Escribe Agustín Salazar | Brigada Julio Castro
“Se trata de que en el medio en que ese niño
vive se despierten inquietudes y se creen las condiciones para que
la vida humana, toda la vida de todos los hombres, busque y logre el
mayor desenvolvimiento posible.”
Miguel Soler, 5 Años de educación rural en La Mina (1960)
A 100 años de su nacimiento continúa vigente la obra, el pensamiento y el ideario pedagógico de Miguel Soler Roca. Fue enorme su docencia, su figura y su resistencia a los avatares culturales que el mundo de los de arriba siempre ha querido imponer a los de abajo. Escribió en su historia experiencias alternativas que colectivizaron la dignidad humana con la acción educativa. Fue un acérrimo defensor de la educación pública, dedicándole largos años de trabajo a la transformación social del medio rural.
Su vida comenzó en Corbera de Llobregat, una comunidad de campesinos y oliveros de la provincia de Barcelona. Luego de mudarse a Uruguay en su temprana niñez, en 1939 se gradúa de Maestro en el Instituto Normal de Varones «Joaquín R. Sánchez» de Montevideo. Formó parte del congreso fundacional de la Federación Uruguaya de Magisterio (FUM) y en 1946 participó de la misión socio-pedagógica Arroyo del Oro, en el departamento de Treinta y Tres.
La concepción pedagógica de Soler concibe a la escuela no sólo como un espacio de alfabetización, sino que se trata del verdadero instrumento para la transformación social. La escuela rural constituye un eje sustancial en su pensamiento y ésta preocupación, emergida con las misiones socio-pedagógicas de la década del 40, fue meticulosamente examinada en numerosos artículos y ensayos de su autoría.
Para Soler el hecho educativo es un espacio abierto a la comunidad, centrado no sólo en los niños sino también en sus familias, siendo necesario para ello actuar de “puertas abiertas”. Le otorga especial significado a la realidad social que rodea al niño, al cual lo considera como el agente de su propia educación.
Entre los problemas que más lo preocupaban podrían señalarse los siguientes: el aislamiento de las zonas rurales empobrecidas, el éxodo hacia las ciudades, la aculturación de la capital sobre la mentalidad campesina, el bajo nivel de vida de la población, la estructura del ciclo de enseñanza, la inexistencia de verdaderas comunidades rurales, el trabajo de los niños en el campo y la temprana deserción escolar en el medio rural.
Durante el año 1949 integró la Comisión Redactora del Programa para las Escuelas Rurales y en 1954 presentó al Consejo de Enseñanza Primaria el proyecto de creación del Primer Núcleo Escolar Experimental en el paraje de La Mina, en el departamento de Cerro Largo. Estos núcleos escolares buscaron hacerle frente al aislamiento en sectores despoblados de la campaña, coordinando y apoyando el trabajo de las escuelas con otros servicios públicos.
El núcleo inicial contó con seis escuelas primarias que se estructuraban como unidades de acción comunitaria para el desarrollo local de las familias y para la promoción de derechos básicos como la educación, la salud, la alimentación o la higiene. Implicaba todo esto una extensión de la educación hacia la comunidad. Miguel Soler explica que “consistía en el trabajo con jóvenes y adultos, con lactantes y preescolares, con grupos de mujeres, con las familias, con los productores, actuando en los hogares, en los campos de labor y en la escuela, individualmente y en grupo, aplicando métodos ajenos a todo formalismo y también ofreciendo cursillos sistemáticos para ciertos aprendizajes”[1].
Soler creía en la fuerza que el contexto político y socioeconómico ejerce sobre las ideas, los servicios y los programas educativos. Promovió un trabajo técnico constructivo acercando lo educativo a la política, para así conceder a la escuela del campo una función fundamental en la transformación local. Una escuela rural que extrajera de la realidad sus fines, sus contenidos y sus métodos, que atendiera la formación permanente de sus educadores, que contara con medios y recursos para difundir el saber pedagógico colectivamente elaborado.
La experiencia del Núcleo Experimental finalizaría en 1961; en una coyuntura de crisis del modelo de bienestar neobatllista, que durante los colegiados blancos generaría una fuerte movilización del campo popular. Las políticas educativas del nuevo gobierno incluyeron reformas técnico-administrativas que tuvieron como resultado: la desaparición de la Sección Educación Rural y la Inspección de Escuelas Granjas, siendo además reorganizado el Instituto Normal Rural. La Federación Uruguaya de Magisterio, sus filiales del Interior y la Comisión Especial para la Defensa de la Educación Rural se organizarían en la lucha por la cuestión rural en el sistema educativo.
Aunque los núcleos experimentales no continuaron adelante con su implementación, tanto los fundadores como los educadores de La Mina confirmaron que la educación es imprescindible como factor de cambio para la realidad del campo y sus miserias. Quienes no logran satisfacer adecuadamente sus derechos básicos para la subsistencia serán siempre los más vulnerados.
En tal sentido, Soler concluye en 1960 que “la educación pone en marcha un proceso de proyecciones incalculables. Indudablemente, los elementos que empiezan a entrar en juego trascienden lo meramente educativo. Es evidente que la escuela, promotora de inquietudes, no tiene a mano la solución de todas las que advienen, por lo que cabe a determinada altura de los trabajos una coordinación estrecha con otros organismos del Estado que tienen que ver con el bienestar rural, en especial los que se refieren a la salud pública y a la vida económica”[2].
Luego del golpe de Estado de junio de 1973, Soler integraría las oscuras listas de docentes perseguidos y acusados de infiltración marxista en la enseñanza. Viviendo en España, denunció los crímenes de la dictadura, particularmente la desaparición de su entrañable amigo Julio Castro.
Nunca aceptó el perdón de los culpables de tales atrocidades, nunca claudicó ante quienes pretendieron promover el olvido y obstaculizar a la justicia. En el año 2016 recibió el Premio Internacional Mario Benedetti a la Lucha por los Derechos Humanos y la Solidaridad.
Miguel Soler fue un sembrador de esperanzas para los despojados de la tierra, combatiendo el descreimiento en las posibilidades de la vida rural. Nos enseñó que es indispensable romper la cadena que hace de la pobreza, de la marginalidad y de la resignación, inexorables herencias. Nos hizo pensar, que como diría Paulo Freire, nuestra tarea común es rehacer el mundo y transformarlo en un mundo cada vez más humano.
[1] Miguel Soler (2005), Réplica de un maestro agredido, Montevideo, Trilce, p. 27.
[2] Miguel Soler (1960), 5 años de educación rural en La Mina, p. 41.