debate.
Si bien el panorama, como adelantábamos anteriormente, no se trata de una polarización entre dos opiniones, sino más bien el amplio espectro que queda en el medio, es importante tener en cuenta que como ámbito de difusión e intercambio, Twitter (y todas las redes en general) se vuelven exponencialmente más necesarias en los tiempos que corren.
Pero también es necesario recordar, por más inocente y simplista que suene, que el debate y la democracia no se reducen a Twitter. Si así fuera, las alarmas de la democracia deberían estar sonando hace rato, pero por suerte, gozamos de espacios de formación y construcción democrática que exceden al pajarito celeste, que a veces nos nubla pensando que es solo allí donde podemos usar nuestra voz para decir y desdecir.
Andrea Perilli, 19 años, estudiante de la Licenciatura en Comunicación en UdelaR