Escribe Estefanía Yacosa
En la República Popular China gobierna el Partido Comunista Chino (PCCH), pero no por ello la China que conocemos hoy es comunista. De hecho, los modos de producción y de decisión han cambiado profundamente desde la apertura impulsada por Deng Xiaoping en 1978. Desde ese entonces, las relaciones capitalistas se han instaurado con la fuerza propia de las restauraciones conservadoras. Se trate de “socialismo con características chinas” o de capitalismo nacionalista con fuerte presencia estatal, lo cierto es que efectivamente las condiciones materiales de existencia de la población china han mejorado desde la Revolución y han aumentado luego de las reformas de Xiaoping. Esto no quiere decir que existan niveles de bienestar desde los estándares de las socialdemocracias europeas, pero no sería justo desconocer las mejoras. Sin dudas, en el crecimiento económico que posibilitó este avance, mucho tiene que ver el enorme sacrificio de los trabajadores chinos, que por voluntad o sometimiento cumplen extensas jornadas de trabajo, con escasos momentos de ocio y descanso.
Estos regímenes laborales son, en parte, consecuencia de la instauración de instituciones y relaciones sociales de producción propias de los países capitalistas, y en el caso chino tienen que ver con las reformas de Xiaoping que mencionábamos en párrafos anteriores, ya que fueron estas las que permitieron la entrada de enormes capitales extranjeros al territorio chino -especialmente en las zonas costeras, lo cual generó considerables diferencias de desarrollo económico entre estas regiones y las provincias interiores del país-. Con la entrada del capital extranjero, China siguió adelante con un nuevo modelo de desarrollo, entrando en una etapa de apertura económica, lo que también se vio reflejado con su entrada a la Organización Internacional de Comercio (OMC) y la fuerte ofensiva apuntada a lograr la firma de acuerdos de comercio, que le garanticen no sólo un destino a sus exportaciones, sino fuentes seguras de materias primas sobre las cuales asentar la veloz evolución de su matriz productiva. Para que el modelo económico chino siga en crecimiento, requiere de un entorno pacífico y cooperativo en el resto del mundo. Esta es una característica particular del ascenso de China como potencia mundial, a diferencia de otras potencias en otros momentos históricos, donde los enfrentamientos militares eran muchas veces la vía de imposición del poder de un país sobre otro. En este marco, algunos autores hablan del ejercicio de una política de poder blando por parte del país asiático, como distintivo del poder duro, vinculado a lo militar. Nosotros preferiremos categorizarlo como poder agudo, entendiendo que ni blando ni duro son categorías que ilustren adecuadamente al ejercicio del poder chino en nuestro continente.
Para algunos analistas chinos, China no tiene motivaciones geopolíticas en sus vínculos de cooperación con Latinoamérica, ni ha realizado ningún intento de controlar a los socios de su cooperación. En este sentido, Wang Zhen plantea que China no define su relacionamiento a partir de la ideología, y que actúa conforme a derecho, aplicando un trato igualitario, respeto recíproco y beneficio mutuo, a partir de un criterio pragmático, el ganar-ganar como meta, y las aspiraciones de las personas como base (Zhen 2020). Por otro lado, Zhen entiende que los países latinoamericanos explorarán el camino de desarrollo que se adapte a las condiciones nacionales y tratarán de resolver las contradicciones básicas de la sociedad mediante medidas políticas. En este sentido, la estabilización del orden social y la búsqueda del desarrollo económico serán los temas principales de la gobernanza nacional y los objetivos centrales de las fuerzas políticas (2020). Si bien son interesantes los planteos de Zhen, resultan algo ilusos, por no decir falaces. Difícilmente en un capitalismo global de las características actuales, un vínculo bilateral con China pueda considerar realmente las “aspiraciones de las personas” latinoamericanas como base. Además, Zhen comenta, muy liviano, la estabilización del orden social como base para el desarrollo económico regional. Es especialmente llamativo el hecho de que se refiera al orden social estabilizado, si recordamos que en los últimos años se han dado lugar en Latinoamérica ciertos procesos de estabilización de corte autoritario para reestablecer un cierto orden político, social y económico, para saldar conflictos de tipo distributivo entre clases sociales, que mucho tienen que ver con los ciclos de los precios de las materias primas que importa China. Cabría preguntarse a las aspiraciones de qué personas se refiere Zhen.
¿Qué pasa en Latinoamérica y el Caribe?
Si bien, como mencionamos anteriormente, las dirigencias políticas locales de los países involucrados plantean discursivamente a los acuerdos con China como ejemplos de complementariedad económica y beneficio mutuo, -el ganar-ganar de Wang Zhen- aunque lo cierto es que se enmarcan en el tradicional marco de intercambio de bienes primarios y extractivos (materias primas y alimentos) por bienes industriales y de capital y, crecientemente, de programas de financiamiento para construcción de infraestructuras, en su mayoría acompañados de la contratación de empresas chinas y de préstamos cuyo reembolso suele garantizarse con futuras exportaciones de materias primas como petróleo, cobre, cacao, café o caucho (Vásquez, 2019, en Laufer 2020).
Esto resulta en el reforzamiento de las perennes estructuras latinoamericanas primario-exportadoras y dependientes. En caso de darse el desarrollo industrial latinoamericano de ciertas ramas muy probablemente se deba a que son complementarias a estas estructuras primarias, y funcionales a los intereses chinos de importación e industrialización nacional.
Debemos observar que la gran burguesía china, por un lado, sostiene el principio de no injerencia en las situaciones políticas internas de otros países, -uno de los cinco principios históricos de la coexistencia pacífica-pero que por otro lado, esta burguesía se dirige a promover y desarrollar, en países del ex Tercer Mundo, fuertes alianzas con sectores terratenientes e industriales proclives a asociarse a los mercados exteriores y al capital extranjero (2020). Esto nos lleva a la necesidad de abordar cómo se entablan los vínculos comerciales entre China y los países latinoamericanos: quiénes le exportan a China, qué sectores de interés económico se encuentran representados en los gobiernos nacionales de la región, y cuál ha sido su estrategia de política exterior en función de su modelo de desarrollo. No parece ser accidental el hecho de que China establezca vínculos comerciales con sectores económicos dedicados a la explotación de bienes primarios, sectores que tienen un enorme peso en las dirigencias políticas nacionales latinoamericanas.
He aquí el ejercicio de una política de poder agudo por parte de China: el hecho de que la continuidad en la redistribución del ingreso y de la riqueza dependa de los efectos de las relaciones con China -de los precios de los bienes que le son, en gran parte, vendidos -, sugiere que cualquier política que apunte significativamente a lograr mayores niveles de justicia social en materia distributiva, es pautada por lógicas que son totalmente ajenas a la acción que puedan llevar adelante los Estados nacionales latinoamericanos. Por otro lado, los gobiernos progresistas, si bien llevaron a cabo estos cambios distributivos, no afectaron la estructura social de clases: esto implicó la permanencia de las burguesías locales, que parecería ser que comienzan a tornarse en burguesías intermediarias de los intereses chinos.
Efectivamente, la dirigencia política china conoce las características de la gestión del excedente económico en Latinoamérica, y las bases de su producción, es decir, la estructura económica y social que hay por detrás. En tal sentido, si recordamos que a China le interesa que nuestra región continúe produciendo los bienes que le son funcionales a su propio crecimiento, entenderemos que no le interesa que se generen desequilibrios políticos que pongan en peligro este abastecimiento de bienes primarios. Para ello, aquí también vemos el despliegue de su poder agudo: China buscará incidir en las condiciones domésticas de sus países asociados, ya sea pactando con los gobiernos nacionales (con los intereses económicos de clase allí representados) distorsionando el entorno político, como dijéramos, a través del uso de recursos estatales de manera intencional y proactiva para manipular el comportamiento y las acciones en Estados extranjeros (llámese inversión privada o pública, cooperación o comercio).
Asimismo, es claro que en tanto crezca la oferta exportable -en el caso rioplatense, agropecuaria-, los sectores que se verán beneficiados serán aquellos donde no sólo no se dan dinámicas que generen empleo de calidad -y cantidad- sino que también se incrementa el poder relativo doméstico de estos sectores, en relación con otros sectores y actores económicos locales. De este modo se nutre no sólo una clase en detrimento de otra, sino también una fracción de clase respecto de la restante -pensando en el caso de la incipiente burguesía industrial de la región-.
Es cada vez más necesario notar estos constantes ejercicios de poder agudo por parte de China. Quizás no resulte igual de alarmante que la injerencia de anteriores potencias en la región, como Estados Unidos, que trajeron “distorsiones” políticas domésticas sumamente violentas (por ponerlo en los términos del concepto de poder agudo). Pero sería más que inocente no notar las repercusiones del vínculo entre China y los sectores exportadores locales: sería ignorar cómo un relacionamiento tiene una dinámica que incide en la correlación de fuerzas económicas, políticas y sociales a la interna de los países, y con ello, olvidar cualquier proyecto productivo que posibilite mayores niveles de democracia en lo cotidiano, un proyecto que se proponga realizar las “aspiraciones de [todas] las personas”.
[1] Extracto de artículo pendiente de publicación en la Revista del Instituto de Relaciones Internacionales, UNLP.