Como el fuego sagrado

Escribe Andrea Perilli, 19 años, estudiante de la Licenciatura en Comunicación en UdelaR

Las cámaras se encienden y los micrófonos están listos para amplificar las voces. “Hay que recuperar Montevideo”, repiten en las pantallas, y esas palabras se trasladan a las redes sociales y también a los diarios. “Tenemos que cambiar”, “el cambio es urgente”, “la gente lo pide”. Llueven estas afirmaciones por donde quiera que transitemos en el entorno hiperconectado que habitamos: en la tele, en el celular, o en la radio.

Frases así se replican casi a diario, adquiriendo cierta ubicuidad. Se nos presentan llanamente como son emitidas, sin más información que lo que las palabras enunciadas significan, sin una voz que cuestione a quién pertenece Montevideo para tener ser recuperado, o qué hay que cambiar, o quiénes son los que piden un cambio. ¡Y qué necesaria es esa voz cuestionadora!

Hay quienes conciben al periodismo como una suerte de “cuarto poder” frente al Estado y el gobierno de turno. Lo consideran el poder que debe cuestionar y controlar a los otros tres en representación del pueblo, revelando los pasos en falso y aquello que está oculto a los ojos de los ciudadanos. Por otro lado, el periodista y novelista argentino Tomás Eloy Martínez planteaba que “La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante”. El periodista tiene la tarea de informar, pero para informar debe antes cuestionar.

No puede faltar la pregunta procediendo la afirmación, ya sea como intermediaria o como verificación. Decía también Eloy Martínez que “De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas”. Y en una campaña electoral, donde las promesas abundan, pero a veces la fidelidad con la realidad escasea, la voz campante de quien cuestiona e informa no debería faltar.

Pero la realidad parece distanciarse de lo que la teoría enuncia sobre el ejercicio de tan noble profesión. Bajo el rótulo de “cuestionamientos”, se libran ataques, difamaciones, y hasta insultos a quienes están en la carrera por el sillón departamental. Y la balanza se desbalancea, porque la vara del interrogar no es la misma para todos.

“El buen periodismo se distingue por su respeto a las personas, a toda persona”, enunciaba el colombiano Javier Darío Restrepo. Pero parece que el respeto tanto al público, como al entrevistado es algo que se está tendiendo a perder en pos de más rating y mayor notoriedad, porque en la hiperconectividad que vivimos, lo que sale en la televisión al instante está en las redes, y mañana saldrá en el diario, ¿y qué mejor premio que estar en boca de todos?

Decía también Restrepo que “El periodismo comienza a deteriorarse cuando se aparta de las categorías del servicio, de lo público, y de las tareas de información libre”. De cara a las elecciones departamentales, parece que el periodismo se viste de fiscal o de celebrity, un todopoderoso que hace las veces de Justicia y de ciudadanía, una guía que desliza sugerencias, un protector ante lo “malo” o los malos.

Se traiciona la fidelidad con el público, con la ciudadanía que se vale de la información para conocer, evaluar, y decidir, a través de detalles pictóricos o imágenes netamente falsas, datos disociados de la realidad o haciendo eco a controversias mundanas originadas en una red social. No solo da la sensación de que se subestima al público y sus capacidades críticas, sino también el periodista parece engañarse a sí mismo en lo que su rol le compete y en el compromiso que tiene con la ciudadanía.

“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”, sentenciaba Eloy Martínez, pero lejos parece estar esa idea de la realidad en la que estamos insertos.

Escuchamos a diario que, con mejor y mayor periodismo, mejor y mayor democracia. Pero la democracia lejos está de ser un concepto trivial, sino que es algo que constantemente se construye y se sostiene, que nos atraviesa y nos interpela. El periodismo es clave en la construcción democrática, y como tal no puede tratarse simplemente de un espectáculo o una fiscalía.

Se trata, al fin y al cabo, de brindarle a la ciudadanía las herramientas para construir una democracia más sólida y participativa. No es un asunto de vender la idea de que una parte de la ciudad está olvidada como espejitos de colores, omitiendo la pregunta sobre qué lugares o quiénes han sido olvidados.

La democracia es como el fuego sagrado de Vesta en la Antigua Roma: tiene que estar encendido para funcionar, pero debe haber quienes lo aviven y lo mantengan flameante. Y allí es donde el periodismo aparece, con sus herramientas y compromisos de fortalecer a la democracia y a quienes constantemente la construyen.