Chifflet: un Yuyo que aguanta carpidas y cultivamos con cariño

Escribe Garabed Arakelian

Y ese que está ahí, hablando con la gente, ¿No es Chifflet? me preguntó -más para confirmar, que para salir de dudas- un compañero delegado del Interior, parado en la puerta del local donde se desarrollaría el Congreso, y sin esperar respuesta agregó:

‘Tá igualito, no ha cambiado

Es lo que tiene El Flaco: no cambia– le respondí.

Y eso es una garantía– remató sabiamente el veterano, con un tono socarrón.

La anécdota, si es que se le puede llamar así, pequeña e intrascendente quizás, adquiere su valor por ser la comprobación de algo obvio, asumido e integrado tácitamente por todos aquellos que lo conocían. Y aceptado también por quienes solo tenían menciones de él. Es que ofrecer seguridad y confianza, como lo hacen los buenos productos, eran sus atributos: el Yuyo brindaba garantía. Sin dudas.

¿Garantía de qué? se puede preguntar, no por desconfianza, sino para comprender y valorar debidamente, en qué rubro, en qué actividad es posible percibir esa cualidad. Y se puede responder que: en todo.

Así es. En todo lo que hacía y proponía. Porque, no se trata de especialidad o destrezas sino de una integralidad. De algo que se manifestaba en cada uno de sus actos. En términos generales, se puede afirmar que era su comportamiento, su actitud, su respuesta ante la sociedad y la vida. De ahí que enseñaba sin proponérselo. Ejercía el magisterio de modo natural, pero sin desconocer o abandonar responsabilidades en lo que hacía.

Sin embargo no cabe pensar que Chifflet fuese un “diletante”, o un practicante de las abstracciones. Fue un militante hasta el último momento de su vida. Cualidad de aquellos que, cuando las circunstancias le impiden la actividad física, continúan militando con su ejemplo.

Compartí con él distintas etapas políticas, tiempos de fuertes disputas partidarias que sacudían la interna socialista: troskos practicando el “entrismo”; “muspos” obcecados en su dogmatismo; comunistas leninistas con cánticos de sirenas; decepciones de desgaste y de fracaso con la Internacional Socialista y la Unión Popular, frugonismo y tupas, Frente Amplio con ilusiones, rupturas e integraciones, acceso al gobierno y lucha con la tecnoburocracia, y en cada ocasión, Chifflet era el referente con su opinión y su análisis para encontrar la posición correcta. Me daba satisfacción coincidir casi siempre con él, pues me acercaba a la certeza de estar en lo correcto, o lo acertado. 

Fueron muchos años, intensos, variados en el acontecer político. De esos en los que se ponen a prueba el temple y la capacidad de los dirigentes. Guillermo descolló por sus cualidades humanas que  fueron la base de su comportamiento, “nada extraordinario, es lo que debe ser cualquier socialista”, me diría en un ejercicio natural de la docencia. Pero no solo por eso: coherencia, apego a los principios, fundamentación filosófica del quehacer  superando el humanismo instintivo, atributo de la simple bondad,  para ser  militante en toda la cabal expresión del término.

Con él compartí charlas de café, de caminata, de redacción y del quehacer elemental y al mismo tiempo fundamental, de la militancia,  preparando un planograf, o la mezcla de “engrudo” para la pegatina en las que participaba con un entusiasmo sincero y  del que tratábamos de disuadirlo para que dedicara su tiempo y esfuerzo a otros campos del quehacer político. 

Ahora, con la perspectiva del tiempo, compruebo que Guillermo era un político de primera clase. Un gran dirigente político.

Sin embargo, ni en el Frente Amplio que lo contó entre sus fundadores ni en el Partido Socialista, Chifflet tuvo el espacio que corresponde a un dirigente político de primera línea. Por supuesto que era reconocido, pero en la toma de decisiones, en las negociaciones importantes él no solía estar. Cada vez que le preguntaba por ello me decía que estaba bien pues allí estaban los mejores. Quizás en un día no muy lejano habrá que responder a esa pregunta y analizar que esa imagen de bueno que con toda validez se le reconoce no sea la argucia para desconocer esta otra dimensión de su condición de dirigente político.

Ahora bien: ¿Cómo se puede escribir el panegírico de alguien que ponía coto a elogios y ditirambos, que no los ofrecía en vano y no los admitía para sí? Pocas veces su pluma se demoraba en hacer la apología de alguien,  pero cuando lo hacía ella era merecida. Es que era severo con la escritura, la palabra y el pensamiento.

Sé que a Guillermo Chifflet no le gustaban los elogios, pero ya no los puede impedir y fluyen abundantes, entonces advierto cierta coincidencia en ellos en resaltar su condición de “hombre bueno”,  y entiendo que quizás se pueda, sin querer, cometer una injusticia en la valoración de su persona si solo se rescata y subraya, de manera preponderante, ese aspecto. Por eso recordé haberle escuchado criticar, en ocasiones en que se homenajeaba a luchadores fallecidos, que solo se hiciera hincapié en esa característica de la bondad, la solidaridad y otras virtudes.  Supongo que por otro lado habrá quienes entiendan que introducir los aspectos referidos a su condición  y militancia partidaria limitarían  su verdadera dimensión. Pero si existiera  ese concepto no dudo en afirmar que es equivocado, porque el Yuyo se hizo grande navegando en las aguas procelosas de la política y el periodismo comprometido, campos en los que se pierden amigos y se ganan enemigos. No se puede hablar de alguien como él, aún en términos laudatorios, si no se hace mención de su militancia política, sindical y social. 

Es que, precisamente, fue actuando en ese medio tan complejo y lleno de intereses  y elementos contradictorios que Chifflet mostró sus características al proceder de acuerdo a sus principios. Y opacar esas facetas es disminuir su dimensión.

Él mismo, advirtió sobre dicha posibilidad al estampar en el inicio del libro que dedicó a Frugoni con el título “De la discusión nace la luz”, este pensamiento que es a la vez una advertencia: “Con los grandes luchadores populares ocurre que en vida se les combate con furia y con las campañas más desenfrenadas. Pero después de su muerte se intenta convertirlos en íconos inofensivos; se busca algo así como canonizarlos, rodearlos de una cierta aureola de gloria para mellar el filo de sus ideas revolucionarias, envileciéndolas. Con Emilio Frugoni sucedió algo así”. Y tengo el temor de que con Guillermo Chifflet nos puede pasar lo mismo acerca del o cual él advertía.

No me atrevo a descubrir y describir un gesto político que se pueda tomar como el último con el cual cerraría su periplo vital, pues él continúa vivo, enseñando con su ejemplo aún  vigente, pero no puede ignorarse su decisión de renunciar a la banca de diputado para no votar la presencia reiterada de tropas uruguayas en Haití.

Una foto icónica recorre desde entonces el espacio electrónico: Guillermo Chifflet solo, sentado en su banca de legislador, con la presencia de todos los demás  diputados frenteamplistas, cercado por un mar de manos levantadas, no presta su voto para que los cascos azules vayan o sigan en Haití. La fundamentación de su voto sigue teniendo brutal vigencia confirmada por la realidad. Sin que nadie se atreviera a reclamarle, a sabiendas de que forzaba la disciplina, o la autodisciplina, renunció a su banca. Y se quedó solo como un símbolo de dignidad principista. Se hizo inmenso en la grandeza de la soledad  que eligió. Decisión y destino de los grandes. 

Después de eso optó por ahondar más aún su parquedad. Hablaba muy poco de política.  Le dolían el Frente Amplio y el Partido Socialista. No se le debilitaron los huesos era el alma que comenzó a sufrir. 

Pero se fue con la dignidad y la grandeza de aquellos que afrontan el destino sin entregar principios. Fue de los que dan la pelea defendiendo  convicciones. Era de aquellos que no se entrampan confundiendo política  con gestión y se conforman con ello.

Las posiciones que adoptó y los argumentos que empleó justifican que en estos tiempos gelatinosos, el ejemplo de los buenos y duros, como el Yuyo, se conviertan en guía. Por lo que hizo y explicó y por la forma en que procedió, es que se puede afirmar que Chifflet fue un socialista de línea “dura”. Albricias porque eso es lo que dura y perdura sobreponiéndose a los embates. En fin, una garantía de calidad.