¿A dónde vamos? La política y las redes en la era pos Trump

Escribe Andrea Perilli

En el año 1897, el artista francés Paul Gauguin culminó una de sus pinturas más famosas, titulada “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?”. No nos detendremos en la obra en sí, en sus rasgos y simbolismos, sino que haremos énfasis en las tres preguntas que Gauguin dejó sentadas, las cuales nos hacemos hasta el día de hoy, en especial la tercera de ellas: ¿a dónde vamos, como individuos y como sociedad? 

Ciento diecinueve años más tarde, esa pregunta volvía a repetirse. No es que en el largo tiempo entre medio no se hubiera repetido, vaya si habrá sido enunciada, pero algo estaba cambiando en el mundo que nos hacía preguntarnos una vez más hacia donde íbamos. En 2016, Donald Trump fue electo presidente de Estados Unidos, y con él, se legitimaron en la arena política los discursos polarizantes y violentos de las redes sociales que tan lejanos parecían. ¿A dónde se dirigía el mundo con Trump? 

Pasaron cuatro años y un sinfín de acontecimientos comunicacionales y políticos en el medio, y un día Trump dejó la Casa Blanca y otra vez nos planteamos la pregunta ¿a dónde vamos, como mundo, sin Trump pero con su huella fuertemente marcada en el campo del discurso político? En este artículo, intentaremos trazar algunas aproximaciones a no tanto a los cambios en la comunicación digital y política que la era Trump sentó, sino a cómo lidiaremos con ellos en una era post-Trump. 

Fake News.

El término más escuchado en tiempos de campañas electorales. Las fakenews o noticias falsas no surgieron de la mano de Trump, pero si fue a partir de su campaña y posterior elección que empezamos a hablar cotidianamente de ellas. Desde un principio presentaron cierta ambigüedad al ser tratadas y definidas, pero también fue a partir de un primer momento que se recalcó su peligrosidad a la hora de influir en el debate democrático. 

Se atisbaba una pregunta: ¿cómo podemos combatir las fakenews para no poner en peligro la democracia? Muchos han sido los intentos, sobre todo en períodos electorales, de dar la pelea sobre las noticias falsas que afloran, ya sea a través de coaliciones entre los medios y la academia o sitios de verificación de los contenidos de estas noticias. Pero los caudales de información falsa han desbordado estas iniciativas, como la corriente de un río que arrastra todo a su paso. 

La académica uruguaya Ana Luz Protesoni (1) planteó la idea de que habitamos en una “modernidad líquida”, donde las fronteras se diluyen y los ritmos de vida se atrofian. Con las fakenews sucede algo similar: por cada noticia falsa que se verifica, proliferan diez más, y los esfuerzos se tornan cada vez más difíciles por contener una correntada que amenaza con arrastrarlo todo, entre ellos (o sobre todas las cosas) las delimitaciones entre lo verdadero y lo falso que una vez sentaron las bases primeras del debate democrático.

Con las discusiones sobre política volcadas cada vez más en el campo de las redes sociales y la potencialidad de difusión que estas tienen, las fakenews, estrellas del Trumpismo, se han vuelto moneda corriente a la hora de pensar el acontecer de las campañas políticas. ¿Esto quiere decir que tendremos que aprender a vivir con ellas? Probablemente. La estrategia comunicacional no puede dejarlas fuera de la ecuación, teniendo en cuenta que las redes sociales son hoy en día un elemento más de la vidacotidiana de los individuos.

La relación redes sociales-política de la era post-Trump tiene un gran desafío por delante en cómo sortear tanto la proliferación de fakenews, como el impacto que estas tienen en el electorado y su accionar. Si ya pasó el tiempo del horror, ahora quizás sea momento de convertir el horror en un agente movilizador para apuntar hacia el futuro. 

¿Quién es el que manda?

El pasado 8 de enero, el mundo amaneció con una noticia que despertó festejos y cuestionamientos: Twitter suspendió la cuenta de Trump. El entonces presidente estadounidense fue asiduo, durante todo su mandato, de comunicar (y hasta podría decirse gobernar) a través de esta red social. Quienes vieron esta medida con buenos ojos sostenían que tras miles tweets llenos de violencia y sus implicancias, Twitter decidía poner un freno a este “odiador serial”. Pero detengámonos en los cuestionamientos que se hicieron, sobre todo con respecto a la libertad de expresión y quién o quiénes la regulan. 

La propia empresa Twitter fue quien tomó la decisión de suspender la cuenta de Trump, y ponerle así una suerte de bozal al medio que el ex-presidente mejor manejaba a la hora de comunicar. Iván Schuliaquer, politólogo e investigador argentino, sostuvo en los días posteriores al suceso que “La solución no es delegar en las corporaciones la gestión de lo democrático” (2); es decir, los discursos de división y odio que Trump propagaba a través de su cuenta no acaban cuando una corporación (en este caso Twitter) decide silenciarlos; porque, al fin y al cabo, ¿no estamos así delegando la vara con la que medimos la libertad de expresión en mano de las corporaciones mediáticas?

Este hecho sienta un precedente peligroso. ¿Quién regula las libertades? ¿Qué es lo decible y,por el contrario, aquello que merece ser censurado? ¿Qué fines persiguen quienes censuran? Schuliaquer sintetiza estos planteos, sosteniendo que “Si Facebook y Twitter serán de ahora en más guardianes de lo decible o censurable eso tendría consecuencias sobre la democracia”. 

Como mencionamos anteriormente, es imposible pensar nuestra vida cotidiana en la actualidad sin la presencia de las redes sociales en nuestros celulares y laptops. Con las corporaciones de redes sociales manipulando la vara con la que la libertad de expresión es regulada, nuestra cotidianidad cambiaría, y con esto la democracia. Unos discursos serían los que llegarían a nosotros, mientras que otros no pasarían el filtro de la censura. Y la democracia, que se forja en nuestro día a día, no solo cuando somos llamados a las urnas, se vería afectada. 

  Es importante que desde el arco político, pero también desde diversas organizaciones de la sociedad civil, se plantee esta discusión sobre libertad de expresión en el ámbito de las redes sociales. No nos enfrentamos a un tema “del futuro”, de lo que vendrá, sino que ya sucede y tiene efectos en distintas escalas de nuestra vida en sociedad y en democracia.  

La fauna digital. 

En varios números de El Sol hemos hablado sobre los trolls (3) y su presencia en los diversos intercambios que se dan en redes sociales. Los trolls no son nativos a las mismas, es decir, no surgen junto con las redes que conocemos hoy, pero si han proliferado y se han asentado como parte de la fauna que uno esperaría encontrar a la hora de navegar las aguas del debate político virtual. 

Hablamos de “fauna”, que según la RAE, hace referencia a un “Conjunto o tipo de gente caracterizada por tener un comportamiento común y frecuentar el mismo ambiente”, ya que las redes son uno de los ecosistemas o ambientes del hoy y el ahora en donde se desarrolla la política. Y como parte de ese ambiente, la política debe convivir con los trolls que allí habitan. 

Durante la era Trump se desarrollaron centenares de investigaciones acerca del fenómeno troll y su impacto no solo en la política estadounidense, sino también a lo largo y ancho del mundo. El troll es un gran difusor de las anteriormente tratadas fakenews o noticias falsas, y como tal, su presencia en las redes modeladas por el Trumpismo no puede ignorarse. 

Por ende, así como pensamos a las fakenews como fenómenos con los que la política en el ámbito digital debe aprender a convivir y superar tal si fueren obstáculos, los trolls aún permanecen ahí, y la política (o su costado comunicacional y digital) tienen un gran desafío el saber moverse y desenvolverse a pesar de la presencia de esta fauna virtual, para llegar a mayor audiencia y forjar aún allí la democracia que tan amenazada parece a veces a través de la pantalla. 

A pesar del panorama brevemente introducido en este artículo, es innegable que las redes sociales y su impacto en nuestra vida cotidiana ya es un hecho, una integración, el presente. Trayendo a colación una vez más las palabras de FraiBetto en nuestro Encuentro Nacional de Militantes Sociales, es una tarea que tiene la izquierda verlas como ámbitos de socialización y trincheras donde construir hegemonía, donde acercarse a las personas, y un lugar en el cual también es posible construir a partir de experiencias. Quizás esta vez el “¿a dónde vamos?” pueda responderse con plantearnos estas metas.