Dra. Mónica Xavier
Senadora
Secretaria General del Partido Socialista
Cuando una y otra vez vemos, por todos los medios, a políticos que no encuentran nada que les venga bien y que se dedican, como actividad principal, a intentar patear el tablero, queda claro que no buscan sumar a una nación pujante ni igualitaria. Por ejemplo, son quienes martillean sobre la seguridad de forma incesante. Ante esa conducta repetida y tediosa hay que preguntarse qué es lo que verdaderamente persiguen. ¿Quieren sinceramente contribuir a terminar con la inseguridad? ¿O en realidad la usan como caballito de esa batalla electoral a la que no le aflojan ni un instante?
Lo político y lo mediático se funden en su nota más roja para incitar la irritabilidad social: se opaca la complejidad inherente a la seguridad. Utilizar hechos delictivos – algunos dramáticos – como relato político es un atajo irresponsable que implica la manipulación de la percepción ciudadana. Así como hacer primar el rating a base de medrar con esa misma crónica roja es otro peligroso atajo.
Una cosa es informar y otra muy distinta imponer en el tope de la agenda asuntos según crónicas desbordadas de truculencia y poniendo la centralidad en las víctimas: carga de emocionalidad al tema y posterga su dimensión objetiva. Así lograron transformar las noticias policiales en “noticias de inseguridad”. Así lograron que nuestra sociedad esté al tope de las que tienen mayor percepción de inseguridad en el continente cuando los datos indican que somos de los países con menor proporción de hechos delictivos de la región.
La ciudadanía merece que ni los políticos banalicen a la seguridad como botín de guerra electoral, ni que tampoco los empresarios permisarios de los canales privados de televisión se apropien de forma irresponsable de esa herramienta tan poderosa.
Justamente, está planteado interpelar – nuevamente – al ministro del Interior. ¿Qué va a surgir de esa instancia de tanta trascendencia? Potencialmente, existen varias posibilidades. Dos de ellas pueden ser las siguientes: una es que el ministerio informe de los planes en marcha y la oposición escuche, opine, acuerde, discrepe y, también, sugiera; otra posibilidad: que la oposición no esté dispuesta a otra cosa que no sea a obtener el trofeo de guerra que para ella significa la dimisión del ministro (ad hominem en estado puro).
Algo así como lo que confiesa un asesor de esa misma oposición: “en lugar de desgastarse intentando atacar la argumentación, lo que propone esta falacia es impugnar a la persona que la formula (ad hominem literalmente significa argumento contra el hombre). Este ataque no tiene ningún valor desde el punto de vista lógico, pero tiene muy buenos resultados desde el punto de vista psicológico”[1]. Esta es la forma que desacredita la actividad parlamentaria y lleva a la ciudadanía a evaluar a la institución Poder Legislativo en niveles decrecientes de confianza[2].
No podemos permitirnos transformar una interpelación en un show mediático. No podemos permitirnos transformar al Parlamento en circo de agravios – como lo ya acontecido en la reciente interpelación a la ministra de Educación-. Así perdemos todos, porque a la vez de bastardear el debate político se aleja la posibilidad de contribuir tanto al bienestar de la gente como a la calidad de la propia democracia.
[1] Pablo da Silveira, 2004: 151
[2] http://www.factum.uy/encuestas/2016/enc160923.php
25 de octubre 2016