Escribe Antonella Torelli
En un contexto de negación de desafueros, de censura de intervenciones urbanas como sucede el pasado 6 de mayo en Soriano y a los pocos días en el Liceo Francés, y de un gobierno de turno compuesto por silenciadores de genocidas y torturadores; es urgente apelar a la memoria colectiva como construcción emancipadora y capaz de actualizar el sentido de estos años oscuros.
Yéndome hacia una mirada aristotélica, al pensar en el miedo y en el terror; la tortura y la cárcel; el exilio; los niños secuestrados; la clandestinidad; los desaparecidos; se producen imágenes que pueden tomarse como un débil simulacro o generar potencia transformadora, constructora de memoria colectiva, capturando eso real que quisieron desaparecer.
La memoria constituida por lo afectivo y por lo político, producen expresiones constructoras de memoria como prácticas de resistencia ante las políticas de silencio y olvido. Pero, sobre todo, se trata de una construcción de memoria como construcción de realidad; el pasado reeditándose, creándose nuevamente. Los movimientos, los trazos y las líneas, generan un campo que no revive el pasado, pero sí produce nuevas efectuaciones que siguen aconteciendo.
El presente y el futuro se pliegan, configurando diversas condensaciones que dialogan y danzan siempre con otros y otras. En definitiva, son estas implacables muestras de que no se puede congelar la memoria, porque esta se fuga por todos lados, maniatando al olvido.
Podemos decir que el control social y la represión pasan a expresarse comunitariamente. En la dictadura uruguaya la represión social era uno de los principios.
El aniquilamiento de cualquier organización “enemiga” u opositora era un claro objetivo, así como también las bases identitarias de estas y cualquier pseudo representación de las lógicas de izquierda debían ser exterminadas para imponer el nuevo sistema.
Para este régimen la tortura era un acto cotidiano en los centros de reclusión, “casi un acto
administrativo” (Giorgi, 1995, p. 3) , pero no solamente la tortura generaba este efecto adoctrinante e instaurador del nuevo orden. Este sistema será dirigido a toda la trama social, globalizando la represión y el control para así, poder producir un nuevo sistema.
La represión y la vigilancia serán organizadas para asegurar la idea del mantenimiento del
orden social.
La denominada Doctrina de la Seguridad Nacional, en la cual se ampara y fundamenta el
accionar militar, bipolariza a la sociedad: por un lado, comunistas, rojos o sediciosos y por la otra parte, el poder cívico-militar. La sociedad parece segmentarizarse. Es aquí inexorable conectar con la Teoría de los dos Demonios; con la cual se explica, despolitizando el conflicto, la existencia de grupos desestabilizadores del orden social. Este argumento servía para argumentar la presencia militar en la vida cotidiana del Uruguay, ya que, trascendiendo el conflicto armado, había que acabar con la sedición y la subversión.
Específicamente en Uruguay, durante la última dictadura cívico-militar, se establecen las
categorías A, B y C para los ciudadanos según su grado de “peligrosidad”, en el año 1976 se realiza la prohibición de derechos políticos autorizados por la Constitución de la República por quince años a casi quince mil personas, se detienen personas por sacar fotos, se realizan controles ideológicos de funcionarios públicos, vigilancia y persecución.
Las escuchas telefónicas y la coordinación entre la OCOA y la DNII con el objetivo de realizar servicios de espionaje y persecución a posibles reuniones sociales y/o gremiales, así como la vigilancia de personas y la revisión de antecedes con la sola sospecha de que se trataba de alguien comprometido en algún movimiento social, la vigilancia de eventos sociales y el control de cualquier tipo de reunión fuera social, deportiva (clubes de football), bailable, etc., eran el vertebrado del régimen. Se comienza a visualizar la categorización de la población, lo abarcativo de la dictadura, parte de una axiomatización y desterritorialización.
Es de este modo que se encargan de devastar las fuerzas materiales y de expropiar las fuerzas inconscientes. Los movimientos sociales, de izquierda y cualquier otro que se proponga una transformación social y económica a gran escala, conquistando libertades, tendrá que implementar la lucha macropolítica.
La verdad sigue secuestrada. La tienen secuestrada.
Pero aún podemos producir las formas de cómo nos afecta social e históricamente esto. Apelemos a la memoria como proceso identificatorio.