Gobernar es decidir. La inversión en políticas sociales, las transferencias para pasividades y los salarios, no paran de crecer en nuestro país desde que el Frente Amplio es gobierno. Esos avances no surgen por combustión natural. Los esfuerzos de la izquierda están lejos de recetas neoliberales basadas en el achique, la historia es fiel testigo de ello a través de múltiples ejemplos.
Antes que ganara la izquierda, la economía reptaba en el estancamiento – desde hacía por lo menos medio siglo no daba dos pasos seguidos en un sentido expansivo –. Las crisis eran definidas como parte de un destino inevitable y la inversión en políticas sociales era miserable. Y sí, los efectos combinados del colapso bancario con las crecientes tasas de desempleo fueron devastadores a principios de este siglo: además de dejar quebrados a los sistemas productivo y financiero, la estructura social también fue dejada en bancarrota.
Así se configuraba una realidad de cercenamiento de derechos, privaciones y ajustes de cinturón que obligaba a la mayoría de uruguayos a decidir entre la precariedad o emigrar. Otra vez. Primero, los dictadores forzaron al exilio, después las políticas neoliberales auspiciaban un mejor proyecto de vida en cualquier lugar antes que aquí.
Entre la enorme cantidad de derechos recuperados y generados en esta década, derechos de primera, segunda y tercera generación, ahora las nuevas generaciones de estudiantes disponen de escuelas, liceos, universidades que distan enormemente de las ruinas educativas que dejaron los anteriores gobiernos. Veamos algunos ejemplos. Las fabulosas instalaciones de la recientemente inaugurada Facultad de Información y Comunicación. O quienes viven en el interior, pueden dar fe de lo que significan las UTEC, ni siquiera imaginables hasta hace muy poco tiempo. Esas obras no son fruto de la casualidad, tienen su origen en decisiones políticas, definiciones presupuestales con base ideológica. El debate presupuestal y su impacto en las condiciones de vida es un asunto central para la gente y para el desarrollo.
Estas realidades demuestran que nuestra estructura social está curando profundas heridas. Todo lo avanzado en esta década obedeció a un cambio de visión de gobierno, que está cambiando la forma de organizar nuestra sociedad. Estamos viviendo una verdadera revolución, cimentada en centenares de acciones tan disruptivas como democráticas. Pero a las conquistas hay que defenderlas todos los días, basta con ver lo que pasa ahora mismo en el Brasil de Temer y advertir cómo borró de un plumazo años de lucha y conquistas sociales, para entender que hay que fortalecer al máximo posible el entramado social como antídoto ante ideologías con nivel cero de sensibilidad social. La Argentina de Macri también anuncia una reforma laboral que de escudo de los débiles tampoco tendrá mucho.
La sociedad de iguales, antes que la reducción de cualquier otro déficit, nos reclama priorizar las medidas y los recursos que permitan seguir abatiendo el déficit social, que, a pesar de todo lo avanzado, nuestro país aún mantiene con vastos sectores de la sociedad.