Escribe: Estefanía Yacosa – Brigada Marx Attack
Hace poco más de un año, incluso antes de conocer el resultado de las elecciones nacionales, se empezó a poner sobre la mesa de discusión del Frente Amplio, la necesidad de abordar un proceso para cuestionar los procedimientos de nuestra fuerza política, desde el accionar de los líderes políticos en el Gobierno, hasta el de los lideres partidarios, cuyos resultados afectaron las vidas de todos los uruguayos. Sin dudas, nuestra estructura mandata cierto orden para llevar a cabo las discusiones, más cuando son tan importantes y definitorias, pero ¿Se trata de una mera revisión de equivocaciones, en estos 15 años de Gobierno y de campaña, o estamos planteándonos el compromiso de revisar nuestra coherencia entre lo ideológico y lo político?
Antes de abordar esta pregunta es necesario hacer algunas aclaraciones. No existen dudas de que el FA cometió importantes errores. Es innegable que existió más acuerdo del necesario para gobernar o poca confrontación con el neoliberalismo y el conservadurismo. Muchas veces incluso se alzaron voces frenteamplistas que contradecían reivindicaciones de equidad social, -en lo que respecta a la política fiscal y el gasto público-, negaban los impactos negativos del libre comercio y la agenda de derechos feministas, por solo nombrar algunos de los ejemplos más conocidos. Asimismo, tampoco hubo una postura unitaria como partido en las declaraciones de algunos dirigentes acerca de la crisis institucional que se encuentra atravesando más de un país caribeño. Sin dudas hubo demasiada amplitud con poca unidad partidaria.
Cabe también recordar que hubo funcionarios anquilosados en cargos de confianza, y con un accionar dudoso. En tal sentido también debe recordarse que, como fuerza político-partidaria, el FA necesariamente está compuesto por seres humanos, que tienen deseos de poder y motivaciones individualistas. Asumir esta verdad, no implica renunciar a la idea de solidaridad ni a la de empatía. Esta obviedad es muchas veces olvidada a la hora de observar que, lo corrupto, es inherente a la condición humana. Ante esto, solo el fortalecimiento de la unidad y de la institucionalidad del FA puede generar reglas de juego que nos lleven a resultados diferentes. Debe ser un mandato en nuestras vidas militantes el construir bases para edificar una democracia real.
Dicho esto, resulta particularmente interesante cómo la discusión es agendada. Mas no se plantea la importancia de sostenerla como principio pétreo -permanente, como las normas pétreas de la Constitución nacional- para la construcción de una política democrática moderna. Es decir, mantener un espíritu crítico que fortalezca la reflexión ideológica en momentos donde se afirma que el socialismo “ha sido refutado por ineficiente y autoritario y es cosa del pasado”; que luchar contra la profundización del capitalismo es un “sinsentido que hackea la posibilidad de generar riqueza”. Es sabido que hay fuertes intentos por desacreditar a la política como forma de relacionarnos y de resolver nuestros conflictos a través del diálogo y la confrontación de argumentos. Si este relato triunfa, solo nos queda dirimir nuestros conflictos con puñetazos.
Si la autocritica queda simplemente agendada como tema a tratar en los órdenes del día, desde octubre a diciembre de este año y durante algunas horas, en el incierto Congreso Nacional, nos condenamos a abandonar para siempre la posibilidad de cambiar nuestro país con valores de izquierda. Nos terminamos de constituir como una maquinaria partidaria pesada igual a la de aquel partido que ha fracasado, en el pasado reciente de nuestro país, y del que muchos queremos desmarcarnos ideológicamente.
Es sabido que algunos compañeros -quizás muchos de ellos dirigentes- se plantean la discusión de una autocrítica partidaria como una mera revisión de lo que se hizo puntualmente mal. Sea esto dejar sin apoyo a los compañeros del interior del país, tener acciones dudosas en cargos de gobierno, no meterse a emitir declaraciones sobre los procesos democráticos de aquellos países sudamericanos que son furor en la prensa internacional, u “olvidarse de la base social del FA” (sin entrar en detalles sobre lo que implica que un partido de izquierda se olvide del pueblo). Pero también muchísimos otros compañeros, sobre todo los compañeros de los comités de base, se muestran muy preocupados por cómo la pésima comunicación de nuestro partido afecta a la unidad, tanto desde su anterior lugar como gobierno como también en la interna partidaria de hoy en día. Asimismo, entienden que la existencia de tantas divisiones internas responde a la proliferación de personalismos, no a cuestiones de amplitud ideológica.
Es innegable que estos temas constituyen el centro de la discusión y que un armisticio en un Congreso no es suficiente. La autocrítica no puede seguirse planteando como una revisión de errores estratégicos. Debe plantearse como una filosofía de la praxis, del cotidiano. No como una especie de rendición de cuentas o de asignación de culpas en determinados compañeros.
Es momento de dejar el pragmatismo estratégico de lado y comprometerse humanamente con el otro, con el compañero. Para discutir con respeto las diferencias, aunque esto implique escisiones y poder luego construir espacios comunes y coherentes. No solo para defender a estos espacios como trincheras, sino para constituir una verdadera unidad partidaria.