¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo! Boccaccio, Decameron, 1352.
El coronavirus no constituye únicamente un desafío de salud pública, sino que también, despierta interrogantes más profundos sobre el alcance y límite de nuestro sistema de gobierno, e incluso, sobre los valores de la sociedad en que vivimos. Además, al evidenciar los límites del individualismo, constituye una oportunidad para construir una comunidad más solidaria que nos permita cuidarnos entre todas y todos.
Porque todo ya sucedió alguna vez…
En nuestra historia como especie, la humanidad atravesó distintas pandemias que se propagaron con celeridad, se expandieron tanto exponencial como geométricamente y alcanzaron su pico para, desde ahí, disminuir su nivel de contagio hasta el control del brote por parte de las autoridades de la época. Todas las pandemias tuvieron un fuerte impacto en las mentalidades de su tiempo, generando pánico y angustia en los pueblos que las sufrieron.
El Decameron de Boccaccio transcurre en una Florencia asolada por la peste bubónica del siglo XIV que acabó con la vida de entre 1/3 a 2/3 de la población según la zona de Europa. La obra ilustra la incidencia que la enfermedad y la muerte tuvieron en la vida cotidiana y en la cosmovisión de una época que marcó la transición de la Edad Media al Renacimiento.
¿Estamos asistiendo hoy, nuevamente, a un cambio de época o de mentalidades? Si es así, ¿cuáles son las alternativas que tenemos en el horizonte?
…y el virus nos desafía más de lo que pensamos
En un primer análisis, la pandemia muestra las limitaciones del capitalismo, como sistema económico y social, y del mercado, como asignador de recursos. Veamos por el ejemplo el caso de el aumento de precios de productos de prevención esenciales en un contexto de crisis sanitaria, como el alcohol en gel y los barbijos. Estas subas, que en algún caso llegaron a superar el 500%, fueron calificadas de abusivas y despertaron la indignación de gran parte de la población. Ahora bien, el aumento de precios tiene sentido dentro de la lógica del mercado: si crece la demanda de un producto y su oferta se mantiene constante, el precio tiende a subir. Sencillamente, así funciona la ley de oferta y demanda en una economía de mercado. La llegada del covid-19 evidencia los límites de esta lógica y la necesidad de regulación e intervención del estado para salvaguardar un bien común -la salud pública- que el mercado, por sí solo, no va a proteger.
Además, la pandemia es un desafío al sistema democrático que tiene potestades limitadas para incidir en las conductas privadas de los ciudadanos. Las democracias liberales han mostrado dificultades para tomar medidas excepcionales que afecten, por ejemplo, la libertad de movilización de sus ciudadanos, y mucho más, para asegurar su estricto control. Los estados autoritarios, con una gran tradición de control de su población, han resultado más efectivos a la hora de instaurar medidas sanitarias drásticas para frenar el contagio y la propagación del virus. Al no contar con un aparato burocrático represivo, las democracias liberales apelan al compromiso, la conciencia cívica y la conducta responsable de sus ciudadanos para el cumplimiento de las medidas necesarias ante la crisis. La cuestión no está resuelta: resta ver aún si las democracias liberales logran controlar el brote como ya lo hizo China.
En un nivel más profundo, la pandemia interpela nuestros valores intrínsecos como sociedad. Una sociedad individualista donde impera el “sálvese quien pueda” y la desconfianza hacia los otros es incapaz de poner por encima el interés común por sobre los individuales.
Asistimos entonces a una crisis comunitaria, que se evidencia en la tensión existente entre las nociones de individualismo y comunidad. Las dificultades para priorizar el bien común y ser solidarios constituyen un campo fértil para la propagación del virus.
A modo de ejemplo, recordemos otra noticia de las últimas semanas: decenas de familias que -impulsadas por el miedo- “estoquearon” productos esenciales, en un intento por resguardarse ante un eventual escenario futuro de desabastecimiento. Esta reacción ilustra los riesgos de un individualismo extendido que prevalece sobre el sentido comunitario y, en ocasiones, por sobre el sentido común. En efecto, ante un escenario de pandemia, de nada sirve que una persona o familia acapare todos los productos sanitarios, ya que es necesario que todos se protejan para evitar el contagio del virus.
Cuidarnos entre todos, más allá del coronavirus
La pandemia del coronavirus deja en evidencia los límites de nuestras democracias y los valores sobre los que se sustentan. Los hechos muestran la necesidad de un estado presente para enfrentar una crisis que requiere el esfuerzo conjunto de todos y no únicamente la suma de las acciones individuales. Para ello, es preciso construir y poner en práctica una subjetividad comunitaria más potente. No implica dejar de lado al individuo… somos individuos que formamos parte de un conjunto mayor y ese “nosotros” supera la mera suma de personas.
Necesitamos que la empatía, la esperanza y la solidaridad primen sobre la desconfianza, el individualismo y el miedo. La pandemia nos trajo una crisis a todo nivel, pero también constituye una oportunidad para pensarnos como comunidad ante la necesidad de construir una salida en común y trabajar juntos, codo a codo. Porque como dice George Orwell en 1984, “…lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano…».. Lo más significativo de este momento, es que nos muestra que no somos islas, y que debemos cuidarnos entre todos y todas mucho más allá del coronavirus.
Pablo Oribe
Secretario de Mensaje Político y Comunicación