Escribe: Julio Callorda | Departamental San José
“El bosque seguía muriendo,y los árboles seguían votando por el hacha. Ella era astuta, los había convencido que por tener el mango de madera, era una de ellos…”
Este refrán popular, atribuido a la cultura turca, pinta muy bien el panorama que trataremos de analizar. Según la RAE, la empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, o sea, la mejor manera que tiene una persona para ponerse en el lugar de otra. No es fácil ser una persona empática, nos lleva toda una vida aprender, a los golpes y mirando lo que pasa a nuestro alrededor, tratándolo de entender, analizando, practicando, riendo y llorando con alegrías y tristezas ajenas; conmoviéndonos.
El hacha del refrán, usaba con astucia su mango de madera para tener bajo hechizo a los árboles, quienes no lograban darse cuenta de cómo los estaban destruyendo, habida cuenta de que una parte de ella tenía su origen en el propio bosque. No sé si llegan a ver la analogía. Tenemos un gobierno que no nos cuida, aunque nos hace creer que nos cuida. Nos baja el hacha con la excusa de que menos es más.
Desde todo aspecto -sanitario, económico, social, laboral-, demuestra su total falta de empatía para castigarnos de la forma más sutil posible, como la gota que horada el cerebro. Estos cuatro aspectos son tal vez los más notorios, pero se pueden generar montones de anécdotas con ellos. Alguien que nunca sufrió una privación, alguien que nunca tuvo que salir a trabajar, alguien que sólo vivió rodeado de personas en su propia burbuja, alguien que no conoce las más elementales reglas de juego de la inmensa mayoría de los uruguayos, ¿es posible que dirija sus destinos? No sé por qué me acuerdo del flautista de Hamelin, historia bastante truculenta, por cierto.
Desde el punto de vista sanitario, es complicado que el gobierno se ponga en lugar de las 4700 familias que han perdido a alguien en esta pandemia. Tal vez la mezcla de soberbia y autoestima haya hecho lo suyo en que alguien imaginara que le dijeron “gracias por no matarme de hambre”. Tal vez lo que se quiera expresar, aunque la propia cultura de nuestra gente es un impedimento, es “no admito que nos estén dejando morir”. Porque es eso. Aquello de que “cuadro que gana no se toca”, no aplica para la ocasión. El partido en la altura de La Paz lo estamos perdiendo por goleada, y el técnico no hace un solo cambio. Tal vez no haya entendido que cuando algo anda mal, se requieren soluciones de fondo. Ponerse en el lugar del otro implica tener la certeza que no todos los uruguayos tienen una fé religiosa que nos permita creer que la vacuna es un milagro que nos sanará. A la larga, la vacuna le va a ganar al virus, pero cuando ello llegue, ¿cuántos uruguayos y uruguayas fallecieron inútilmente, mientras creemos en ese milagro? Más milagroso es que un cardenal arregle todo con un “perdón, me equivoqué”.
Económicamente, ahorrar en pandemia es demencial. La realidad es que se debe invertir para poder salir de esta atrocidad que se está cometiendo. Es difícil saber cuántas vidas se hubieran salvado tomando medidas económicas adecuadas y restringiendo la movilidad. Por el contrario, el mensaje oficial es que está todo bien, y que somos unos genios vacunando. Triste y fatídico. Ha llegado el momento de sentarnos a reflexionar sobre las consecuencias que esto va a dejar, no sólo por las casi 5000 muertes, sino por la desconfianza que el gobierno ha sembrado, dividiendo claramente las aguas, e incentivando a una grieta “a lo Argentina”.
Ya son muchos los que se están dando cuenta que ante una nueva negligencia, sale el Antel Arena. Aflojen, no es por ahí. Debemos aceptar que es muy difícil que haya empatía para entender el sufrimiento del pueblo, cuando nunca se formó parte de él. A mi también se me hace difícil, imposible diría, identificarme con gente que no ha salido de su barrio privado, que nunca ha trabajado de algo, que vive entre gente que lo aplaude constantemente, haga lo que haga, y que use palabras y términos que le son ajenos. Igual, seguiré tratando de defender la empatía como única manera de poder superar las dificultades y buscar una salida. Es, como dijo Serrat, “defender la alegría, como una trinchera, defenderla del caos y de las pesadillas de la ajada miseria y de los miserables; de las ausencias breves y las definitivas…”