Apuntes para volver a enamorar

Escribe Andrea Perilli

Para los que amamos, vivimos, y hasta respiramos la política, sabemos que esta está en todo y en todos lados. Políticas son las decisiones que uno toma, político es el accionar de nosotros y de quienes están a nuestro alrededor, y políticos somos nosotros como sujetos inmersos en una sociedad. Pero hay un sector de la sociedad, no menor y no lejano, que no se siente atraído por la política o que cree que “política” es lo que sucede cada 5 años en las urnas o delante de las cámaras entre un puñado de legisladores y gobernantes. 

Y, aunque esta indiferencia nos irrite a quienes estamos involucrados y gustamos de la política, es necesario entender que es natural que haya personas que sientan indiferencia hacia ella. No son estos hombres y mujeres a quienes deberíamos culpar, desde un pseudo pedestal moral, de no entender la tan cierta pero trillada frase de “todo es político”, sino que seguramente debamos ser nosotros quienes tendríamos que cuestionarnos porqué esa indiferencia y ese alejamiento de algo tan presente entre nosotros como la política. 

Podríamos plantear que “todo es político” tiene como antagonista a la temible frase de “son todos lo mismo”. Es decir, la idea de que todos en la política son lo mismo siempre está a la vuelta de la esquina, frente a la idea de que la política y lo político nos rodea, nos mueve, y nos transforma. Ahora bien, ¿de qué se alimenta ese sentir de indiferencia y rechazo? 

Son muchas las posibles respuestas que podemos esbozar, ninguna confirmada pero tampoco ninguna descartada. Quizás, entre varias razones, está el hecho de que la política, entendida como la profesión de los políticos, cada vez más se transforma en una serie de acuerdos entre cuatro paredes. Acuerdos entre las famosas “cúpulas”, quienes ejercen eso que los argentinos llaman “la rosca”; o, en otras palabras, quienes salen risueños o sin querer hacer declaraciones de las reuniones en tal o cual sede, las caras que las cámaras tanto nos muestran, las voces que los medios tanto levantan. ¿Cómo romper con esa idea de que son todos lo mismo, cuando hay comportamientos que de un lado u otro terminan siendo iguales? 

La política siempre debe estar en movimiento (al menos eso es lo ideal). Una política que trabaje para perpetuar un cierto status quo, generación tras generación, termina volviéndose una propuesta monótona y conformista. Parece que esa fórmula futbolera de “cuadro que gana no se toca” terminara aplicándose a un campo tan distinto como es el de la política. Como si cuestionarnos nuestras acciones y nuestros contextos fuera una actividad que cada vez cae más en desuso, cuando debería ser el verdadero motor de la política en movimiento. 

Cuando terminamos volcándonos por el “cuanto menos movamos o toquemos, mejor”, se apaga la chispa que enciende no los grandes cambios, sino esos pequeños que nos ponen en movimiento, entiéndase “movimiento” por mirar nuestra realidad con otros ojos o simplemente hacer una acción que repercuta en cambiar algo de nuestra realidad. Entonces, si quienes popularmente entendemos que son los políticos que ejercen la política, se nos transmite constantemente esa idea de que el status quo, el estado actual de las cosas, el dejar contento a todos es la única vía posible, ¿cómo no van a ser varios los que se sientan ajenos a la política? ¿Cómo no van a pensar que en el fondo son todos lo mismo

La política tiene que enamorar. O, al menos, ponerse cara a cara con las personas, dejar ese status de “cosa inalcanzable”. Las preocupaciones de la gente, sobre todo en el contexto que atravesamos actualmente, parecen distar de aquellas que las campañas producidísimas muestran. Un ejemplo que a título personal me parece pertinente es el de las juventudes: muchos toman la bandera de los jóvenes, pero ¿cuántas veces realmente pensaron en las necesidades y anhelos de los jóvenes o en cómo estos verdaderamente quisieran verse representados?

Claro que las herramientas comunicacionales son imprescindibles, pero no hay mejor comunicación que aquella que se forja al andar y al hacer. Frente a la abundancia de “políticos ideales” o “propuestas ideales”, engranadas desde las cúpulas, y a veces presentados como el producto que tiene la solución perfecta a destrabar tal o cual problema, no hay mejor respuesta que aquella que se construye con el aporte de todos y todas los que día a día atraviesan el problema e intentan remediarlo. La realidad dista de ser una fórmula matemática precisa e infalible. 

Si queremos luchar contra el todos son lo mismo, si queremos enamorar, o si simplemente queremos entender porqué para muchos la política es algo ajeno y que solo sucede cada 5 años, tal vez hay que salir de la llamada “zona de confort”. Mateucci plantea, cuando habla de la “crisis de la opinión pública”, que la gente hoy en día tiene que elegir entre el conformismo o la marginalización. ¿No es acaso pensar en una suerte de círculo vicioso del que es imposible salir, si las opciones son conformarnos con “lo que hay” o quedar por fuera? 

Es necesario recuperar la chispa, la rebeldía. El animarnos a “saltar al agua”. El escuchar, poner la oreja, aunque no nos guste lo que tengan para decirnos, y nosotros no tengamos ninguna fórmula perfecta para prometerles. Solo así podríamos volver a enamorar, podríamos proponer una alternativa a una elección que parece dirimirse en elegir a costo de la renegación. Es una tarea difícil, por supuesto, y un camino lleno de obstáculos, pero el que no arriesga no gana.